El papa León XIV es una buena noticia para el mundo y trae un mensaje de enorme actualidad y vigencia para nuestro país.
La increíble reacción mundial frente a la muerte de Francisco y la elección de León XIV muestra que la Iglesia tiene algo que decir al mundo actual. Se espera de ella mucho más de lo que se creía. Esto significa una enorme responsabilidad: anunciar a Cristo en el lenguaje de hoy.
Es sorprendente que, habiendo pasado ya un cuarto del siglo XXI, plagados de redes sociales, en una cultura de la instantaneidad de las comunicaciones y volúmenes enormes de información, durante un par de semanas la atención estuviera puesta en si se combinaba lo antiguo y lo nuevo, y las «señales de humo» eran potenciadas por satélites y fibra óptica para llegar pronto y a fieles en todos los rincones del planeta.
Nuestra Iglesia cuenta con un nuevo Papa desde el 8 de mayo recién pasado. Se le ve un hombre sencillo, de gestos moderados, pero con mucha claridad en su mensaje. En lo humano, nieto de migrantes a Estados Unidos. En la fe, hijo de san Agustín con su profunda raigambre intelectual y teológica. Hombre de ciencias, vinculado a las matemáticas y la física, y misionero en el tercer mundo. En su rol de superior de los agustinos ha podido conocer el mundo entero visitando a sus compañeros religiosos, pero su corazón se ha posado en una especie de Nazaret, en Chiclayo, una de las ciudades importantes y de creciente desarrollo en Perú. Desde ahí el papa Francisco lo llevó a Roma para que se hiciera cargo del Dicasterio para los Obispos, donde tuvo oportunidad de conocer el funcionamiento interno del Vaticano.
León XIV se ha presentado explícitamente como continuador del camino iniciado por el papa Francisco. Solo por citar algunos aspectos, primero, en su estilo servicial y cercano, que se plantea como autoridad en el amor y no en el dominio. Segundo, en el énfasis misionero de una «Iglesia en salida» y reformando la Curia para ponerla al servicio de la misión. Tercero, un estilo más sinodal y colegial de gobierno, de escucha atenta y diálogo abierto. Cuarto, como Francisco —y León XIII—, atento al clamor de los pobres, necesitados y marginados. Quinto, en la lucha contra los abusos, que mostró particularmente en el caso del Sodalicio en Perú. Y, finalmente, su valoración de la piedad popular. Es decir, se ve que el magisterio de Francisco tendrá un lugar importante en el nuevo Pontífice.
Si bien es arriesgado proyectar lo que será su pontificado a partir de sus primeras acciones, el hecho de escoger el nombre de León, según ha explicado él mismo, obedece a su admiración por León XIII, responsable de poner a la Iglesia en un camino de reflexión y propuesta social que ha tenido un impacto muy relevante durante el siglo XX y hasta hoy. La Iglesia respondió a la «cuestión social», de enormes injusticias y atentados a la dignidad humana, provocados por la industrialización y la migración hacia las ciudades, con un mensaje nítido dirigido a todos los hombres de buena fe. Hoy León XIV parece querer hacerse cargo de un nuevo contexto, con nuevas injusticias que amenazan la humanización genuina de todos los seres humanos y con la incertidumbre que provoca el mundo en creciente digitalización. La Doctrina Social de la Iglesia cobra actualidad, adaptándose a una nueva revolución que significan la sociedad del conocimiento y la comunicación, y a los desafíos de la tecnología y la inteligencia artificial. Muchos aspectos de la tradición mantienen vigencia y deben ser presentados en el lenguaje de hoy, tales como la preocupación del evangelio anunciado a los pobres, que tanta relevancia tuvo en el magisterio de Francisco. Son los descartados de hoy, unidos a los leprosos, ciegos, tullidos y muertos que encontró Jesús. El punto de atención de los primeros mensajes de León XIV está puesto en la dignidad del ser humano en un mundo de comunicaciones virtuales y relaciones superficiales, que provocan aislamiento y soledad.
El día de su elección coincidía con la celebración de los 80 años del fin de la segunda Guerra Mundial. En su primera alocución, ante un mundo «herido por la guerra, la violencia y la injusticia», el Papa hace un llamado a la paz, concebida no solo como ausencia de conflicto, sino como un don de Jesús que compromete a cada ser humano en un trabajo interior para quitar el orgullo y la venganza. Evidentemente, la guerra entre Ucrania y Rusia, Israel y Palestina, o la tensión en Myanmar han sido sus preocupaciones. Ha insistido en que el camino para la convivencia pacífica es el diálogo, ponernos en un diálogo purificado de «cualquier prejuicio, rencor, fanatismo y odio», una comunicación que para ser fecunda necesita limpiar sus agresividades e incorporar la voz de los más débiles.
