Aprender a vivir en la diversidad y sin discriminar suena bien, pero decirlo es más fácil que vivirlo. La violencia escolar es un hecho que se debe encarar desde su raíz, es decir, desde la legitimidad que tiene para niños y jóvenes. ¿Qué pasa en nuestra cultura?
Desde hace un par de años se escucha con insistencia en nuestro país, aunque un poco en sordina, la palabra bullying, asociada a la violencia escolar. Se trata de un vocablo de origen inglés que se traduce como “hostigamiento” o “acoso sostenido” a un alumno o alumna por parte de un par, o por parte del grupo de sus pares, en la escuela.
Llama la atención que esta realidad aparezca rotulada en otro idioma, como si fuese un producto de importación, en circunstancias que el sentido común dice que “esto ha pasado siempre en los colegios”. Sí, es posible que siempre haya habido maltrato, pero el hecho de que exista la violencia intrafamiliar, el abuso sexual a menores y cualquier tipo de violencia en nuestra sociedad, no significa que los ciudadanos debamos pasarla por alto. Mucho menos, negarlo.
UN POCO DE HISTORIA
La compleja realidad de la violencia escolar afecta, según diversos estudios, a aproximadamente un 7% de nuestros niños y jóvenes. Si bien “no es algo dramático” en términos estadísticos, sí debería preocupar que se registre de manera solapada y constante en las escuelas de nuestro país.
Como si el hecho no fuera lo suficientemente duro en sí, cobra relevancia mediática cuando pasa algo feroz, un hecho de sangre que “merece” su presencia espectacular en las portadas.
Pero, sintomáticamente, luego de la irrupción mediática la noticia desaparece como si sólo se tratase de un hecho aislado y no de una práctica habitual.
Y más allá de la visibilidad que puede cobrar un hecho de sangre, existe una situación de maltrato constante que a diario soportan algunos y ejercen otros, bajo el fundamento de que la violencia es legítima. Tratar de negar eso, es no hacerse cargo de la raíz del problema, porque la violencia sí tiene legitimidad entre los jóvenes y obviar esta realidad lleva al fracaso de cualquier intento de solución, según subraya el director del Programa de Seguridad Urbana de la Universidad Alberto Hurtado (UAH), Franz Vanderschueren.
ABRIR EL TEMA, UN COMIENZO
El año 2000 se realizó la primera conferencia mundial sobre violencia escolar en París. Ese fue el primer intento concertado de poner en cuestión este problema global.
Esta preocupación pone en relieve algunos aspectos que es preciso recuperar: que los niños y jóvenes son sujetos de derecho, que este tema es un asunto de Derechos Humanos y no sólo de actitudes propias de los jóvenes ni de situaciones que “siempre han sucedido”. Poner el tema en cuestión es un imperativo para cambiar conductas y modificar una práctica abusiva que finalmente redunda en toda la cultura.
En Chile, la observación de este tema se concretó el año 2005, en la primera investigación sobre violencia escolar, a nivel nacional, realizada por la UAH, con 14.000 encuestas en formato de “autoconfesión” donde cada encuestado relató lo que acontecía en sus espacios escolares.
El bullying puede ser físico y/o psicológico y lo soportan las víctimas, por mucho tiempo, en silencio, pues les avergüenza contar, porque no se atreven o porque piensan que decir algo puede acarrearle más agresiones y que, además, no les van a creer.
El cuestionario se basó en el desarrollado en Francia por Eric Debarbieux, director del Observatorio Internacional de la Violencia Escolar, y que es una herramienta que se ha aplicado en países europeos, algunos latinoamericanos —como Brasil— y Canadá. En Chile, el cuestionario fue adaptado a nuestra realidad en conjunto entre la UAH, el Mineduc y el Ministerio del Interior. Se abarcó todo tipo de violencia en la escuela y no sólo el bullying.
Es preciso destacar que la violencia en sus diferentes manifestaciones, comienza en la sala de clases, vale decir, a la vista de los profesores, comenta Vanderschueren. Ellos perciben lo que ocurre, pero lo asumen como un hecho que molesta su propio trabajo y no como algo que vulnera los derechos de los alumnos y que les puede provocar daño.
DISTINTOS GRADOS DE ABUSO
La violencia en la escuela se da en distintas formas, pero en todas ellas hay un mínimo común denominador: la intención de hacer daño al otro. Se trata de desconocer al otro como un “legítimo otro en la convivencia”, lo cual provoca la discriminación y luego da paso a la violencia.
Es importante tener en cuenta que el abuso se da en una tríada que está compuesta por un agresor, una víctima y la audiencia que valida al agresor, con su presencia en el acto violento y con su silencio cómplice ante el profesor y los padres.
Entre los tipos de violencia observada y descrita en los estudios, realizados en Chile y el mundo, se consignan a lo menos cinco: la verbal, con la intención de insultar; la más dañina, la sicológica pues corrompe la dignidad de los sujetos y los derrumba emocionalmente; la física, no como juego, sino con voluntad de dañar; la delictual, que va desde el robo hasta la utilización de armas para ejercer la fuerza, y el bullying, que es el hostigamiento sostenido a un sujeto por parte de un agresor y con la venia del grupo que participa de manera “pasiva”, alentando el hecho y validando al agresor.
