Somos miles, quizás millones, quienes queremos una unidad en la pluralidad o, dicho en términos dinámicos, una diversidad que aspire a una integración sin exclusiones.
Salió del aula de votación. “Listo”, me dijo. “Que gane su candidato”, le respondí. “Que gane el país, mejor”, me dijo. Era un inmigrante peruano avecindado en Chile. Me emocioné.
Este domingo, muy temprano, me llegó un video. Quilapayún y muchas otras personas cantaban, sonreían y auguraban el triunfo de una Nueva Constitución. De pavimento cultural ponían a nuestros poetas: Neruda, la Violeta, Nicanor, la Mistral, el aristócrata Huidobro y, entre ellos, a Eduardo Carrasco, poeta de cuneta como tantos de nosotros los Carrasco.
¿Presintieron los participantes en este video lo que ocurriría con las votaciones? No sé. Algo hay de común entre una cosa y otra que no logro precisar.
¿Qué está en juego con la Constituyente? Hago una apuesta. Apuesto en favor del amor político que nos une como país. La unidad está en peligro. Es cierto. Pero sería más peligroso que la unidad fuera mantenida a la fuerza y de una vez para siempre. Los tiempos cambian. Las formas que nos reúnen deben cambiar.
Es verdad que el país se parece a esas carretelas de los feriantes que acumulan cajones sobre cajones a una altura increíble, se cimbran y nadie entiende cómo un ser humano puede cargar con tanto peso. De la revuelta social hasta ahora hemos avanzado. No podemos desfallecer. El que afloja pierde.
El asunto en cuestión es algo nuevo. Comenzó con la decisión de incluir a los pueblos originarios y exigir paridad para las mujeres en la Convención Constituyente. Este mero hecho indica en la mejor de las direcciones: somos miles, quizás millones, quienes queremos una unidad en la pluralidad o, dicho en términos dinámicos, una diversidad que aspire a una integración sin exclusiones. Este puede ser un nuevo nombre para el amor. Hasta ahora hemos tenido una unidad nacional que no podemos despreciar tan fácilmente. Las unidades políticas —y muchas otras— son siempre un poco o muy forzadas. La Constitución del 2022 también lo será en más de algo, es inevitable. El caso es que cambiaremos la Constitución actual.
Está claro que no todos queremos lo mismo. Nuestra democracia formal siempre ha carecido de suficiente humus democrático. La defensa de los privilegios sociales de la oligarquía ha sido una tenaz enemiga. También lo han sido las fuerzas extremistas, y desde hace un tiempo las anárquicas, que desconocen el valor de la tradición.
En adelante los peores enemigos del proceso en curso seguirán siendo las fuerzas tradicionalistas de derecha e izquierda que no capten la ventaja de una organización política nueva de la convivencia, y pujen por mantener las cláusulas de la Constitución del ochenta tal cual o por barrer todos sus artículos. No saben que la tradición y el tradicionalismo son antónimos. Pues una cosa es traspasar el país a las siguientes generaciones, entregárselos, hacer tradición del mismo, y otra el tradicionalismo de no querer cambiar por miedo o por intereses inconfesables. Un país fiel a su tradición se cultiva a sí mismo mediante interpretaciones incesantes de su genio histórico. La mirada tradicionalista, por el contrario, no ve las diferencias, la irrupción de lo desconocido, y avanza con marcha atrás.
¿Ganamos en las elecciones? Unos sí, otros no. Lo que importa es que ganó el país. Falta mucho todavía, es cierto. Será necesario esforzarse. Possunt quia posse videntur, decían los antiguos: “Pueden, porque les parece que pueden”. Lo sé por experiencia. Años atrás vi cruzar la Alameda y entrar por Cienfuegos, mi calle, a dos hombres empujando una carretela con enorme esfuerzo. Uno empujaba desde atrás y daba las instrucciones. El que lo hacía desde adelante, a pies pelados y con el fierro del carro en el pecho, era ciego. Sí, ciego. No veía, pero él y su compañero sabían dónde querían llegar.
Me gustaría que se hiciera una pequeña innovación en la Constitución del 2022. En uno de los incisos pudiera reconocerse tres cupos en el nuevo Parlamento. Uno para una peruana, uno para Quilapayún y uno para una feriante. No es una propuesta paritaria-paritaria, pero señala por dónde seguir.
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