En Camboya, el terror del nuevo régimen estuvo organizado por un personaje siniestro digno de una obra de Shakespeare, Pol Pot.
Sucedió tal día como hoy, un 17 de abril. Ese día, la guerrilla de los Jemeres Rojos tomaba Nom Pen, la capital de Camboya. La ciudad, considerada como una de las ciudades más bellas de Indochina, llena de construcciones de estilo colonial francés, se despertó con las proclamas que los nuevos dueños del país gritaban desde los tanques: «¡La guerra terminó! ¡Estamos entre hermanos!».
Efectivamente, la caída de la capital suponía el fin de una guerra civil que durante cinco años había enfrentado al gobierno del general Nol contra los rebeldes del Partido Comunista de Kampuchea. Un episodio más de la Guerra Fría, esta vez con China como artista invitado. En efecto, Mao soñaba en aumentar la influencia de su país en la región. Para ello copió el modelo de su hermanastro soviético: financió guerrillas y partidos comunistas afines por todo el mundo, entre ellos el camboyano.
Los habitantes de Non Pen salieron a la calle a festejar el fin de la guerra. De pronto, los jovencísimos guerrilleros anunciaron que ese mismo día comenzaba la evacuación de la ciudad. La excusa era un inminente bombardeo estadounidense. Nom Pen contaba en ese momento con una población de dos millones de personas, muchos de ellos refugiados de zonas rurales que habían huido por los combates. La orden era marchar al campo llevando solamente lo indispensable. Las nuevas autoridades intentaron tranquilizar a la población: «Serán dos o tres días como mucho», repetían sin parar.
Muy pronto, las cunetas de las carreteras que salían de la capital se llenaron de ancianos e inválidos, sin fuerzas para seguir adelante. Mientras tanto, los guerrilleros asesinaban a los enfermos graves que aún quedaban en los hospitales de la ciudad. El horror no había hecho más que empezar.
Shakespeare trazó en sus obras el perfil psicológico típico del tirano. El autor inglés refleja a Ricardo III, el Rey Lear o Macbeth como personajes narcisistas, arrogantes, coléricos y déspotas. En Camboya, el terror del nuevo régimen estuvo organizado por un personaje siniestro digno de una obra de Shakespeare, Pol Pot —un ser mediocre con mentalidad esquizoide— que convirtió la vida en una pesadilla. El autodenominado «Hermano número uno» quería hacer un país nuevo, autosuficiente. Le cambio hasta el nombre; a partir de ahora sería ‘Kampuchea’. Empezó el llamado año cero.
Todo que recordase el pasado ‘burgués’ debía ser depurado. Se asesinaron a más de 200 mil personas consideradas ‘enemigos políticos’. El hecho de tener gafas o saber francés indicaba una ‘vida acomodada’ y significaba la muerte. Se prohibió cualquier tipo de religión, así como la música, la literatura, el arte, el ocio. Incluso las medicinas extranjeras fueron destruidas pues los remedios tradicionales «eran suficientes».
En 1975 el vecino Vietnam intervino en Camboya para derrocar el régimen de Pol Pot. Fueron 44 meses que acabaron con un tercio de la población del país. Más de un millón de personas murieron de hambre y enfermedades. La práctica totalidad de los médicos, jueces, abogados, religiosos, intelectuales y funcionarios no sobrevivió. Todo el país quedó arrasado.
Los mandos de Pol Pot eran personas cultas, con estudios, como los oficiales de las SS, del KGB o de cualquier dictadura. En momentos de tensión, miedo e incerteza debemos ser vigilantes con los seres ‘mesiánicos’ que prometen seguridad y estabilidad a cualquier precio. La libertad de expresión, de conciencia o el derecho de una sociedad a vivir en democracia son elementos demasiado valiosos para entregarlos a cambio de un falso sentimiento de seguridad. La libertad es tan valiosa que hasta los totalitarios la valoran: tanto lo hacen que la quieren solo para ellos.
_________________________
Fuente: https://pastoralsj.org