Sr. Director:
El Papa ha puesto a la Iglesia chilena en «emergencia espiritual», según lo afirmado por el portavoz del Vaticano. Es una decisión excepcional y grave, que ha tenido amplia cobertura en la prensa internacional, pese a que en otros países la crisis por la pedofilia ha sido de mayor envergadura.
La carta de Francisco al Episcopado debe dar inicio a un proceso de rectificación en la forma como la Iglesia ha abordado los delitos sexuales cometidos por miembros del clero.
El Papa habla de medidas de corto, mediano y largo plazo. El primer paso debe ser una renovación significativa del Episcopado y el cambio del Nuncio, quien debió procurar al Papa una información completa y equilibrada. Sorprende que algunos obispos se hayan adelantado a sostener que la solución no pasa por su partida.
En paralelo, se deben agilizar las investigaciones en curso y, en caso de fundadas sospechas de la comisión de algún delito sexual, hacer la denuncia ante el Ministerio Público. No se pueden tratar los delitos como si fueran solo pecados a resolver en el ámbito de la confesión o del derecho canónico, sobre todo cuando las víctimas son menores de edad.
A largo plazo, la Iglesia debe iniciar una reflexión sobre la visión cristiana de la sexualidad, especialmente en su vínculo con la procreación. A cincuenta años de Humanae Vitae no debiera seguir vigente una tensión tan artificial entre norma y conciencia personal. Esa disyuntiva (o, incluso, contradicción) hace que el mensaje de la Iglesia pierda fuerza, sobre todo cuando quienes más insisten en las normas incurren en conductas aberrantes.
La cultura actual sobre la sexualidad se basa en la libertad y la responsabilidad. Esos fueron los principios que dieron origen al cambio de nuestro Código Penal en la materia. Para entrar en diálogo con los jóvenes, la Iglesia debe renovar su mensaje, sin perder tensión ética, poniendo énfasis en lo esencial: la relación entre amor y sexualidad. El próximo Sínodo de la Juventud puede ser una primera instancia.
José Antonio Viera-Gallo