Venezuela: Una “Madre y Maestra” en medio de la desigualdad social

La Iglesia sigue siendo “Madre y Maestra”, aun en medio de las dificultades. Los problemas que presentaba Juan XXIII en el documento del año 1961 se han multiplicado, y por eso ante dicha realidad la Iglesia sigue buscando capacitar al ser humano dentro de una sociedad injusta y cambiante.

El 15 de mayo se cumplieron 57 años de haberse promulgado la encíclica Mater et Magistra, en castellano “Madre y Maestra”, del Papa San Juan XXIII, en la que la Iglesia identifica una doble misión encomendada por Dios. La primera es la de “engendrar hijos para sí” y, la segunda, dirigir y educar con “maternal solicitud” la vida de los individuos y de los pueblos, promoviendo la dignidad humana y reconociendo que el ser humano vive dentro de un cuerpo social en donde surgen necesidades, condiciones transitorias y realidades colectivas que pueden afectar su prosperidad e intereses personales. En este sentido, la Iglesia se siente comprometida como “Madre” a proporcionar criterios para comprender la vida social, mencionando algunas obligaciones que los ciudadanos deben asumir por el bien común.

La Iglesia, en la encíclica Mater et Magistra, enumera y aborda algunos problemas que han contribuido a la desigualdad social, rechazando las estructuras económicas que limitan el sentido de responsabilidad y libertad que debe tener cada trabajador. Propone que el Estado junto a organismos autónomos intervengan en la sociedad para proteger y tutelar los derechos de la población más débil, conformada por los trabajadores, las mujeres y los niños. De igual forma, exhorta a los gobernantes y a la sociedad, en general, a distanciarse de las políticas que venían gobernando al mundo, que se convirtieron en causantes de varios conflictos bélicos y diferencias sociales que afectaron el concepto de justicia.

Por lo tanto, en la encíclica se considera que la fuente de los principales problemas se encuentra en las ideologías y en las prácticas políticas, económicas y sociales que adoptan los organismos de poder. No obstante, dichos problemas se acentúan como consecuencia de la acción humana, bien sea por sobreponer el interés personal por encima del bien común y solidaridad o debido a la falta de protección y tutelaje que sufren los ciudadanos ante los grandes poderes. Esta premisa presentada por Juan XXIII en el año 1961 sigue vigente hoy en día. La Iglesia en la actualidad es testigo de la triste relación entre sus hijos, donde un grupo de ellos se aprovecha de las crisis económicas, sociales y políticas, para sembrar a base de la corrupción, especulación, soberbia, deseo de poder y avaricia sus cosechas, convirtiéndose en los Caín de nuestros tiempos, ya que como consecuencia de sus acciones muchos inocentes han perdido la vida, la posibilidad de soñar y plantearse proyectos personales, cumpliendo el triste rol de los Abel del siglo XXI, quienes se sienten desprotegidos ante las personas y sistemas que controlan el poder. Debido a esta realidad, la Iglesia tiene la obligación de denunciar las injusticias y acompañar a los que más sufren.

Sin embargo, considerando que la espiritualidad del cristiano es una espiritualidad de acción, el acompañamiento de la Iglesia no puede limitarse a denunciar y rechazar las injusticias. Por esa razón, de ella se espera que a ejemplo de Jesús realice acciones concretas de apoyo a las personas que más sufren. Es por ello que en el país vemos las iniciativas como las “Ollas Solidarias”, coordinadas por Caritas de Venezuela, o el reciente programa “Puentes de Solidaridad”, lanzado por el Vaticano junto con otras organizaciones para proteger a los migrantes venezolanos. Sin duda, estas iniciativas de asistencia social de la Iglesia son las que hacen más ruido dentro de la sociedad, aunque tienden a multiplicarse en el día a día, con aquél sacerdote que acompaña en sus luchas a los feligreses de su parroquia, en la religiosa que apuesta por la juventud o en el laico que se convierte desde el anonimato en el bienhechor de las necesidades de su parroquia.

Este es el caso del padre Williams González sj, quien desde el Centro de Espiritualidad y Pastoral de Maracaibo, durante los últimos años de su vida, brindó un acompañamiento espiritual a las personas que acudían a él, colocando además a disposición de esas personas a Fe y Alegría junto con la Fundación Centro Gumilla, para acceder a una formación integral, profesional y ciudadana. Otro ejemplo, lo encontramos en la hermana Irma Bedoya E.C.R., colombiana de nacimiento, quien hizo opción por la juventud venezolana, y aunque actualmente se encuentra en su país natal, desde Colombia sigue manifestándose y apostando por la juventud del Movimiento Apostólico Cristo Rey. También se puede señalar la labor que realiza la Congregación Hijas de Jesús en la Villa del Rosario de Perijá, con las mujeres del barrio María Alejandra, a quienes a través del trabajo y la formación les permiten empoderarse para así organizar y administrar sus propias actividades comunitarias.

Los tres ejemplos presentados, son una muy pequeña muestra que refleja una realidad donde con acciones concretas la Iglesia sigue siendo “Madre y Maestra”, aun en medio de las dificultades. Los problemas que presentaba Juan XXIII en el documento del año 1961 se han multiplicado, y por eso ante dicha realidad la Iglesia sigue buscando capacitar al ser humano dentro de una sociedad injusta y cambiante, para que puedan ser defensores de valores como la libertad, la solidaridad, la tolerancia, la honestidad, el amor por la vida, el respeto y la responsabilidad, en pocas palabras, para que sean defensores y garantes de la justicia social.

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Fuente: http://revistasic.gumilla.org

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