La senda peligrosa de la polarización, acompañada habitualmente de la crispación y la grandilocuencia, va privando a nuestra mirada de la mayor parte de la realidad.
¿Se imaginan un amanecer en dos colores? ¿Un paisaje de montaña en dos colores? ¿El reflejo del cielo sobre un lago en dos colores? ¿La profundidad de una mirada en dos colores? Solo dos, elige los que quieras, no pienses en una foto en blanco y negro pues ahí hay infinidad de grises. Imagina que no hay matices entre los dos colores, no hay tonos ni grados, o uno o el otro. No habría amanecer, ni paisaje, ni reflejo, ni mirada… todo sería plano y triste, un mundo binario en el que la belleza no tendría espacio.
Pues eso es lo que estamos haciendo con nuestro mundo, reducirlo a dos opciones (piensen en la política, en la vida eclesial, en la cultura, en la antropología…), o blanco o negro. Mientras, condenamos a la oscuridad a la paleta de colores, a los matices que dan sentido, a los tonos que nos hacen únicos. La senda peligrosa de la polarización, acompañada habitualmente de la crispación y la grandilocuencia, va privando a nuestra mirada de la mayor parte de la realidad: aquella que se abre generosa entre dos puntos extremos.
Y en esta peligrosa simplificación a la fría técnica binaria del mundo de los matices todos tenemos nuestra responsabilidad. Cada vez que nos encerramos en nuestra atalaya, seguros de estar en la posición correcta y convencidos de tener a buen recaudo una verdad absoluta, olvidamos que la Verdad no es dominable, que no es un tesoro que guardar bajo llave. La Verdad es luz que permite descubrir los matices, es llamada a contemplar sus semillas en el mundo, y es una Verdad inseparable del Amor y el Amor se conjuga en términos de comunión.
Abrirse a los matices no es caer en la equidistancia, pensar que todo vale, o que no hay posiciones erróneas o ciertas, todo lo contrario. Reconocer los matices es descubrir que el mundo es mucho más que sí o no, puntillas o cuadros, izquierda o derecha, o cualquier otro binomio que se les ocurra. Si en la pincelada de un pintor se amalgaman infinidad de tonalidades para conformar el matiz de una nube, el brillo del agua o la infinitud de una sonrisa, no podemos pensar que el Artista Supremo ha pintado nuestro mundo en blanco o negro.
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Fuente: https://pastoralsj.org