Daniel Portillo Trevizo: «En la base de los abusos hay dinamismos más profundos, que podríamos denominar eclesiopatías»

Entrevista con el director del Consejo Latinoamericano de CEPROME, Centro de Investigación y Formación Interdisciplinar para la Protección del Menor, de México, quien además es profesor del Instituto de Antropología y Estudios Interdisciplinares sobre la dignidad humana y el cuidado de las personas vulnerables de la Pontificia Universidad Gregoriana.

“El problema ha evidenciado dinamismos más profundos, nuestra manera de relacionarnos en la Iglesia, el ejercicio del poder, la corrupción, las colusiones perversas, las negligencias, los encubrimientos y las fallas éticas en el ejercicio del liderazgo, en fin, una serie de comportamientos que, sin ser sexuales, están a la base de los abusos”, señala el director del Consejo Latinoamericano de CEPROME, Centro de Investigación y Formación Interdisciplinar para la Protección del Menor, de México. Es además profesor del Instituto de Antropología y estudios interdisciplinares sobre la dignidad humana y el cuidado de las personas vulnerables de la Pontificia Universidad Gregoriana, Roma.

¿Cuál es la misión de este instituto?

El Instituto de Antropología y Estudios Interdisciplinares sobre la dignidad humana y el cuidado de las personas vulnerables asumirá la labor del Centre for Child Protection, continuando con el trabajo de investigación y formación pionero en el campo de la protección de la infancia, con un cuerpo docente propio, con la capacidad para ofrecer diplomados y otorgar titulaciones académicas de “Licentiate in Safeguarding” y de doctorado en Antropología.

Esta transformación que se propuso el Centre for Child Protection bajo el sobresaliente liderazgo del jesuita Hans Zollner, y aprobado por el Consejo Directivo tras haber escuchado al Senado de la Pontificia Universidad Gregoriana, ha sido aprobada por la Congregación para la Educación Católica, creando así un nuevo marco institucional para el trabajo que ha venido desarrollando hasta hoy.

El Instituto, a su vez, pretende profundizar en la dimensión de la formación y de la investigación, confirmando el compromiso de la Pontificia Universidad Gregoriana con el trabajo de la protección de los menores y de las personas vulnerables.

Esta nueva instancia ha iniciado oficialmente sus labores el 1 de septiembre de 2021, asumiendo la responsabilidad de todas las actividades encomendadas al Centre for Child Protection hasta el momento.

Usted coordinó el libro Teología y Prevención, y se dijo en su momento que los autores hicieron un “voto de libertad”. ¿Por qué? ¿Quiere decir que sobre este tema aún existen factores externos que restan libertad?

La publicación de Teología y Prevención, editada en Sal Terrae, es una respuesta a la necesidad de abordar la problemática de los abusos desde la teología. Una cuestión que no se ha reflexionado lo suficiente y es fundamental a la hora de abordar el fenómeno, desde la prevención y la reparación a las víctimas.

Desde una perspectiva interdisciplinar, plantea una investigación cercana a la teología latinoamericana, profundizando en los conceptos directamente relacionados con el trabajo de la prevención; como la eclesiología, el celibato y la necesaria reestructuración a partir del discernimiento moral.

El libro está dirigido a personas interesadas en la teología y la prevención del abuso. El prólogo fue escrito por el Papa Francisco, quien ha venido acompañando la misión que hemos realizado en América Latina. Con respecto al “voto de libertad”, me refiero a que los autores no se han reservado nada para ellos, al contrario, han hecho “un voto de libertad” en la manera cómo han intentado escribir y transmitir todo aquello que desde la fe quieren manifestar. Nuestra fe misma nos exige la manera como debemos esforzarnos por transmitir cada una de nuestras reflexiones que con toda libertad hemos redactado en todos los artículos.

La publicación ofrece “una lectura dinámica a través de diferentes enfoques teológicos y pastorales que no solo evidencian y analizan los mayores desafíos para la Iglesia católica, sino que también incluyen algunas propuestas que puedan ofrecer caminos de solución”.

Luchar contra los abusos, recuerda Francisco en el prefacio de la misma obra, es “propiciar y potenciar comunidades capaces de velar y anunciar que toda vida merece ser respetada y valorada; especialmente la de los más indefensos que no cuentan con los recursos para hacer sentir su voz”.

¿Cómo describir y reconocer el abuso de conciencia?

Me remito a un autor chileno, que respeto y admiro, Samuel Fernández, que define el abuso de conciencia en el ámbito católico como un tipo de abuso de poder —jurídico o espiritual— que controla la conciencia de la víctima hasta el punto que el abusador, tomando el lugar de Dios, obstruye o anula la libertad de juicio de la víctima y le impide estar a solas con Dios en su conciencia. Este tipo de abuso es perpetrado por un representante de la Iglesia, que es respaldado por la Iglesia como digno de confianza. Por lo tanto, el abuso de conciencia siempre tiene una dimensión institucional. Este tipo de abuso daña la dignidad humana y, a menudo, lesiona a la persona a nivel espiritual, psicológico y físico. Además, el mismo autor dentro de un artículo que se publica en una obra cojunta con varios autores sobre los abusos no sexuales y la reparación, editada por PPC España, señala algunos aspectos de cómo reconocer los abusos de conciencia:

-Exigencia de obediencia en nombre de Dios. Se refiere a cuando los líderes abusivos tienden a exigir obediencia ciegasin límites. Asimismo, cuando cualquier cuestionamiento es visto como una infidelidad o falta de generosidad, pues, al abusador, solo le satisface la obediencia ciega.

-Arbitrariedad en el ejercicio del poder. Fernández describe cuando el poder —supuestamente divino— se concentra en una sola persona, entonces ella se absolutiza y todo el resto se relativiza.

