De misiles y armas nucleares

Se debate sobre la supuesta capacidad ofensiva nuclear norcoreana. Mientras tanto, no se habla de que Arabia Saudita habría conseguido armas nucleares.

¿De verdad la mayor potencia militar y económica global, los Estados Unidos, teme que Corea del Norte puede amenazar nada menos que su territorio, en concreto Alaska, con un cohete nuclear de largo alcance?

Una cosa es poseer un arma atómica —parecería que Corea del Norte tiene este tipo de armas—, pero otra cosa es cargarla sobre un cohete. No es automático. En segundo lugar, una cosa es poseer un cohete, aunque sea de largo alcance; otra cosa, es poderlo dirigir con precisión contra un blanco.

Tengamos presente que durante el último ataque, hace poco más de un mes, de Estados Unidos a una base aérea de Siria, la mitad de los misiles lanzados desde los barcos se perdieron.

Corea del Norte nunca ha demostrado poder hacer las tres cosas. Además, conviene tener presente que una vez realizado un primer ataque, la represalia contra el país asiático lo reduciría prácticamente en cenizas. Parece poco probable que el líder norcoreano esté dispuesto al suicidio masivo con tal de lanzar un cohete contra Alaska (¿para bombardear un glaciar?).

Todo adquiere la forma teatral de declaraciones que tienen más bien destinatarios internos. El líder norcoreano, mostrando a su público que tiene músculos y que todo el mundo le teme. Donald Trump, mostrando a su gente (son cada vez menos) que él sabe tomar las decisiones, mantener a raya a los enemigos por Twitter, mientras juega al golf. Además, la verdadera amenaza, y esta sí que es real, son las armas convencionales que Corea del Norte tiene apuntadas contra la capital de Corea del Sur, cuyos proyectiles —y entre ellos los hay armados con sustancias químicas— pueden alcanzar Seúl en menos de un minuto. Pero también en este caso, un acto hostil de este tipo tendría una represalia inmediata con graves consecuencias para los norcoreanos. Todo parece muy improbable.

Pero en medio de este juego de roles, pocos canales de comunicación reportan, con insistencia, que Arabia Saudita disponga de armas atómicas (acaso proveídas por Pakistán o por Israel). Si bien los israelíes y los pakistaníes no han firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear, los sauditas sí. Por tanto, no podrían haberse proveído de este tipo de armas. El problema es que siendo Arabia Saudita una propiedad privada del soberano de la casa Saud (el nombre de este país es el único del mundo que ha sido formado con el apellido de la casa reinante), el rey podría incluir las armas como adquisición personal. Sería el primer caso de privatización de armas nucleares. Una verdadera aberración por donde se la mire.

Arabia Saudita es el mayor difusor del terrorismo a escala internacional y un régimen que pisotea a diario los derechos humanos. Pero es socio comercial de las mayores potencias mundiales. Lo cual es suficiente para que no le quepa el sayo de villano, como sí le cabe al líder de Corea del Norte u otros malos de las próximas películas.

Antes, el realismo político advertía la necesidad de salvar, al menos, las apariencias. Por lo visto, ya no es más necesario. Pero es un juego cada vez más peligroso. Alejar las relaciones internacionales del ámbito de los principios de derecho reconocidos por todos los países de la ONU es un ejercicio riesgoso porque cada vez que se niega el valor de las normas, se afirma el valor de la ley del más fuerte.

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Fuente: http://ciudadnueva.com.ar

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