El desafío de convivir en el planeta y en el país

Estamos aquí para construir una convivencia humana y digna, respetuosa y plural, justa y solidaria. Todos somos «extranjeros y huéspedes» en nuestro país, administradores de la cuota de poder que nos toca, por un breve tiempo.

El papa Francisco ha vuelto a poner sobre el tapete la crisis socioambiental y la necesidad de reaccionar frente a las graves consecuencias de nuestro actuar. Tras nueve años de la encíclica Laudato si, la exhortación apostólica Laudate Deum es un nuevo llamado de atención respecto a las profundas —y quizás irreversibles— secuelas del actuar humano en nuestro planeta y quienes lo habitamos. La casa común está al borde del colapso y debemos hacer algo pronto. Ahora mismo.

La comprensión del Papa sobre la crisis socioambiental puede también ayudarnos a mirar la crisis de convivencia social que hoy también padecemos.

LOS PUNTOS DE ANÁLISIS

Al inicio de la exhortación, el papa Francisco retoma la idea central de Laudato si’: no existen dos crisis separadas —una ambiental y otra social—, sino una sola crisis socioambiental. La crisis climática es una expresión más, y quizás la más brutal, del modo en que nos tratamos unos a otros. Así, cuidar nuestra vida y establecer vínculos justos con la naturaleza está intrínsecamente relacionado con la fraternidad y la justicia que tenemos con los demás. Esta conciencia de que «todo está conectado» nos obliga a no tratar a nadie como descartable ni usar de la naturaleza como si fuese simplemente algo a disposición.

El papa Francisco pone una causa principal de esta catástrofe en el paradigma tecnocrático que se manifiesta en una confianza ciega en que los medios económicos y tecnológicos nos conducirán hacia un progreso ilimitado. De esa manera, se cree que la solución al cambio climático podrá resolverse antes o después, aplicando más tecnología y ciencia. Esto tiene dos dificultades importantes. La primera es que los recursos son limitados, eso lo sabemos, pero funcionamos como si no lo fueran. La segunda es que de fondo hay una obsesión con acrecentar el poder humano, como único fin, tratando toda la realidad externa como un mero recurso al cual echar mano. El paradigma tecnocrático nos impide ver los costos que tiene nuestra obsesión; en los cálculos no se ponen los cuidados que requiere el entorno para sostenerse en el tiempo.

Otra de las causas importantes dice relación con que la humanidad, con los avances de la ciencia y nuevas tecnologías, ha ido adquiriendo mucho poder. En sí mismos, todos esos medios son éticamente neutros; sin embargo, a este desarrollo técnico no ha ido aparejado el correspondiente desarrollo ético. Nuestros valores, la responsabilidad moral, la conciencia de los efectos de nuestros actos, no se han desarrollado en la misma proporción. Utilizamos aparatos novedosos sin saber a ciencia cierta del impacto que genera nuestro uso de ellos.

Finalmente, el Papa advierte ante una lógica de la eficiencia, que considera alcances temporales muy breves e impactos sociales muy estrechos. Se busca la eficiencia en corto plazo y para un número reducido de personas. Es una reedición de la «tragedia de los comunes» de Garrett Hardin: cuando un recurso compartido está abierto a que todo el mundo lo use sin restricción, se explotará al máximo, porque cada individuo no ve el impacto en el conjunto, sino solo el beneficio personal. Esta es la situación en que se encuentra nuestro planeta compartido y sobre explotado. Ante este hecho evidente, el Santo Padre invita a fortalecer la política internacional de manera que permita controlar el cumplimiento de los acuerdos de las sucesivas COP y, eventualmente, sancionar para que se respeten los compromisos. A este respecto, la Premio Nobel Elinor Ostrom hace ver que es posible gobernar los bienes comunes de modo sustentable, pero bajo ciertas condiciones que son posibles de construir.

Estos puntos, planteados en la exhortación y evidentemente muy resumidos aquí, tienen una motivación de fe. Este planeta no es nuestro, sino de Dios. Somos solo una parte de la tierra, pero la única parte libre y responsable por el destino que tenga la vida sobre su superficie. La vida humana solo es sostenible en vínculo con otras creaturas que cohabitan con nosotros. El poder que hemos acumulado con nuestra ciencia y técnica es urgente y necesario utilizarlo para intervenir en rescate del planeta.

UNA ECOLOGÍA INTERNA DE LA IGLESIA

En términos religiosos, la conciencia ecológica que propugna esta carta es similar a la doctrina del Cuerpo Místico, que releva el vínculo espiritual que tienen los miembros de la Iglesia entre sí. En la comunidad, el bien de unos redunda en el bien del cuerpo completo, así como el mal de algunos afecta también al cuerpo completo. Así como la naturaleza completa está vinculada y en un movimiento ecológico, es decir, de la «casa» en su conjunto; del mismo modo la Iglesia completa está vinculada. Convivir en comunidad es un desafío siempre presente y el actual Sínodo sobre la Sinodalidad —cuya primera parte concluye ahora en Roma— aborda directamente la cuestión.

