Por
José I. González Faus sj
Desde la espiritualidad ignaciana que intento seguir, la solución parece tan simple como difícil: que cada uno mire allí donde no quiere mirar: no a ese único punto en el que tiene fijos los ojos, sino a eso otro punto (propio o ajeno) que de ningún modo quiere ver. Pero esto han de hacerlo todos.