Un cuerpo ausente

La Resurrección es un entramado de sentido que hace emerger otros sentidos, otros relatos y narrativas gracias a la ausencia del cuerpo.

Los relatos de la Resurrección de Jesús tienen como punto en común la búsqueda de un cuerpo ausente. Las mujeres en los sinópticos y Magdalena, Pedro y el discípulo amado en el cuarto evangelio van a la tumba, la encuentran vacía y sin cuerpo-cadáver. Como sostiene Michel de Certeau, el comienzo del cristianismo está marcado por la ausencia de un cuerpo, por una falta originaria, por una interrupción. Jean-Daniel Causse, siguiendo la pista de Certeau, dice que en la cuestión mística el tema del cuerpo y de su ausencia se termina comprendiendo como lugar del “enigma” o como espacio de lo extranjero, de lo totalmente Otro que en términos de Causse se dice como “ausencia inaugural”.

La ausencia de cuerpo o el vacío de la tumba es un sugerente tema teológico, no en cuanto pregunta de comprobación histórica, ya que la resurrección escapa de la historia, va más allá de ella y la supera. La pregunta por la ausencia se termina transformando en la pregunta por el mismo Dios. La psicoanalista Constanza Michelson, en su libro Hacer la noche, escribe que Dios es el “nombre de una distancia”. De Certeau y Francois Jullien apelan a la idea del “ecart” o distancia para enmarcar el sentido originario del cristianismo. Paul Ricoeur, al hablar de la tumba vacía y de la ausencia de cuerpo, indica que ese espacio vacío es un relato por completar. La Resurrección es un entramado de sentido que hace emerger otros sentidos, otros relatos y narrativas gracias a la ausencia del cuerpo.

En su libro La cultura en plural, Michel de Certeau dice que el Espíritu (de Dios) y el espíritu (el alma o sentido de las instituciones) escapa de los grupos humanos cuando esas mismas estructuras se terminan convirtiendo en “espectáculos desolados o en liturgias de ausencia”. Se da un verdadero exilio —dice Certeau— cuando la arquitectura de las instituciones ya pierde su sentido de dar sentido. Esta misma idea es recuperada por Slavoj Zizek cuando indica que las religiones son espacios de otorgamiento de sentido. Lo más interesante en la idea del abandono de Certeau es que ese Espíritu (en términos teológicos) no desaparece, sino que escapa para habitar “en otro sitio”. El Espíritu continúa animando ya no en el centro sino en el límite. De algún modo la Resurrección de Jesús es la inauguración de ese “otro lugar”, de ese otro relato, de esa otra comunidad, de la comunidad del Espíritu libre y liberador.

En su libro La cultura en plural, Michel de Certeau dice que el Espíritu (de Dios) y el espíritu (el alma o sentido de las instituciones) escapa de los grupos humanos cuando esas mismas estructuras se terminan convirtiendo en “espectáculos desolados o en liturgias de ausencia”.

Jean-Daniel Causse, y a propósito de la idea y de la experiencia de la comunidad, indica que debido a la ausencia inaugural del cuerpo que hace emerger otros relatos comienza a desplegarse la comunidad de los que se reúnen en torno al nombre ausente o en torno al cuerpo ausente. La comunidad de los fecundados por el Espíritu que es don pascual (Jn 20,22-24) ha de ir profundizando en la radicalidad de lo que significa la ausencia originaria del cuerpo y de cómo ese cuerpo comunitario y eucarístico está marcado por nuestros relatos y experiencias en torno a esa corporalidad que desaparece. Dicha ausencia activa el deseo de la búsqueda y de la puesta en palabras de lo que significa el acontecimiento transformador de la Pascua.


Imagen: Pexels.

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