¿Yo no me arrodillo ante nadie?

En la adoración a Jesús de los magos vemos un mensaje que es absolutamente transgresor y contracultural hoy.

Hoy nos movemos entre dos extremos. Por una parte, están quienes solo se adoran a sí mismos. Serenos, seguros, quizás también autosuficientes, convencidos de que nada o nadie tiene la dignidad suficiente para que doblemos la rodilla. Seguro que alguna vez has oído a alguien exclamar, con convicción, «yo no me arrodillo ante nadie». Y quiere ser un grito de rebeldía, de dignidad, de resistencia, una proclamación del valor de la propia vida, una forma de resistir a cualquier actitud que pueda sonar a sumisión.

En el otro extremo, está quien adora banalidades. Quien idolatra pequeños diosecillos convertidos en el centro del mundo. Quizás una caricatura permite entenderlo bien, y es el gesto que se hace a menudo como señal de admiración ante algún gran deportista. Hemos visto a gente «adorando» a futbolistas, tenistas, dándoles calificativos que van desde el de leyenda a la propia divinidad. La mayoría de las veces quiero creer que estas son poses con mucho de género literario. Pero es verdad que, en ocasiones, ante alguna noticia, llego a dudarlo al ver cómo algunas personas llegan a «adorar» a sus héroes deportivos. Pero bueno, como digo, eso es la caricatura. La verdadera adoración del becerro de oro es el convertir en absolutas dimensiones de la vida que, por muy importantes que sean, nunca deberían convertirse en lo innegociable: la riqueza, el poder, la belleza, la diversión…

Y, sin embargo, celebramos —en la fiesta de los Magos, en esta memoria de la Epifanía— que sí hay realidades en la vida que merecen que las pongamos en el centro y ordenemos toda la vida alrededor de ellas (eso es adorar). Lo sorprendente del mensaje de los magos es que ellos descubren que esa grandeza está oculta a los ojos de quienes solo buscan brillos. Que esa fuerza es débil. Que esa centralidad se encuentra en lo marginal.

En la adoración a Jesús de los magos vemos un mensaje que es absolutamente transgresor y contracultural hoy. Quitarse uno mismo del centro, y quitar también pompas y vanidades, para poner ahí al Dios que nos abre al prójimo. Tan sencillo, tan complicado, tan eterno.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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