China: ¿Imperio del Medio o Imperio del Miedo?

China, más que cuestionar el sistema económico mundial, busca sacar provecho de él. El gran desafío por delante será mantener esa hoja de ruta en un entorno de complejidad.

Y no escribí ni la mitad de lo que vi.
Marco Polo

La confirmación de Xi Jinping como presidente de China por un segundo mandato, sumada a los honores que le anexaron (figura central o núcleo del Partido, incorporación de sus pensamientos a la Constitución y —muy significativo— jefe del poderoso Comité Militar), no solo deja abierta la puerta para ulteriores mandatos sino que desnuda un secreto a voces: la preocupación de la dirigencia por fortalecer un liderazgo imprescindible para mantener al país en una senda del crecimiento con gobierno de mano firme.

No está en discusión la destreza política de Xi; la cuestión de fondo son las dudas y preocupaciones en la cima del poder (y no solo en la clase política) centradas en el futuro, luego de décadas de un desarrollo que plantea interrogantes y contradicciones. Y allí surge una incógnita esencial: ¿es indefinidamente sustentable la conjunción entre capitalismo y comunismo que China experimenta desde que Deng Xiaoping recuperó el poder a fines de los años ’70? Un sistema que puede avanzar y asombrar al mundo, pero también engendrar malformaciones que lo lleven al colapso.

Lo que se llamó Consenso de Beijing(1) sostuvo que la población no se preocupa demasiado por la democracia, la libertad de expresión y el libre mercado, si el gobierno asegura el progreso económico. Sin embargo, la realidad parece no confirmar esa hipótesis: cuando en una sociedad el ingreso medio per cápita alcanza un nivel del orden de los 5.000 dólares anuales, los reclamos primero asoman y luego se tornan perentorios. En 2017 China sobrepasó la barrera de los 8.000 dólares y no es de extrañar que las protestas se hagan oír y, no lejos, asome el fantasma del estallido social.

La gran transformación se puede simbolizar viendo cómo en Shanghai, el monumento en honor de Mao Tsé-tung queda oculto entre los gigantescos rascacielos que lo rodean. En el siglo XXI China es una potencia de peso en la escena internacional; segunda economía del mundo; uno de los cinco países con asiento permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sus fuerzas armadas están modernizadas con equipamiento sofisticado, incluyendo el arsenal nuclear y una gran capacidad misilística. Fuentes de inteligencia sitúan su gasto militar en el orden de los 115.000 millones de dólares anuales, uno de los más elevados del mundo. Desde esta perspectiva, no faltan augures que especulen con la transmutación del Imperio del Medio en un imprevisible Imperio del Miedo.

Sin embargo, como se ha dicho con razón, China, más que cuestionar el sistema económico mundial, busca sacar provecho de él. El gran desafío por delante será mantener esa hoja de ruta en un entorno de complejidad. El rumbo que viene siguiendo el país implica tener presente que sus conductores han cuestionado a Marx, que había pronosticado el derrumbe del capitalismo debido a sus contradicciones. Enfatizan que el capitalismo se mantiene, se fortalece y exhibe una notable capacidad de adaptación. Un análisis del China Daily sostiene que el éxito alcanzado se debe a haber aplicado al pie de la letra el Consenso de Washington; un documento atacado ruidosamente en América Latina, que lo considera como una siniestra maquinación del imperialismo.

INTERLUDIO PERSONAL

Conocí a Deng Xiaoping en Beijing, en 1980. Más que sus palabras, previsiblemente cordiales y diplomáticas, me atrapó su figura: muy bajo, llevaba un modesto traje mao, y se recostaba en un gran sillón. A sus pies lucía la infaltable salivadera, propia de una tradición que cree saludable y socialmente aceptable no escatimar salivazos. Su expresión lo decía todo: una imperturbable sonrisa transmitía la certeza de quien se sabe dueño del control total, aunque por entonces el Presidente formal fuera, por poco tiempo, Hua Guofeng, sucesor de Mao. Difícil profetizar entonces que con el ascenso de Deng se iniciaba la gran transformación que, con asombrosos logros y no menos sorprendentes contradicciones, llega hasta nuestros días.

