Miremos los acontecimientos desde el futuro. Imaginemos el mejor de los escenarios. La utopía es fundamental, mientras más lejos lancemos el anzuelo, más posibilidades tendremos de pescar. Está en curso nada menos que algo parecido al paso de la adolescencia a la adultez. Cada etapa de la vida tiene sus derechos. Puesto que las transiciones son imperiosas, que el país alcance la mayoría de edad es indispensable.
Nadie puede desconocer la importancia de esto que nuestra civilización llama adolescencia. En la medida que la sobrevivencia de la especie se hizo más compleja, la humanidad necesitó inventar una etapa de formación extensa. Hubo otra etapa en que, por un rito de iniciación, se pasaba directamente de la niñez a la adultez. Hoy este tránsito es mucho más difícil. ¿No toma años a los jóvenes llegar a formar una familia? Este es tal vez el mayor ideal en la sociedad chilena actual. Las chilenas y los chilenos en su gran mayoría se hacen responsables de que su familia no zozobre a la primera de cambio.
La adultez consiste en responder por sí y ante sí a los compromisos hechos propios. La persona adulta no puede aflojar ante las dificultades. Sabe que no debe desesperarse. Ha de aguantar el peso de cargar con otros, con los niños propios, con los ajenos, con sus progenitores, y, además, consigo misma.
La adultez consiste en responder por sí y ante sí a los compromisos hechos propios. La persona adulta no puede aflojar ante las dificultades. Sabe que no debe desesperarse.
En esta estamos. Cito a Daniel Innerarity que describe una transformación en la democracia: “Como sociedades democráticas debemos discutir acerca de lo que sabemos, de lo que no sabemos y de todas las formas de saber incompleto a partir de las cuales hemos de tomar nuestras decisiones colectivas” (La sociedad del desconocimiento, Barcelona 2022). Se ha vuelto sumamente complejo gobernar en democracia. Pero corresponde hacerlo. La alternativa dictatorial no canaliza las demandas múltiples y los nuevos derechos que reclama una ciudadanía ansiosa de mayor humanidad. Las dictaduras tratan a los ciudadanos como infantes. El totalitarismo resuelve todo con la censura y la policía.
El plebiscito del domingo es una buena señal. Por de pronto, la democracia se fortalece con su ejercicio. La clase política repara sus pecados habiendo creado las condiciones para encauzar las demandas de justicia, de igualdad y de diversidad. Los constituyentes hicieron la pega a pesar de sí mismos. Pero es también una buena señal porque, aun en un ambiente enrarecido por el griterío y las mentiras de lado y lado, la gente más sensata constata que hay buenas razones para votar el Apruebo o el Rechazo. La ciudadanía oye argumentos de la gente mejor preparada y más experimentada, y no sabe bien a quién hacer caso. Por lo mismo, no cae en la tentación de maldecir la postura contraria. Respetar al prójimo es el resumen de la adultez. Hoy es menester tomar decisiones políticas sin tener el conocimiento suficiente, cargando conscientemente con el riesgo de equivocarse y respetando a quienes tienen una posición política distinta.
Pasamos por un gran momento. Esperamos que al día siguiente haya cambio de camisetas. Sería penoso que ganen las barras bravas. El país ha de seguir practicando la democracia. Urge pasar de una forma de democracia a otra. La primera fue buena, ¡costó tanto recuperarla! La segunda se abre paso con una clase política que debe aprovechar la garra de los jóvenes, tolerarles algunos arañazos y cortarles las uñas de vez en cuando. Salvo algunos despliegues de inmadurez de mal pronóstico, la sensatez está primando.
La democracia incluyente e igualitaria que el país va forjando dependerá de la maduración de los jóvenes y de unos adultos que deben llegar a entender que nace algo nuevo.
Fuente: http://jorgecostadoat.cl/wp