El bullying puede ser físico y/o psicológico y lo soportan las víctimas, por mucho tiempo, en silencio, pues les avergüenza contar, porque no se atreven o porque piensan que decir algo puede acarrearle más agresiones y que, además, no les van a creer. En el último tiempo la tecnología juega un rol predominante pues tanto en Internet como en otros medios audiovisuales, los agresores se escudan en el anonimato para dañar emocionalmente al agredido (lo difaman o sencillamente “suben” imágenes del maltrato perpetrado a la víctima).
En este drama, todos quedan dañados. Y configurar el hecho es muy difícil porque la información —si es que llega al profesor— es fragmentada, y se basa en el ocultamiento, comenta el profesor del colegio Saint George, Fernando Marín, profesional con vasta experiencia en el trato con jóvenes.
Considerar de manera efectiva el abuso en la escuela pasa por realizar una adecuada observación, porque se corre el riesgo de banalizar este hecho al considerar que todo es bullying. Si todo fuera bullying finalmente nada o todo sería maltrato y —por lo mismo— la credibilidad del agredido será otra vez cuestionada. Por ello es preciso establecer parámetros concretos y tener un conocimiento de campo de los modos de relaciones entre los individuos en la escuela, conocer y comprender los códigos de los jóvenes que son múltiples, diversos y cambiantes.
EL ROL DE LOS ADULTOS
La violencia “es un tema de lenguaje”, dice Vanderschueren, y por lo mismo es necesario que los profesores conozcan el código de los alumnos: quienes realizan un acto de violencia en la escuela quieren mandar un mensaje y es necesario percibir esto.
Para Marín es esencial para resolver la violencia escolar que el profesor conozca a sus alumnos.
En el maltrato y abuso se da un fuerte grado de discriminación, de falta de respeto a la diversidad y de una jerarquización que se debe acatar por la ley del más fuerte.
La sicóloga María Elena Gorostegui, subdirectora de la Escuela de Sicología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, considera que el tema de la jerarquización es normal y natural, pero que el problema hoy es que son los más violentos los que asumen los lugares de mayor liderazgo:
-Esto no constituiría problema cuando el enfrentamiento se da entre iguales y con reglas del juego claras, como es el caso de un partido de fútbol; sí constituye un problema cuando se está en desigualdad de condiciones, como es el caso específico del bullying. Esta relación de asimetría es perversa porque quien está abajo no tiene posibilidad de validar lo que le ocurre. Está invisibilizado. No le creen y no es sujeto de reparación.
-Quienes tienen posibilidades lo hacen cuando el tema ha sido abierto y hay un daño muy grande. Paradojalmente resulta menos compleja la rehabilitación del agresor que la de la víctima porque en el primero se debe inhibir conductas, en cambio en el otro se debe comenzar por construirlas, comenta Gorostegui.
Es importante tener en cuenta que el abuso se da en una tríada que está compuesta por un agresor, una víctima y la audiencia que valida al agresor, con su presencia en el acto violento y con su silencio cómplice ante el profesor y los padres.
-Pero hay otro grupo que a mí me preocupa enormemente y que es el peor en términos de pronósticos. Me refiero, al coro griego que presencia impávido la agresión sin atreverse a defender a la víctima por temor a ser víctima. Sus miembros están aprendiendo a no ser solidarios y a sumarse siempre al más fuerte, en la misma dinámica cultural que prima hoy, en la del éxito y la ley del más fuerte. Lo que es muy preocupante en términos valóricos.
En ese escenario, según agrega la profesional, la asimetría de poderes hace que sea inútil la mediación como herramienta para resolver el problema. Se está ante un desequilibrio de fuerzas y no se trata de un conflicto propiamente tal porque no hay realmente dos que se opongan sino que hay un poderoso y un sometido.
El problema es muy complejo, pero hay características culturales que dan luces sobre esta realidad escolar. Por ejemplo, que se valore más el éxito y la competencia que la convivencia y la solidaridad es algo que no se ha asumido como característica propia de los chilenos.
¿EN QUÉ CULTURA ESTAMOS?
¿En qué cultura estamos? ¿Nos reconocemos realmente como somos? ¿O los mitos sobre nuestra idiosincrasia hacen que no nos demos cuenta de la realidad que estamos construyendo? ¿Cuáles modelos y valores sociales y culturales les estamos transmitiendo en la realidad cotidiana a nuestros hijos?
-Basta ver el grado de violencia que hay en las calles, cualquiera que maneje un auto sabe de eso -comenta Fernando Marín-. Es algo cotidiano que tal vez ni siquiera advertimos, pero esas actitudes transmiten valores. Y el mensaje para los jóvenes es que gana el más violento y que es legítima esa violencia.
La violencia es percibida por el 65% de los alumnos en Chile como algo legítimo, según la encuesta de la UAH realizada en 2005. Y este es un punto central. Las respuestas de quienes reconocen observar violencia están presentes en porcentajes variables, en un rango que va desde un 80% en los colegios más difíciles y de mayor violencia, a un 49% en los colegios más “pacíficos”.
