El problema del gnosticismo es que nos hace creernos mejores: más sabios, más capacitados, más lúcidos. Y eso nos conduce a la otra herejía, la del maniqueísmo: a dividir el mundo en dos.
Al llamar a Jesús Señor, reconocemos que elegimos poner nuestra vida en sus manos, que es nuestro Dios, vivo, hoy, y eso es realmente más importante de lo que parece.
La pregunta de «quién es Jesús para mí» es fundamental para entenderlo todo, y para entendernos a nosotros mismos, porque cada uno la tiene que aprender a responder personalmente.