Navidad, un mensaje siempre nuevo

Que el año 2026 nos encuentre trabajando —cada uno desde su lugar— por una convivencia más justa, más dialogante y más fraterna. [También disponible en audio]

El año 2025 llega a su fin dejando tras de sí una estela de inquietud, cansancio y desconcierto. Chile no ha sido ajeno al clima global de incertidumbre, pero ha añadido una intensidad propia que se hizo especialmente visible el pasado 16 de noviembre, cuando el país vivió la primera vuelta presidencial y la renovación de su Parlamento. Aquella jornada —cuya impecable preparación y desarrollo pacífico merecen reconocimiento—, más que entregar resultados, debería abrir una conversación profunda sobre quiénes somos y hacia dónde queremos caminar.

En medio de ese debate —todavía abierto y tenso—, la Navidad vuelve a iluminar nuestra historia con una luz discreta pero tenaz; una luz que resiste al fatalismo y nos invita a reconstruir sentido cuando las palabras se desgastan y las confianzas se deshacen.

EL 16 DE NOVIEMBRE: UN PAÍS QUE SE RECONFIGURA Y QUE BUSCA RUMBO

La elección del 16 de noviembre no fue una elección más. Su impacto excede los porcentajes y obliga a leer en profundidad el nuevo paisaje político que emergió ese día. Más que estabilidad, lo que vimos fue una expresión de la fluctuación del electorado, un movimiento que desde hace más de una década muestra cambios bruscos, signos contradictorios y una inestabilidad que desafía cualquier lectura lineal.

Irrumpieron nuevas fuerzas, se alteraron equilibrios conocidos y el Parlamento renovado refleja la tensión acumulada de años marcados por malestar social, desconfianza institucional y expectativas desbordadas. Si bien algunos resultados confirmaron tendencias que ya veníamos observando —fragmentación, voto oscilante, descrédito de la política—, lo cierto es que no estamos frente a un cuadro estable, sino ante una sociedad que busca, sin terminar de encontrar.

Para muchos, lo ocurrido fue motivo de desconcierto. Los rostros tradicionales cedieron espacio a liderazgos inesperados, las certezas de décadas comenzaron a resquebrajarse, la arquitectura habitual de la política se volvió más incierta. Pero ese desconcierto, lejos de ser un síntoma de decadencia, también puede ser leído como el signo de una sociedad que, pese al cansancio, insiste en buscar nuevos caminos. La democracia chilena, que parecía destinada a repetir inercias, mostró esa capacidad sorprendente de reinventarse, aunque sea de manera turbulenta, cuando la ciudadanía lo exige.

Los creyentes, ante este escenario, podemos experimentar emociones encontradas: preocupación ante la fragilidad institucional, temor frente a discursos excluyentes o populistas, inquietud por la fragmentación que amenaza la convivencia. Sin embargo, nuestra fe invita a una actitud distinta: la de una perseverancia activa, que no se rinde ante el desconcierto, sino que lo convierte en oportunidad de discernimiento que genere esperanza. La historia cristiana ha conocido muchas noches; lo propio de la fe es aprender a caminar en ellas sin perder la orientación.

LA FRAGILIDAD DE LA DEMOCRACIA ENTRE CANSANCIO Y RESERVAS DE BIEN COMÚN

El 16 de noviembre condensó tensiones que venían acumulándose desde hace años. El desgaste del sistema de partidos, la dificultad para articular proyectos de largo plazo, el deterioro de la palabra pública, el avance del crimen organizado en territorios vulnerables y el malestar frente a reformas que no terminan de concretarse forman parte del trasfondo que marca este ciclo político. La democracia parece fatigada, como si le costara sostener las mediaciones que permiten procesar conflictos sin destruir la legitimidad del adversario.

Pero la fragilidad democrática no es solo el resultado de instituciones debilitadas. También surge de una cultura que se ha vuelto impaciente, fragmentada, dominada por el ruido digital y la sospecha permanente. En un ecosistema donde la desinformación circula con más velocidad que la verdad y donde los algoritmos recompensan la indignación más que el análisis, se vuelve difícil proteger el espacio de la conversación honesta, ese espacio indispensable para cualquier proyecto común.

Y, sin embargo, incluso en esta hora crítica, Chile conserva un potencial que no debemos desechar. Aún existen comunidades que se refuerzan, familias que se sostienen, organizaciones que trabajan en silencio, parroquias que acompañan, universidades que piensan, movimientos que cuidan lo común. Hay una reserva moral, intelectual y espiritual que no aparece en los titulares, pero que mantiene vivo el pulso del país. La democracia no se sostiene únicamente en instituciones estables, sino que se mantiene en pie cuando la ciudadanía conserva la convicción de que vale la pena seguir construyendo un nosotros.

ESPERANZA Y PERSEVERANCIA: ACTITUDES PARA TIEMPOS INCIERTOS

La palabra «esperanza» corre el riesgo de volverse vaga cuando se invoca sin contenido histórico. Pero después del 16 de noviembre, la esperanza adquiere un espesor concreto. Se vuelve una virtud política, porque permite resistir el fatalismo, que se ha vuelto uno de los grandes riesgos de nuestra vida pública. Esperar no significa cruzar los brazos ni resignarse a lo inevitable; significa mantenerse disponibles para el bien, incluso cuando las condiciones parecen adversas.

