El Señor toma su tarea con gran compromiso y profunda entrega. Si ve que alguna de sus ovejas se ha perdido, va por ella, la busca y, al encontrarla, se enternece su corazón y la trae de vuelta al redil para mantenerla cerca de su corazón.
Camino puro para abrirnos al misterio. Lo más importante para orientarnos hacia Dios es invocarlo en lo secreto del corazón, a solas, en la intimidad de la propia conciencia.
Contagiar la experiencia de Jesucristo. Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo ocultamos con nuestros protagonismos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad... estamos pecando contra el Resucitado.
Vidas sin voluntad de verdad real. ¿Se puede presentar como progresista una vida en la que está ausente la voluntad de buscar la verdad última de nuestra vida?
Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud.
No podemos encerrarnos en nuestra «sociedad del bienestar», ignorando a esa otra «sociedad del malestar» en la que millones de seres humanos nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que solo ha sido sufrimiento.
Aceptar en nuestra vida la presencia salvadora del Misterio. Abrirnos a ella desde lo más hondo de nuestro ser. Acoger a Dios como raíz de nuestro ser.
Qué fácil también creer que la realidad es justamente tal como yo la veo, sin ser consciente de que el mundo exterior que yo veo es, en buena parte, reflejo del mundo interior que vivo y de los deseos e intereses que alimento.