«Una vieja hoja» (F. Kafka): anotaciones con un café

Un ejercicio de lectura más que un proceso finalizado.

Quisiera compartir con los amables lectores algunas provocaciones que el breve cuento «Una vieja hoja» de Franz Kafka (1883-1924) me fue suscitando al leerlo. Kafka tiene esa potencia de un judaísmo imposible, de una errancia que se enfrenta a las preguntas de los cambios (metamorfosis) permanentes. Así lo que comparto en estas líneas es más bien un ejercicio de lectura más que un proceso finalizado. Inclusive si se quiere ser fiel a la misma cuestión kafkiana no habría que cerrar nada. Eso, creo, sería acabar con Kafka mismo.

El cuento comienza en una situación de crisis. Hay acontecimientos que van irrumpiendo en un país que no es nombrado. Que algo no tenga nombre, de alguna manera, nos involucra a todos ya que todos podemos estar en ese lugar sin-nombre. La crisis del país kafkiano está marcada por la invasión de los hombres armados. La guerra, siempre la guerra, la guerra y las armas, las armas y el país-sin-nombre. Recuerdo aquí a Blanchot en su estudio dedicado a Kafka: «Admitamos que la literatura empieza en el momento en que la literatura es pregunta».

En las pocas referencias de Kafka al territorio de la patria que se debe defender se muestran signos de lo extraño: la frontera, la capital, el palacio, los habitantes que se ubican cerca del palacio. En esta ubicación espacial irrumpen los hombres armados que luego se llaman los «nómadas», que tienen como característica principal que no tienen lenguaje, que no conocen el lenguaje de la patria y que incluso los lenguajes gesticulados no son comprendidos. Es interesante que una de las marcas de las crisis epocales o de la irrupción de un acontecimiento es la crisis en los puntos de referencia lingüísticos: ¿Cómo nombramos las cosas?, ¿qué significa nuestro lenguaje?, ¿cómo decir y narrar el mundo? Kafka se enfrenta a la crisis del lenguaje. Y el cuento breve es su tabla de salvación.

En las pocas referencias de Kafka al territorio de la patria que se debe defender se muestran signos de lo extraño: la frontera, la capital, el palacio, los habitantes que se ubican cerca del palacio.

En el cuento, además, aparecen ciertos oficios: carniceros, artesanos y comerciantes. Estos personajes son llamados, por autores como W. Benjamin o G. Agamben, como los ayudantes o los ayudantes del Mesías. Son los locos, los marginales, los que están por fuera de los centros de poder, los que literalmente están fuera del palacio imperial. Para W. Benjamin los ayudantes están en un espacio de intersección, entre la naturaleza y lo civilizado. Son personajes abyectos que en medio de esa situación de marginación proponen una narrativa de esperanza o salvación. Esto lo dice Kafka en el cuento:

«a nosotros, artesanos y comerciantes, se nos ha confiado la salvación de la patria; pero no estamos preparados para semejante tarea; y tampoco nos hemos jactado nunca de ser capaces de cumplirla. Es un malentendido y pereceremos por ello».

Pienso en el poema «Los justos» de Borges, de un Borges encontrado en una calle de Bologna, cuando escribe que los justos (diríamos los ayudantes) están sosteniendo el mundo. Los justos y los ayudantes son personajes marginales que en medio de su marginalidad abren la posibilidad de lo nuevo.

Otro detalle interesante de «Una vieja hoja» es la mención del rey en su palacio. Kafka dice que el palacio tiene un jardín más interior, los aposentos más exteriores y las puertas del palacio. Aquí es interesante preguntarse por qué Kafka habla de un jardín y más específicamente de un jardín interior. Volvamos a recordar el judaísmo del cuentista de Praga. El jardín de las delicias, el jardín del Rey, el pardes, el paraíso son figuras tradicionales en la mentalidad, tradición y mística judía. El rey de Kafka vive en el espacio más interior del palacio y se aproxima hacia los aposentos más exteriores:

«precisamente entonces creí haber visto al emperador mismo en una ventana del palacio; él no suele venir nunca a esos aposentos más exteriores, siempre reside solo en el jardín más interior pero esta vez —así me pareció al menos— apareció en una de las ventanas y con la cabeza inclinada miraba lo acontecido delante de su palacio».

Es interesante el uso del creer (creí haber visto…) y nos podemos preguntar cómo se vincula esa visión del testigo con la creencia o qué característica tiene ese testigo. Creer ver, intuir, ver un desplazamiento extraño a través de diversas estancias del palacio. La pregunta por el rey, la pregunta por los nómadas y los hombres armados, la pregunta por los ayudantes. Kafka instala una pregunta. Nuevamente con Blanchot: la literatura comienza con preguntas. La palabra se hace pregunta y las preguntas se ofrecen como palabras.


Imagen: Pexels.

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