Las diferencias entre un colegio público y uno privado es que generalmente en este último tiende a manifestarse mayormente el maltrato psicológico.
Si el alumnado cree que la violencia es un hecho legítimo, cualquier política nacional que se desarrolle para menguar esta realidad, debe considerar este dato y no puede limitarse a llamar a la convivencia, porque sencillamente esas serán sólo palabras y el discurso no servirá de nada.
-En esto se da una dinámica parecida a la cárcel, donde el sujeto no quiere ser pasado a llevar y aplica, como en el fútbol, que la mejor defensa es el ataque. En un ambiente violento la persona se ve obligada a aplicar la violencia, expresa Vanderschueren.
Hay que advertir que el abuso es distinto en la escuela que, por ejemplo, en la violencia intrafamiliar donde hay un mandato explícito por parte del agresor a guardar silencio o si no habrá represalias. En la violencia escolar el agresor necesita audiencia, es el grupo que legitima su actuar, pero el silencio es de la víctima que no se atreve a hablar ni con sus padres ni con los profesores de lo que le sucede.
Abordar el problema de la violencia escolar es abordar el entorno, porque el primer actor, el primer testigo, es la audiencia. Así, si se deslegitima la violencia, cambia la mirada: la violencia no es legítima y el asunto se convierte en un tema de Derechos Humanos.
DÉJÀ VU EN NUESTRA CULTURA
María Elena Gorostegui opina que en cada cultura la violencia adopta formas diversas para manifestarse. De igual manera, la violencia escolar se expresa en concordancia con las características de su propia idiosincrasia. No es de extrañar, entonces, que las dinámicas que subyacen al bullying traigan a la memoria comportamientos pasados y relativamente recientes de nuestra historia nacional.
Frases como “algo habrá hecho para que le haya pasado lo que le pasó” producen una suerte de flashback que nos lleva al país de hace treinta años atrás.
En efecto, el problema de los Derechos Humanos y la impunidad ha creado, querámoslo o no, una realidad cultural donde prima el poder de la fuerza, con el agravante de que la víctima no está segura de si habrá sanción para el agresor. Aún más, no sabe si le creerán o no, o si habrá reparación.
Tanto la sicóloga Gorostegui como el profesor Marín perciben en este asunto algo como un déjà vu, en que el abuso escolar y su cara más publicitada por los medios, el bullying, no sería algo nuevo, sino algo que se da aquí y hoy, pero respondiendo a patrones que corresponden a una cultura específica.
Hay características culturales que dan luces sobre esta realidad escolar. Por ejemplo que se valore más el éxito y la competencia que la convivencia y la solidaridad, es algo que no se ha asumido como característica propia de los chilenos.
En Chile no hay un espacio social, más allá de la consulta del psicólogo, donde la víctima pueda ser reparada. Y tampoco se le cree a la víctima en los colegios, salvo si ocurre un hecho que involucre su salud. El agredido no tiene un espacio donde validar lo que le pasó.
-Casi, casi como los familiares de los torturados y de los propios torturados políticos, que no contaban en tiempos de la dictadura con un espacio donde ser reconocidos y donde fueran escuchados y validados en lo que les pasó, sino que eran sistemáticamente invisibilizados. Y eso era parte de la tortura, comenta la especialista.
Hay un hoyo negro entre lo que fue la violación a los Derechos Humanos y lo que es la cultura hoy, donde aparentemente no pasa nada, borrón y cuenta nueva. Si no se repara, si no se asume lo sucedido antes, se reproducen esos comportamientos en la cultura.
-La lectura que se puede hacer de eso, especialmente en el caso de los jóvenes, es que es posible hacer lo que uno quiere y no habrá sanción y tampoco reparación. Si un país cerró los ojos a la justicia y a la verdad, termina creando este tipo de reacciones, opina Marín.
Y como si fuera poco, el cambio cultural, ¿qué dice hoy?: que lo que se valora es el éxito a costa de lo que sea, el dinero a costa de lo que sea. En la violencia escolar hay una reproducción de un modelo social que releva todo aquello y no le interesa la bondad, la convivencia, la solidaridad. Los jóvenes no se sienten sujetos de derecho.
Y a pesar de los intentos de poner los temas como la democracia, la educación para la democracia en los cambios curriculares como tema transversal, no ocurrió y muy pocos establecimientos incluyeron esos temas en sus currículos.
-Por eso echo de menos los análisis más globales. Porque acá todo se particulariza y ese es un riesgo porque además todo es tremendamente efímero y no se buscan soluciones profundas, con el reconocimiento de la raíz cultural del problema. Por eso es tan importante abrir esta conversación, que vaya más allá de lo puntual y aborde el tema de la violencia en general y, en la escuela, en particular, desde una perspectiva macro, subraya el profesor.
Todo esta conversación, entre otras aristas, lleva a preguntarse cuál es el país que estamos construyendo y cuáles son los valores que estamos inculcando a los jóvenes. A lo mejor no es demasiado aventurado volver a cuestionarse: ¿qué país queremos? Y, ¿qué estamos haciendo para construirlo? MSJ