Profundizar en nuestro ser y no limitarnos a lo superficial, donde todo encaja en los parámetros previos y podemos encontrar todas las explicaciones y razones necesarias.
No basta la materialidad de «no matar», cuando la indiferencia o el abandono supone de hecho la muerte de los otros. O cuando condenamos al prójimo a la muerte en vida.
No podemos caer en la trampa de permitir acciones injustas a según qué personaje público. Da igual quién seas, cuál haya sido tu trayectoria personal o profesional. Si has hecho una cosa mal, debes asumir las consecuencias.
Nos autoimponemos no hablar de Dios en público: por miedo a ser rechazados, por evitar posibles discusiones, porque no nos encasillen o nos exijan un comportamiento ejemplar.