-Aversión a la razón y al espíritu crítico. En los contextos abusivos, se descalifica la razón, porque ella actúa como contrapeso del poder del líder.

-Exigencia de secreto, trasparencia y aislamiento. Un elemento central del abuso es el control de la información. El único referente exige, por una parte, silencio con los demás y, por otra, total trasparencia para con él o ella.

-El único referente respaldado por Dios. Para el autor chileno esta insana centralidad del único referente desemboca, casi siempre, en un culto a la persona.

-Elitismo eclesial y unidad del grupo. Otra característica de los ambientes abusivos es la convicción, confesada o no, de ser la única auténtica Iglesia de Cristo. Fuera de nosotros, no hay salvación.

-Textos sagrados como herramienta de abuso. El único referente utiliza todos los medios para reafirmar su autoridad. Se realiza una drástica selección de textos bíblicos, vidas de santos, discursos pontificios, etc., en función del pensamiento oficial.

Uno de los libros de CEPROME se titula Tolerancia Cero. En la práctica, ¿qué significa esto?

Tolerancia cero es un término que las autoridades de la Iglesia han incorporado en su discurso, en relación con el delito de abuso sexual de menores, cometido por clérigos.

Podría tomar como base al canonista Medina que especifica que tolerancia cero es más un principio guía que la acción individual de castigar al clérigo culpable. Es una especie de principio o una actitud hacia el mal, que debe estar presente en todo el proceso de prevención del delito, atendiendo las consecuencias en las víctimas y castigando al culpable.

Por lo cual, tolerancia cero no significa castigar indiscriminadamente a todo clérigo que ha cometido un acto de abuso sexual de menores, sino más bien que cada acusación debe ser inmediatamente investigada, juzgada de acuerdo con las normas del derecho canónico y, en su caso, sancionado con equidad y justicia. Asimismo, para el canonista, considerar la tolerancia cero como un principio-guía ayudará a la Iglesia a enfocar sus esfuerzos e inciciativas hacia la prevención de futuros abusos sexuales contra menores y adultos vulnerables, en lugar de preocuparse únicamente de sancionar a los culpables de dichos delitos. Lo cual requiere un cambio de mentalidad, más en concordancia con la naturaleza y misión de la Iglesia.

¿Qué debería preocuparnos del presente?

La crisis de los abusos sexuales contra menores perpetrados por clérigos nos ha abierto una herida más profunda, a nivel institucional, de lo que imaginábamos. Al momento sabemos que no solo consiste en los delitos sexuales, sino que también estos se encuentran a la base de distintas fallas estructurales como, por ejemplo, los abusos de poder, los abusos en la vida religiosa, en las casas de formación y la falta de accountability.

Debemos preocuparnos si la batalla de la Iglesia se torna solo contra los abusos sexuales de menores cometidos por sacerdotes, porque la desilusión nos hará caer en la cuenta de que el problema tiene raíces más profundas y, aunque han costado la dignidad y bienestar de los niños, que sin duda es un daño irreparable, no podemos solo contentarnos con establecer protocolos o códigos de conducta, afirmando que hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance.

El problema ha evidenciado dinamismos más profundos, nuestra manera de relacionarnos en la Iglesia, el ejercicio del poder, la corrupción, las colusiones perversas, las negligencias, los encubrimientos y las fallas éticas en el ejercicio del liderazgo, en fin, una serie de comportamientos que, sin ser sexuales, están a la base de los abusos y que podríamos denominar eclesiopatías.

¿Qué cree usted que lo está cambiando todo hoy respecto del pasado? Y ¿sobre qué es usted optimista?

Ha pasado una década desde que comencé a dedicarme al trabajo de la prevención del abuso sexual de menores en la Iglesia católica. Me siento pastor de las ovejas lastimadas en su rebaño por su propio pastor. Aquellas que experimentaron el dolor y la violencia dentro de su propia casa.

Podría decir que lo habitual y específico de mi pastoral consiste en acoger el dolor, la rabia, la impotencia, el sufrimiento y la confusión de quienes fueron heridos por algún sacerdote o líder eclesial. Ahora bien, con esta sintética información, cualquiera podría suponer que, por la cotidianidad del dolor, consecuentemente he perdido la sensibilidad. Sin embargo, al día de hoy, las palabras de esos heridos inocentes y sus familias hacen un nudo en mi garganta, provocan un malestar en mi estómago y cabeza, y los ojos aún se me humedecen.

Soy un creyente que intenta mantenerse en la Iglesia, buscando servirla hasta mi último día. Sin embargo, también soy un sacerdote que se frustra y se enoja cuando conozco algún nuevo caso de abuso ocurrido dentro de la Iglesia. En este contexto, la pastoral de la prevención ha sido, por un lado, el mejor regalo que Dios pudo haber dado a mi vida, pero, por otro lado, este ha traído el mayor dolor que he sentido en ella. Esta labor ha implicado la capacidad de dialogar con el dolor, dentro de la psicoterapia, la dirección espiritual, un seminario de formación, una investigación, cada uno de estos espacios resultan un asombroso aprendizaje. No temo decir que, aunque el dolor sea un difícil maestro, me ha traído grandes lecciones en la vida. Extrañamente, esta experiencia me ha dado la oportunidad de cuestionarme: ¿Qué es la Iglesia? ¿Cuál es mi función dentro de ella? ¿Por qué soy creyente? MSJ

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Daniel Portillo Trevizo es director del Consejo Latinoamericano de CEPROME (Centro de Investigación y Formación Interdisciplinar para la Protección del Menor). Profesor del Instituto de Antropología y Estudios Interdisciplinares sobre la dignidad humana y el cuidado de las personas vulnerables de la Pontificia Universidad Gregoriana, Roma.

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