El cambio comenzó con tímidas señales de apertura que en junio de 1989 se tradujeron en demostraciones pacíficas en la plaza Tiananmén, el corazón de Beijing. El clima era festivo, pero cuando la multitud colmó el lugar, terminó en una inexplicable represión con un número estimado y nunca del todo esclarecido de 800 muertos. Aquel poder total, como seguramente el de hoy, era un poder con temores. Rondaba la obsesión por mantener a cualquier precio el control, algo que persiste hoy en los intrincados laberintos del establishment. En lo alto, la atmósfera está lejos de la calma.

Tanto o más pesada es la atmósfera material, que se ven obligados a respirar los habitantes de las grandes metrópolis con sus rascacielos deslumbrantes. Hoy Beijing convive con un smog casi insoportable. Los más ricos se encierran en casas con instalaciones permanentes de aire purificado; los todavía más, más ricos pueden permitirse un jardín sellado, también con aire puro. El resto respira como puede. Hace una década la Agencia del Medio Ambiente de los Países Bajos informaba que China iba a la cabeza del mundo en cuanto a emisiones de dióxido de carbono. Nada parece haber cambiado.

En pleno avance del cambio, un dirigente populista, el entonces primer ministro Wen Jiabao, se animó calificar al desarrollo de China de inestable, desequilibrado, descoordinado e insostenible. Veía un desastre si su país seguía por un camino que juzgaba de un irresponsable desenfreno. No lo dijo, pero desde su perspectiva resultaba evidente que la forma de evitar el colapso era administrar un proceso que parecía tornarse ciego. Pocos años después surgía, con aval indiscutido, Xi Jinping, el “nuevo timonel” que el país reclamaba.

En su primer discurso como Presidente, en 2014, Xi mencionó solo una vez la palabra “socialismo”; claramente impulsaba una etapa de flexibilización del régimen comunista e instaba a una mayor receptividad hacia ideas diferentes. También marcó allí su determinación de poner fin a la corrupción y sacar a 80 millones de habitantes de la pobreza extrema. Buscando reemplazar el Made in China por el Designed in China, lanzó una búsqueda de 2.000 profesionales del exterior, capaces de aportar la excelencia que el país requería. La captación de cerebros en el mundo pasaba a ser una prioridad.

Históricamente, China, o acaso sus elites, parecen tener la rara capacidad de descubrir dirigentes dispuestos a habérselas con desafíos que a primera vista parecen insuperables. En el caso de Xi, se trata de llevar a buen puerto una nueva etapa de transformación: hacer viable y sustentable un cambio radical que hasta no hace mucho parecía imposible, pero que la información objetiva muestra que se logró. Por ejemplo:

— China consume la mitad del cemento que produce el mundo, la tercera parte del acero y la cuarta parte del aluminio.
— Los chinos compran más autos que los norteamericanos y tres veces más heladeras, lavarropas y aparatos de aire acondicionado.
— Es el país donde se construyen más iglesias cristianas en el mundo ¡que rivalizan por exhibir la torre más elevada!
— Un cajero automático despacha oro; la meta es que haya 2.000.
— En 2006 finalizó la construcción de la represa más grande del mundo (2.310 metros de largo y 185 de alto) en la garganta del Yangtze.
— Por sus tenencias en Bonos del Tesoro de los Estados Unidos (en el orden de los 800.000 millones de dólares) China es el principal acreedor de ese país.
— En 2004 envió un astronauta al espacio, algo hasta entonces exclusivo de los Estados Unidos y Rusia. Ese mismo año lanzó un módulo del tamaño de un vagón de ferrocarril, base para una estación orbital propia.
— El chino más rico (un magnate industrial) integra el Comité Central del Partido Comunista, algo insólito con los criterios tradicionales.
— En 2011 se inauguró el puente más largo del mundo (42 kilómetros).
— En 2006 el ferrocarril más elevado del mundo alcanza los 5.072 metros en un trayecto de 1.100 kms. hasta Lhasa, capital del Tíbet.
— En 2005 el entonces presidente venezolano Hugo Chávez clausuraba 80 locales de McDonald’s; China informaba que su red de restaurants de esa firma se ampliará hasta el millar.

NO TURNING BACK

China llega a un punto de no retorno, “obligada” a seguir creciendo por el camino iniciado hace más de treinta años. El pueblo chino sufrió hasta extremos inconcebibles en la era de Mao; hay jóvenes que hoy critican el “culto del dinero y la ola de lujo que llega de Occidente”, pero es muy poco probable que acepten regresar a un pasado de privaciones y sacrificios. Y esta contradicción explica la “entronización” de Xi como líder supremo, aún por encima de Mao.