Esa esperanza se expresa como perseverancia, como la capacidad de sostener el compromiso con la democracia aun cuando el ambiente invita al desencanto; la disposición a escuchar cuando todo empuja al grito; la convicción de que el país merece algo más que el cansancio y la irritación que muchas veces dominan los debates. También implica una forma de vigilancia ética, un cuidado del lenguaje y de las relaciones que permita que la pluralidad sea vivible, no una excusa para la agresión.

Los cristianos, en particular, estamos llamados a practicar esa esperanza con una lucidez que no confunde fe con ingenuidad. La fe cristiana conoce la dureza de la historia, pero insiste en que la última palabra no pertenece a la violencia, al miedo ni al fracaso, sino a la vida que renace de formas inesperadas.

UN MUNDO QUE REFLEJA NUESTRAS PROPIAS HERIDAS

El escenario global refuerza nuestras inquietudes. El estancamiento del conflicto en Ucrania, la devastación en Oriente Medio, el avance de regímenes autoritarios y el impacto de la crisis climática forman un escenario donde la democracia se ve cuestionada en todos sus frentes. El clima extremo que ha golpeado continentes enteros, las migraciones masivas y la crisis ética de las plataformas digitales muestran que estamos ante un cambio de época, no ante un fenómeno aislado.

América Latina, a su vez, vive un proceso de recomposición política, marcado por el desgaste del populismo, la creciente centralidad del discurso sobre la seguridad y un intento —aún frágil— de construir modelos más estables de gobernanza. En la COP30, realizada en Brasil, se revitalizó el llamado a cuidar la Amazonía como bien común de toda la humanidad, recordándonos que la justicia climática no es solo un tema ambiental, sino una exigencia moral y espiritual.

En este mundo convulso donde abundan los discursos de fuerza y los atajos autoritarios, una pregunta es decisiva: ¿Cómo sostener un horizonte de humanidad? ¿Cómo proteger la dignidad, la verdad, la comunidad, en un tiempo donde tantas fuerzas tiran en la dirección contraria?

LA NAVIDAD: UNA LUZ QUE INTERPRETA NUESTRA HISTORIA

Es aquí donde la Navidad adquiere una relevancia inesperada. Lejos de ser un paréntesis emotivo, ofrece una clave de lectura para comprender este momento histórico. En la fragilidad de un niño nacido fuera de las seguridades del poder, la tradición cristiana descubre un mensaje que desafía nuestras lógicas sociales: la historia puede recomenzar desde lo pequeño. La salvación, en el lenguaje bíblico, no emerge del centro imperial, sino de los márgenes.

Belén no es una metáfora abstracta; es una geografía teológica que nos recuerda que la esperanza viene de lugares que el mundo no considera decisivos. Allí, en la vulnerabilidad, se anuncia un tipo de poder que no domina, sino que sirve; un tipo de presencia que no impone, sino que acompaña; un tipo de palabra que no busca ganar, sino salvar.

Para Chile, esta Navidad puede ser una invitación a mirar de nuevo nuestras periferias —territoriales, sociales, culturales— no como zonas de abandono, sino como lugares donde puede renacer el espíritu comunitario. Igualmente, puede ser un llamado a mirar nuestro desconcierto político con la humildad de quien sabe que la historia no depende solo de cálculos humanos, sino también de la capacidad de abrirse a lo inesperado.

Para Chile, esta Navidad puede ser una invitación a mirar de nuevo nuestras periferias —territoriales, sociales, culturales— no como zonas de abandono, sino como lugares donde puede renacer el espíritu comunitario.

LA MISIÓN DE MENSAJE: SER UN LUGAR DONDE LA LUZ TODAVÍA SE PIENSA

En medio de este panorama, Mensaje quiere seguir cumpliendo su vocación. No pretendemos ofrecer respuestas rápidas ni lecturas simplificadoras. Nuestra tarea es otra: acompañar, iluminar, formar, abrir preguntas, sostener el espacio de la palabra serena en un tiempo donde la palabra se degrada. Queremos ser un lugar donde la fe dialogue con la razón pública, donde la justicia inspire la reflexión política, donde la esperanza se traduzca en discernimiento y compromiso. En definitiva, construir un espacio donde se puedan reconocer, sin ingenuidad, los bienes que nuestra cultura y que nuestra historia contienen.

En los meses por venir, Chile necesitará más que nunca lugares de mediación: espacios donde las diferencias puedan ser pensadas sin violencia, donde la democracia pueda ser deseada de nuevo, donde el dolor social no se convierta en resentimiento, sino en responsabilidad compartida.

La Navidad nos recuerda que, hasta en la noche más oscura, una luz pequeña es capaz de abrir camino. Que este número de Mensaje sea, entonces, una invitación a mirar el año que viene con ojos renovados, con una esperanza que no se deja derrotar y con una perseverancia que no renuncia al bien común.

Feliz Navidad, y que el año 2026 nos encuentre trabajando —cada uno desde su lugar— por una convivencia más justa, más dialogante y más fraterna.

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