Te reconocemos, nuestro júbilo es ese

No podemos reconocer a Cristo sino a través de los demás, no podemos amar a Cristo sino amando a los demás.

Domingo 8 de junio de 2025
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-23.

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes».

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

La fiesta de Pentecostés marca el fin del tiempo pascual para dar paso al tiempo ordinario. Durante la Pascua nos dedicamos a rememorar el acontecimiento cristiano por excelencia, Jesús muerto y resucitado; Dios encarnado que muere por nuestra salvación y resucita para recordarnos que la muerte no tiene la última palabra.

El tiempo pascual dura siete semanas y no solo el periodo que conocemos como Semana Santa; el motivo de esta duración fue originalmente prolongar la celebración de la resurrección hasta Pentecostés, que coincidiría en la tradición judía con la celebración de la fiesta de la cosecha (50 días después de pesaj). Los evangelios de estos últimos ocho domingos, por tanto, han sido seleccionados con la intención de celebrar y profundizar en el misterio pascual y prepararnos para Pentecostés.

Repasando estas lecturas hubo una idea que surgió como constante, y es la del «reconocimiento», en torno a ella quisiera compartir una breve reflexión.

Reconocer en sentido bíblico se refiere a un saber que supone una familiaridad o experiencia previa. María Magdalena, al escuchar su nombre, le «reconoce» —y cómo no, si lo acompañó a lo largo de su misión—; lo mismo con los discípulos al verle partir el pan en Emaús y al ver el milagro de la pesca. Jesús se hace presente en medio de ellos y por sus actos es reconocido. También lo es por sus palabras: habla de su glorificación, de su regreso al Padre, de cómo él nos conoce.

Entre estos mensajes de reconocimiento hay tres que nos llamaron la atención porque se ambientan de la misma manera: el encierro. El domingo de resurrección los discípulos están escondidos, encerrados y con miedo, las mujeres son quienes les anuncian la Buena Nueva para que abran las puertas y salgan. Cuando Jesús se revela a Tomás, los discípulos estaban encerrados y Jesús aparece en medio de ellos; lo mismo sucede en el Evangelio de hoy, lo que nos lleva a pensar que alguna puerta se tuvo que abrir.

El domingo de resurrección los discípulos están escondidos, encerrados y con miedo, las mujeres son quienes les anuncian la Buena Nueva para que abran las puertas y salgan.

Lo que sigue en esa reflexión es predecible y bastante obvio, pero pareciera que aún siendo el mensaje del Evangelio tan claro, no logramos entenderlo. En una sociedad cada día más rica en diversidad estamos dejando que triunfe el miedo, habiendo cada día más posibilidades de conectar, cerramos puertas. Crecen los discursos de odio, las propuestas de cerrar fronteras, la lógica individualista de hacernos creer que no hay suficiente para todos, así que cada quien se encierra con miedo a proteger lo «propio». Así como cerramos puertas, cerramos nuestros ojos, cerramos nuestros corazones, ¿y si el que está tocando la puerta es Jesús y no le reconocemos? Una cosa queda clara: Cristo aparece en medio nuestro inesperadamente y nos llama a reconocerlo. Cristo no solo nos invita, sino que nos pide abrir las puertas para salir de nuestro cómodo encierro, porque solo así podemos comprender su palabra y amarle verdaderamente.

Pentecostés es la llegada del Espíritu que nos envía a la misión, a proclamar la Buena Nueva, a dar testimonio con nuestra vida del gozo que significa reconocer a Cristo en toda persona. ¿Podemos vivir esta máxima con las puertas cerradas, con miedo? ¿Qué tiene Dios preparado para nosotras si decidimos abrir las puertas, ofrecer hospitalidad, reconocerle en la/el otro?

No podemos reconocer a Cristo sino a través de los demás, no podemos amar a Cristo sino amando a los demás. Recordamos con especial pertinencia las palabras de la Sierva de Dios Dorothy Day: «En realidad solo amo a Dios tanto como amo a la persona que menos quiero».

Que la Ruah, Espíritu de Dios, nos ilumine en este tiempo ordinario para tener el coraje de abrir las puertas, salir al encuentro y reconocer a Cristo en los demás, especialmente en sus predilectos: pobres, ancianos, migrantes, diversidades sexuales, víctimas de la guerra y todos aquellos condenados a vivir en los márgenes.


Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.

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