No se olvidan fácilmente las inenarrables hambrunas y los desbordes de su Revolución Permanente, su “Gran Salto Adelante” (1958) y sobre todo su “Revolución Cultural” (1966-1977). Para no hablar de guerras: el Kuomintang, Corea, India, choques con la URSS, crisis de Taiwán… Hoy persiste una suerte de “puritanismo” colectivo que se manifiesta en contra de la “ambición materialista”, pero muy pocos extrañan ese pasado fundacional de la “Campaña de las Cien Flores” (1956) pregonada por Mao como puerta de acceso al paraíso de la “Gran Armonía”.

Con obstinación y millones de muertos, el Gran Conductor desafiaba a sus enemigos y afirmaba que a su pueblo no le asustaban las armas nucleares: “No tienen que asustarnos las bombas atómicas y los misiles. Estalle la guerra que estalle, convencional o termonuclear, la ganaremos. En cuanto a China, si los imperialistas desencadenan la guerra contra nosotros, podemos perder más de 300 millones de personas. ¿Qué importancia tiene? La guerra es la guerra. Pasarán los años, pondremos manos a la obra y engendraremos más hijos que antes”(2).

Es cierto, Mao podía esgrimir el ominoso recuerdo de la humillación del siglo XIX, cuando las potencias europeas forzaron a China a abrir sus puertos al comercio e instalar embajadas en Beijing. Los chinos no comprendían que hubiera en el mundo países capaces de vencer al suyo. China se vio siempre a sí misma como única, el Imperio del Medio, el País del Centro (del Universo) superior al resto casi siempre ignorado. Durante ese siglo a los dignatarios chinos les resultaba imposible aceptar que “los bárbaros” emplearan la fuerza contra su tierra de “Todo Bajo el Cielo”.

LA GRAN TRANSFORMACIÓN

Pero la realidad presente obliga a reexaminar de cerca los escenarios: es evidente que los estamentos del poder nunca podrían olvidar a la otrora poderosa Unión Soviética, que implosionó precisamente cuando alcanzaba un aceptable ascenso social, ya perceptible en la época de Khruschev y mucho más con la perestroika y la glasnost de Mihail Gorbachov. Pensar que la dirigencia china no toma en cuenta las circunstancias del derrumbe soviético, que cambió el rumbo de la historia, es sencillamente no entender cómo funciona el mundo.

Lo único que el Gobierno chino no puede permitirse es que se desacelere su economía: el Producto Bruto Interno(3) creció el 8,5% en 2000; subió al 10% en 2004; saltó a un increíble pico del 14,3% en 2007; se mantuvo entre el 9 y 10% entre 2008 y 2011; osciló en torno del 7 y el 8% entre 2012 y 1014; fue del 6,9% en 2015 y 6,7% en 2016. Para 2017 se estima que el crecimiento cerrará en el 6,5%, un valor más que aceptable cuando la expectativa para el mundo en su conjunto es de un 3,5%: 2% en los Estados Unidos, 1,8% en Alemania y 1,4% en Rusia (aunque fue del –2,8% en 2015 y del –0,2% en 2016). La economía china no exhibe hoy las vertiginosas tasas de la primera década del siglo XXI, pero en cualquier caso aventaja a economías relevantes.

El recorrido para comprender a China y mucho más vislumbrar su futuro puede no tener fin. Un intento que pasó a la historia fue el del erudito Joseph Needham, volcado en 16 enormes volúmenes, en sí mismos una hazaña de diseño y tipografía. Fue un sorprendente intento, que al cabo se tornó imposible, de volcar allí “todo” lo referido a China(4). En su modesta escala, este artículo merece concluir con un pensamiento que ilustra la inmensa sabiduría de K’ung Fu-Tzu, a quien conocemos como Confucio (551-479 AC): “¿Por qué me odias, si no hice nada por ayudarte?”.

NOTAS

(1) La política exterior de Beijing, especialmente hacia los países en desarrollo, y particularmente hacia África. El presente artículo es deudor, entre otros, de Emilio Cárdenas. Ver su muy completo ensayo en Revista Agenda Internacional, Nº 26.
(2) Citado por H. Kissinger: China, Ed. Debate, Buenos Aires, 2012
(3) Fuente, Banco Mundial (2017).
(4) Cf. George Steiner, “Chinoiserie” en Los libros que nunca he escrito, Fondo de Cultura Económica, 2008.

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Fuente: www.revistacriterio.com.ar

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