En este sentido, el papa Francisco ha sido coherente en sus preocupaciones. El Sínodo es una invitación a cuidar la Iglesia reconociendo la responsabilidad común que todos los creyentes tenemos en ello. Durante los próximos meses, hasta la siguiente sesión de octubre, habremos de hacer un discernimiento sobre el modo de articular la responsabilidad de cada uno en el cuidado de la Iglesia para hacerla sustentable.

El Sínodo es una invitación a cuidar la Iglesia reconociendo la responsabilidad común que todos los creyentes tenemos en ello.

LA «ECOLOGÍA» DE NUESTRA SOCIEDAD

En nuestra sociedad también nos encontramos en una crisis de convivencia que tiene causas múltiples, pero aquí pasamos a notar algunas.

En primer lugar, el paradigma tecnocrático ha penetrado profundamente nuestra cultura. Nuestro modo de relación con el medio es a través de aparatos que resuelven una necesidad particular. Los aparatos no son inocuos, puesto que surgen como respuesta especializada y, para ello, fraccionan la realidad, dejan de comprenderla de modo integrado y complejo. Así, por ejemplo, abordan la comunicación como la transmisión de sonidos, cuando comunicar es algo mucho más amplio y profundo. Es curioso cómo algunos se refieren al «aparado del Estado», comprendiéndolo como un satisfactor de necesidades. En este sentido, es un error abordar la Constitución como un dispositivo para garantizar libertades o proveer derechos. La Constitución ha de ser más bien la expresión de un espíritu compartido, de una experiencia colectiva, de un modo de estar en el mundo. Aunque deba hacerlo, no es primera ni principalmente un regulador de intereses en disputa para evitar la venganza o la aniquilación del enemigo. Antes que eso, reconociendo las diversidades de anhelos y prioridades, presupone la conservación y el cuidado del colectivo. Ese acuerdo básico es el que hoy está cuestionado. Quizá la presión del estallido o los breves plazos autoimpuestos impidieron un proceso más reposado, consultado y reflexivo, que tocara «el alma de Chile».

Sin lugar a duda, hoy estamos materialmente en muchísimo mejor pie que hace cuarenta años. Nuestras capacidades y posibilidades son muy superiores. Evidentemente, es muy discutible cómo se han repartido esos bienes en la población, pero esta generación está muy por encima de las dos generaciones precedentes. Cabe, sin embargo, la pregunta por el desarrollo ético y moral de los ciudadanos. Creemos que el crecimiento en bienestar material no ha ido acompañado de mayor respeto mutuo, confianza social, participación comunitaria ni solidaridad. Los indicadores son claros en mostrar un deterioro de la convivencia. Es muy triste ver que, en el anonimato de las grandes ciudades, las personas se mueven ignoradas y, para muchos, son o bien potenciales amenazas, o una carga social que implica costos, o un recurso del cual echar mano.

Finalmente, la lógica de lograr el máximo beneficio al menor costo posible se ha ido colando en las relaciones cotidianas, con una expresión patente en las relaciones políticas. Si bien ya no estamos para las grandes utopías o los «programas totales» del siglo XX, es llamativo que se perdieran las discusiones fundamentales, en el sentido de esenciales y radicales. Son ellas las que dan sentido y ubicación a las decisiones más pragmáticas. Sin las primeras, la visión del conjunto de la sociedad se pierde, los intereses se atomizan y se transforman en causas loables pero temporales, porque o bien se logran o bien aparecen iniciativas nuevas, pero sin necesitar mayor coherencia entre ellas. Igual que en la «tragedia de los comunes», la perspectiva se estrecha y los plazos de interés se abrevian.

Al momento de escribir esta editorial no sabemos cuál será la votación respecto de este segundo intento de nueva Constitución para Chile. Sin embargo, creemos que falta generar un espacio de conversación amplio, sereno y profundo que nos permita ahondar en las preguntas fundamentales. El papa Francisco nos recalca en Laudate Deum: Ojalá quienes intervengan puedan ser estrategas capaces de pensar en el bien común y en el futuro de sus hijos, más que en intereses circunstanciales de algunos países o empresas. Ojalá muestren así la nobleza de la política y no su vergüenza. A los poderosos me atrevo a repetirles esta pregunta: «¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?» (LD 60).

Esas palabras aplican también a la convivencia «ecológica» dentro de nuestra sociedad. Estamos aquí para construir una convivencia humana y digna, respetuosa y plural, justa y solidaria. Todos somos «extranjeros y huéspedes» en nuestro país, administradores de la cuota de poder que nos toca, por un breve tiempo. Usémosla bien, para las generaciones que vendrán.

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0