Finalmente, continuando el reciente legado del Papa Francisco, León XIV quiere impulsar una Iglesia más sinodal y colegial, donde el «sentir común de los fieles» pueda retomar un espacio en el discernimiento de la comunidad. Es el modo en que esta comunidad navegue «a través de las mareas de la historia» y se convierta en verdadera luz para la humanidad.
El punto de atención de los primeros mensajes de León XIV está puesto en la dignidad del ser humano en un mundo de comunicaciones virtuales y relaciones superficiales, que provocan aislamiento y soledad.
En un momento de polarización y fragmentación social, el diálogo al que invita León XIV se hace particularmente relevante. No hay otra forma de construir una sociedad digna para todos, sino mediante el encuentro entre adversarios, el diálogo abierto y la disposición a llegar a acuerdos amplios. El proceso de modernización acelerada en la que hemos estado como país, generó inevitablemente un déficit de integración social que deriva de diversos miedos: de un temor al «otro», del temor a no pertenecer, o temor al sinsentido cuando se carece de orientaciones en torno a las cuales construir la vida cotidiana. En esta situación la construcción de puentes al interior de la sociedad se hace más importante.
El reciente informe de la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento está perfectamente alineado con la exhortación que el Papa hace a toda la humanidad: «¡Nunca más la guerra!». Se trata de un conflicto territorial recurrente en el cual el despojo de tierras ha sido su factor más relevante, reforzado por la pobreza, las limitaciones y defectos de la legislación vigente que complejizan la reparación al pueblo mapuche. En palabras de los mismos comisionados, «la paz es posible cuando nos atrevemos a dialogar, a escucharnos, a construir juntos». La reparación a las víctimas del conflicto es una condición importante para acercar la conversación entre el Estado de Chile y el pueblo mapuche.
En línea con León XIII, León XIV pone la dignidad humana al centro. Chile aún es presa de una gran desigualdad social, persistente durante las últimas décadas. La desigualdad social es causa y refuerzo de la fragmentación social y del conflicto. Abordar la desigualdad es un imperativo de convivencia, pero también de justicia ecológica, social y ambiental. El despojo de tierras al pueblo mapuche ha significado un detrimento material y un impacto cultural, unidos a una humillación social y una falta de reconocimiento del valor de su identidad y cultura. Construir una sociedad implica con necesidad el reconocimiento de las particularidades. La Doctrina Social de la Iglesia ofrece un marco conceptual y moral para abordar las demandas de reconocimiento, justicia y reparación.
El mismo concepto de sociedad ha hecho crisis en nuestro país, donde hemos avanzado hacia una «individualización asocial», donde se aspira a la realización personal negando la pertenencia social. La sociedad, entonces, no es un horizonte de sentido. Lo que está aflorando podría ser una versión del individualismo atomista, que hace la sociedad insostenible. Además, en Chile tenemos una dificultad grande para procesar el conflicto, se silencian las divisiones y se va generando malestar. Para León XIV, en cambio, la humanidad se concibe como una única familia, una comunidad entendida como comunión de sentido. Sin embargo, hemos visto que nuestro país presenta un déficit de proyectos colectivos. Ante esto, la propuesta sinodal que la Iglesia ha formulado para sí misma puede ser aplicada como prototipo para la sociedad, donde todos caminan juntos, corresponsables del futuro compartido. Es interesante cómo la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento fue concebida desde el inicio como un grupo diverso y paritario, con la intención de «caminar juntos» en un espacio de reconocimiento mutuo. Viviendo entre los pobres de Chulucanas, León XIV aprendió una perspectiva sobre las realidades de los pueblos originarios y la importancia de que la Iglesia sea cercana a sus sufrimientos. Esa cercanía es clave para apreciar el contexto mapuche que mezcla dolor y rabia ante un Estado que se percibe injusto y discriminatorio.
En continuidad con el papa Francisco, León XIV ha manifestado su deseo de continuar promoviendo la fraternidad universal. Ha acogido a autoridades de patriarcados cristianos y otras religiones, en especial judíos y musulmanes, para proyectar la sinodalidad al ámbito ecuménico y el diálogo en el ámbito interreligioso.
La aparentemente estancada situación social de Chile y, en particular, la del pueblo mapuche en su relación histórica con el Estado, podrían ser fuente de desesperanza. Pero, ya desde su discurso al Colegio de Cardenales del 10 de mayo, León XIV hace notar la esperanza que lo anima y sostiene la acción de la Iglesia. Por una parte, está la convicción de que la misión es sostenida por Aquel que ha hecho el encargo. Al dirigirse, días después, al Cuerpo Diplomático manifestó su confianza en que se puede construir algo duradero a partir del trabajo conjunto de los países. Finalmente, en su bendición Urbi et orbi exhortó a avanzar sin temor, confiados en que estamos en manos de Dios y es Él quien sostiene.
Aunque el ejercicio que hemos hecho es muy inicial, creemos que León XIV es una buena noticia para el mundo y trae un mensaje de enorme actualidad y vigencia para nuestro país.