El presidente se auto atribuye una tendencia positiva de la economía que viene de mucho antes, al tiempo que sus decisiones aparecen más bien erráticas.
A pocos días de las elecciones de medio término, cuando se renovará parte del Congreso, Donald Trump sigue mostrando sus músculos, dando puñetazos sobre las mesas y pateando puertas para abrirlas. Es el estilo que le gusta a sus votantes, la imagen del hombre que sabe tomar las decisiones para proteger a su país de los que amenazan su estilo de vida o de los efectos indeseados de la economía. A su vez, el presidente no desdeña complicar la vida a los votantes adversarios. En un país donde han cambiado muchos colegios electorales, no habrá mesas en reservas indígenas y se han reducido en los reductos latinos, notoriamente poco favorables al presidente.
Por otro lado, no usé casualmente el término “imagen”, porque es precisamente lo que el mandatario quiere transmitir. Si lo hiciera a través de los hechos, lo que se mostraría es la acción de un presidente que no tiene claro qué hacer ni cómo hacerlo.
Se ha atribuido a Trump el mejor desempeño de la economía norteamericana. Sin embargo, un análisis atento de los datos demuestra que, por ejemplo, el empleo está en franco crecimiento desde 2012 en el país, es decir durante los últimos seis años. Trump ni siquiera puede afirmar que ese ritmo se haya acelerado bajo su gestión, la curva estadística sigue igual desde que era presidente su adversario Barack Obama. El otro resultado que el presidente se autoadjudica es el del crecimiento de la economía financiera. Una vez más, Trump recurre a lo que mejor aprecia: las verdades a medias. El mercado accionario sin duda ha crecido, pero lo hace desde 2008, y en esta última parte de 2018 ya va hacia el ajuste, la caída es notable. El récord de estos dos años, que es real, no es tenido en cuenta por ningún experto financiero serio, pues sabe que en los últimos cinco años este mercado, altamente volátil, ha tenido oscilaciones importantes siguiendo las idas y vueltas de sectores como el hi-tech, social media y biotech.
Donde Trump “muestra la hilacha”, es al atribuirse el crecimiento general del país: este también venía subiendo desde hace tiempo. Subió un 2,5% en 2010, 1,6% en 2011, 2,2% en 2012, 1,7% en 2013, 2,6% en 2014, 2,9 en 2015. Durante la gestión del actual presidente subió un 1,6% en 2016 y 2,3% en 2017. Con una diferencia sustancial: Obama se las tuvo que ver con la peor crisis mundial desde el derrumbe de Wall Street en 1929; Trump sigue su viento en popa.
Trump ha trasladado recursos rebajando impuestos a las empresas, con la idea de que eso permitiría más crecimiento, algo que no se ha verificado y hay expertos que ya sostienen que pronto se acabará el efecto positivo de la reforma fiscal, desaconsejada incluso por unos 300 millonarios que le pidieron que no la aplicara.
El otro sector de la economía en el que los músculos de Trump muestran toda su potencia es el del intercambio comercial. Ante todo, cabe decir que el déficit comercial no ha decrecido. Era de 745 mil millones en 2016, subió a 794 mil millones en 2017 y está en 861 mil millones en 2018. Trump ha impuesto aranceles por más de 250 mil millones de dólares, lo que significa también menos comercio. Los cambios en la política comercial también tienen efectos de desalentar a posibles socios acerca de la previsibilidad del país, buscando mercados más estables. La política proteccionista de George Bush en materia de acero, como lo vuelve a hacer Trump, en su momento destruyó 200 mil puestos de trabajo. Y no hay indicios de que hoy no ocurra lo mismo.
En los demás sectores de la economía, nos encontramos con resultados parecidos. Hay un auge de producción y exportación de petróleo del que tampoco la actual gestión es responsable, ya que eso ocurre desde hace años en materia de combustibles no tradicionales. Por otro lado, el precio del petróleo ha vuelto a subir por sus sanciones a Irán, es decir, con un efecto altamente contradictorio respecto de sus anuncios.
En cuanto al plano político, nos encontramos ante comportamientos que pese a la apariencia de cierta lógica, son bastante erráticos. En Europa ha perdido confianza por parte de un socio tradicionalmente cercano a los Estados Unidos. El acuerdo con Corea del Norte, pese a la ventaja inicial de obligar a China a intervenir, se ha diluido en una serie de otras iniciativas que no están actuando para desmantelar el programa nuclear norcoreano. En Oriente Medio, su apuesta por Arabia Saudita e Israel ha tenido el efecto de hacer menos estable la región. Los sauditas perdieron dos guerras que han hecho estallar para difundir sus teorías radicalizadas del islam, a las que supuestamente Trump intenta poner freno debido a la vinculación que tienen estas con el terrorismo. Israel no ha tenido frenos en su política vejatoria respecto de la minoría y los territorios palestinos. Finalmente, a nivel nacional, el presidente es seguramente popular, pero para el 40% que lo vota. Fuera de ese ámbito, sus ideas, estilo y gestos son rechazados, ubicándose a un nivel más bajo o parecido al de sus predecesores republicanos y por debajo de sus adversarios demócratas (Clinton y Obama).
El “primero los americanos” de Trump debería traducirse en realidad en un “primero yo”, que muestra un nivel de autoestima que no se condice con el espíritu de un servidor público que debería representar a toda una ciudanía, ni con la prudencia de quien antes de asegurar que tiene la piel del oso, lo debe cazar. De ahí la facilidad con la que el presidente de los Estados Unidos recurre a la manipulación de la información, amañándola a sus anuncios o directamente negando la realidad. Es la única manera que tiene de ser exitoso.
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Fuente: http://ciudadnueva.com.ar