Todos juntos

Hay quienes luchan por los pobres, por las mujeres o por los afrodescendientes, pero pocos se acuerdan que existen mujeres afrodescendientes que son pobres, que además son migrantes, que además han sufrido violencia física, etc.

Hace un tiempo, en una charla animada con guitarras y alguna cosita para comer, con un grupo de amigos comenzamos a hablar de lo humano y lo divino. Partimos con las típicas historias y anécdotas repetidas que toda reunión como esta exigía: algún relato divertido de hace algunos años, algún recuerdo del tipo “¿Se acuerdan de ese comercial? o, ¿recuerdas ese personaje de tal novela?…”

Después de varias anécdotas insulsas y de haber pasado por casi todo el cancionero popular chileno (con Buddy Richard y Los Ángeles Negros incluidos), comenzó la discusión seria. Llegamos a eso temas en los que nadie puede ocultar su postura u opinión. Llegamos a la política, la religión y, el más importante, el fútbol; aunque lo dejaremos fuera por esta vez, ya que es un tema demasiado delicado.

Mientras hablábamos de la actualidad político-social del país, iban apareciendo innumerables temas de preocupación. Estaban los que levantaban la lucha feminista. Causa urgente en nuestros días que busca dar a la mujer el lugar que como otro igual le corresponde, acabando con la dominación patriarcal. Le seguían los que enfatizaban que el punto neurálgico de las luchas sociales era la identidad de género: la aceptación de la diversidad sexual y de las diferentes formas de expresar el amor de pareja. También, un tema urgente. Nadie debería ser mal tratado y excluido por su orientación sexual. Deberíamos aprender (sobre todo en la Iglesia) a vivir aceptándonos y amándonos unos a otros como hijos del mismo Padre.

Hablando de Iglesia, aparecían aquí aquellos que nos recordaban la urgencia de poner un alto al abuso infantil y a los abusos de poder por parte de algunos de sus miembros (en particular los sacerdotes). Era llamativo ver que, en aquella particular tertulia, era de los pocos temas en que creyentes y no creyentes coincidían. Debe ser porque cuando uno pone a las víctimas primero, todo lo demás se ordena.

Creo que al final de la noche, entre canción y canción, todos los contertulios habían levantado una u otra bandera de lucha: desde la declaración anticapitalista hasta la acogida de los hermanos migrantes. Si hay un fenómeno social que nos impacta a todos es la migración forzada por culpa de la violencia, la pobreza y la inestabilidad social. Vagar por el mundo buscando un lugar para vivir y ser mal recibido, criminalizado o discriminado por el color de piel u otra razón, son formas de violencia que no queremos permitir.

De repente, después de tanto discutir, pensábamos en cómo seguir luchando juntos por nuestras causas. Cada uno de los contertulios tenía parte de su vida involucrada en alguna de estas peleas, sin embargo, no lográbamos organizarnos. A veces parecía que estábamos en veredas lejanas, como si nuestras luchas nos separaran en vez de unirnos. Es como si a veces nos estorbáramos, porque no aprendemos a correr la carrera juntos.

Recordaba unos días después ese profundo concepto introducido por Kimberlé Crenshaw (abogada feminista afroamericana, nacida en Estados Unidos), llamado “interseccionalidad”. Nuestra infatigable activista por los derechos de las mujeres afroamericanas se dio cuenta de algo que hoy parece básico, pero que en los ’80s no era tan claro. Hay quienes luchan por los pobres, por las mujeres o por los afrodescendientes, pero pocos se acuerdan que existen mujeres afrodescendientes que son pobres, que además son migrantes, que además han sufrido violencia física, etc. Es decir, hay sujetos en los que se intersectan múltiples violencias. Si una misma persona sufre la pobreza y es violentada por su raza, género u otras razones, entonces la lucha no puede ser separada. ¿Cómo hacemos para que estas peleas sean nuestras y no se conviertan en objeto de división del pueblo? ¿Cómo hacer una lucha común y no caer en la tentación de “privatizar” reivindicaciones emancipadoras?

El riesgo de separar las demandas es que, aunque no lo queramos, puede terminar siendo una herramienta de atomización política. Desgasta las fuerzas del pueblo y hace que las distintas demandas puedan chocar entre sí, porque cada una pretende abarcar la totalidad del debate público.

Por eso se hace importante dibujar un proyecto de sociedad donde todos tengan su lugar. Donde, efectivamente, las múltiples violencias que recaen sobre un mismo cuerpo, sean abordadas holísticamente y no separadas, como si el cuerpo pudiera separarse. Hemos de encontrar la analogía necesaria que nos permita incluir múltiples demandas del cuerpo social en un mismo proyecto.

Es la gracia del Reino que predicaba Jesús. Un reino donde cada uno tiene un lugar en la mesa del banquete y puede comer de lo que necesite. Una mesa donde caben todos: cojos, ciegos, gente de las calles, etc. El Reino de Dios es el proyecto de Jesús, donde la liberación y la justicia para cada uno de los hijos de Dios tienen un lugar central. Porque somos todos nosotros el centro de ese Reino. No se trata de una reivindicación particular. Se trata de la persona misma y de todas las reivindicaciones necesarias para que esa persona pueda disfrutar del Reino que Dios les promete a sus hijos: una tierra que mana leche y miel para todos.

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Fuente: https://territorioabierto.jesuitas.cl

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