1. En el mismo espacio se da la zarza (Cf. Ex 3,1-17) y el becerro (Éxodo 31,18-34). El Sinaí es un espacio paradójico.
2. La zarza es la imposibilidad del Nombre divino. Como dice Gershom Scholem: “El nombre de Dios es invocable, pero no es pronunciable; porque solo lo que tiene de fragmentario hace al lenguaje susceptible de ser hablado. No se puede hablar el lenguaje “verdadero”, del mismo modo que no se puede realizar lo absolutamente concreto”. La zarza es, por tanto, el fragmento de un Misterio, es una insinuación de lo divino. Como dice el poeta José Luis Bobadilla: “(la naturaleza) insinúa – pero de modos sutiles”. El becerro no conoce de sutileza.
3. El becerro de oro es una profanación del Nombre y de la posibilidad. El becerro revela el querer idolátrico que el ser humano le aplica a Dios.
4. La zarza inaugura el límite. Moisés no puede acercarse a la zarza. La zarza inaugura el espacio del silencio.
5. La zarza es el nombre de la incertidumbre. La zarza es posible pensarla desde la expresión “imagen de un ausente” que deletrea la poeta Micaela Paredes.
6. El becerro de oro elimina lo borroso. Es pura visión, pura positividad (Byung-Chul Han). Al no haber borrosidad ni tiniebla el ojo mira directamente y, al mirar directamente, se elimina toda imposibilidad. El becerro es el nombre del dios que puede ser conocido, pronunciado y escrito. El becerro no tiene límite. Es la figura de un poder violento.
7. La zarza contiene el Nombre, con mayúscula. Afirma y esconde una Presencia. La zarza es Nombre, pero nombre im-pronunciable. La zarza nombra y calla. Como dice el poeta Javier Abarca Medel: “Nombrar también es guardar silencio”.
8. La zarza esconde la Presencia. Si el lenguaje nos sirve para la experiencia teológica, como dice Giorgio Agamben, el lenguaje contenido en la zarza es uno roto y fragmentado.
9. La zarza tiene que ver con el “intervalo”, porque, como dice el poeta José Luis Bobadilla, “un intervalo puede ser los silencios”.
10. El lenguaje que nos sirve para la zarza es el lenguaje poético. La poesía desbarata la lógica de la causa-consecuencia que tan pacientemente nos hemos construido. El becerro de oro se construyó de manera paciente. El becerro no soporta el lenguaje poético, aunque a veces transformamos la poesía en un becerro.
11. La poesía es más zarza y (debe ser) menos becerro. Al ser más poesía, la zarza se mira con asombro. El becerro, al quitar el velo, destruye el asombro.
12. El Dios en la zarza es poético porque está en el límite de lo indecible. Al no poder decirse de manera total la poesía traduce de modo precario, limitado y provisorio lo acontecido en la zarza.
13. El becerro cierra de manera violenta. Es una visión única y absolutista. La zarza abre en la imposibilidad. La zarza es un juego de múltiples lecturas. El becerro solo tiene una lectura. La zarza no es ídolo, es distancia. El becerro no es distancia, es ídolo.
14. En la zarza y el becerro encontramos dos racionalidades: el becerro es la racionalidad del ídolo, de lo idolátrico, de lo manifestado en toda su visibilidad. Es la racionalidad que no soporta ni permite la niebla, la incertidumbre y el lenguaje provisorio. La zarza es la racionalidad de lo no apresable, de lo que provoca sorpresa y crea la espiritualidad.