Si queremos parecernos a Cristo, debemos empezar por salir de nuestras comodidades, mirar a los ojos del otro, y responder con el corazón.
Introducción: una mirada desde la experiencia
Este texto nace desde una vivencia personal, desde los caminos recorridos por alguien que ha experimentado la Iglesia en distintos contextos: en la sencillez del pueblo, en la solemnidad de los templos, en la pobreza de la calle y en la vida misionera. No escribo desde la teoría, sino desde el corazón, con amor sincero por la Iglesia católica, y con el anhelo de ver su rostro cada vez más parecido al de Cristo. Esta reflexión no pretende juzgar ni criticar destructivamente, sino abrir una puerta al diálogo y a la conversión, comenzando por uno mismo.
1. De comunidad viva a institución consolidada: una breve mirada histórica
En sus primeros siglos, la Iglesia era una comunidad de creyentes movidos por el amor radical de Cristo. Vivían en comunión, compartían bienes, oraban juntos, cuidaban de los más débiles y sufrían persecución. La fe era una vivencia concreta, cercana, sin grandes estructuras, pero llena de Espíritu.
Con el Edicto de Milán en el año 313 d. C., cuando el emperador Constantino legalizó el cristianismo, comenzó una transformación profunda. La Iglesia fue ganando poder, prestigio y estructuras, convirtiéndose en una institución global. En la Edad Media, su influencia alcanzó niveles políticos y económicos considerables. Más adelante, el Concilio de Trento (siglo XVI) reforzó esta institucionalidad como respuesta a la Reforma, y aunque el Concilio Vaticano II (1962–65) intentó abrir nuevas ventanas al Evangelio, muchos de sus llamados aún no se concretan en la vida cotidiana de las comunidades.
2. Las luces y sombras de una Iglesia estructurada
La estructura no es mala en sí misma. Ha permitido formar líderes, sostener obras sociales y llevar el Evangelio a millones. Sin embargo, también ha generado rigidez, centralismo y una peligrosa desconexión con el pueblo fiel.
La estructura no es mala en sí misma. Ha permitido formar líderes, sostener obras sociales y llevar el Evangelio a millones.
Hoy en día, muchos sectores de la Iglesia enfrentan una crisis de sentido. En Europa, por ejemplo, estudios del Pew Research Center (2022) revelan un creciente abandono de la fe organizada, especialmente entre jóvenes. El sacerdocio, en algunos lugares, ha perdido su carácter profético, transformándose en una forma profesional de vida. Se observan casos de clérigos rodeados de privilegios materiales, alejados del sufrimiento cotidiano del pueblo.
La figura del pastor «con olor a oveja», como insistió el Papa Francisco, se ve debilitada por una institucionalidad que teme al cambio, se protege en protocolos, y a menudo responde con cautela —o indiferencia— ante el dolor humano.
3. El carisma: entre el fuego del Espíritu y los filtros del sistema
El carisma no es un reglamento, ni una tradición archivada: es fuego que arde cuando el Espíritu actúa con libertad. Ese fuego, sin embargo, se apaga cuando se vive con miedo, cuando la caridad se convierte en trámite, y cuando se evalúa al pobre antes de acogerlo.
Hoy, muchas puertas se cierran en nombre de la legalidad, del presupuesto, o de la falta de personal. Se ayuda cuando hay cupo; se acompaña si hay tiempo; se ama, si se aprueba primero en comité. Pero el Evangelio de Jesús no funcionaba con ese sistema.
4. Jesús no hizo entrevistas para sanar
Cristo no pidió documentos, no exigió historial ni evaluó intenciones. Tocó al impuro, perdonó a la adúltera, acogió al publicano, lloró con las viudas, y sanó sin condiciones. Su lógica era la del Reino: compasión inmediata, justicia radical, misericordia sin protocolos.
Ese debe ser el espejo en el que la Iglesia se mire. No solo para redescubrir su misión, sino para volver a enamorarse del Evangelio como camino de vida, no solo como doctrina.
5. ¿Qué se espera de la Iglesia hoy?
No se espera una Iglesia perfecta, sino una Iglesia cercana. Una comunidad que camine con los que sufren, que escuche sin juzgar, que toque el dolor y ofrezca consuelo. El mundo de hoy no necesita más discursos, necesita testigos. Necesita una Iglesia más madre que funcionaria, más hospital de campaña que fortaleza doctrinal.
El reciente Sínodo sobre la Sinodalidad (2023) lo reconoce: es urgente superar el clericalismo, abrir espacios reales de participación, y caminar juntos como Pueblo de Dios. Pero eso solo será posible si la institución se pone nuevamente al servicio del Espíritu, no al revés.
6. Conclusión: conversión desde adentro
Esta reflexión no es una acusación, sino una confesión. Yo también he fallado en amar como Cristo. Pero no pierdo la esperanza. He conocido comunidades vivas, religiosas silenciosas que abrazan la miseria con ternura, sacerdotes que caminan en barrios olvidados, jóvenes que aún creen que todo esto vale la pena.
Ellos son el nuevo rostro de la Iglesia. Ellos nos recuerdan que el Reino no vendrá con pompas, sino con gestos pequeños, con cercanía sincera, con amor gratuito. Y que, si queremos parecernos a Cristo, debemos empezar por salir de nuestras comodidades, mirar a los ojos del otro, y responder con el corazón.
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