Primer documento del papa León XIV: amar a los pobres no significa solo hacer beneficencia. Es necesario respetarlos y reconocer en ellos el rostro de Jesús. [También disponible en audio]
El papa León XIV publicó el 9 de octubre su primera carta pastoral, la exhortación apostólica Dilexi te (en latín, «Te he amado»), cuyo tema central es el amor al pobre como algo esencial para la Iglesia.
Este documento nos recuerda que «la condición de los pobres representa un grito que, en la historia de la humanidad, interpela constantemente nuestra vida, nuestras sociedades, los sistemas políticos y económicos, y especialmente a la Iglesia» (§ 9).
Jesús en la última noche de su vida dio a sus discípulos un mandamiento nuevo: que se amaran como Él ama. Por eso, el amor es el centro del cristianismo.
El papa Francisco publicó en octubre de 2024 la bellísima encíclica Dilexi nos (en latín, «Nos amó») sobre el corazón profundamente humano de Cristo. Posteriormente, reflexionó sobre el amor especial a los pobres que irradió ese corazón y dejó un documento inconcluso sobre el tema. Al iniciar su magisterio, el papa León XIV retomó ese documento y terminó convirtiéndolo en la exhortación apostólica Dilexi te.
El texto comienza con dos palabras en latín tomadas del Apocalipsis.
Ahí se narra que san Juan, exiliado en Patmos, escuchó una voz pidiéndole que escribiera un libro para enviarlo a siete iglesias. Le pidió que escribiera una carta a la comunidad de Filadelfia, que era débil y pobre, diciéndole que Él la ha amado («Dilexi te») porque guardó sus palabras y a pesar de su debilidad no renegó de su fe.
Por eso, Dios promete que obligará a los enemigos de la sinagoga que se postren ante ella. Además, le asegura que la protegerá. (Apocalipsis 3,7-11).
Estas palabras, dirigidas a una Iglesia débil y pobre, las usa el papa León XIV como título de su exhortación apostólica dirigida a nuestra Iglesia hoy.
El texto está compuesto por una introducción y cinco capítulos.
El primer capítulo recuerda que Dios ama al pobre, pero esa opción no es excluyente. La condición de los pobres es un grito que Dios escucha, como lo hizo cuando escuchó el clamor de su pueblo esclavizado en Egipto.
Muchas páginas del Antiguo Testamento muestran a Dios como amigo y liberador de los pobres. Sin embargo, la encarnación de Jesús como un pobre es el mayor signo de amor de Dios. Como dice san Pablo, «Dios, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Co 8,9). Jesús no tenía dónde reclinar su cabeza.
Amar a los pobres no significa solo hacer beneficencia. Es necesario respetarlos y reconocer en ellos el rostro de Jesús. El cristianismo considera que los pobres son una revelación, porque el pobre es Cristo.
El documento nos hace tomar conciencia de que con el tiempo se van produciendo diversas formas de pobreza, la que ahora consiste no solo en la carencia de dinero, sino en la falta de educación, la marginación, la escasez de vivienda digna, la desnutrición, la enfermedad y la falta de atención sanitaria y reconocimiento social, etc. Incluso la falta de electricidad puede ser una forma de pobreza. Dilexi te nos recuerda esto para que enfrentemos los diferentes tipos de pobreza.
También nos pide cambiar la mentalidad, revisar nuestras ideologías para poder cambiar la cultura. Por ejemplo, la acumulación no es sinónimo de felicidad; el crecimiento no puede limitarse a lo económico, sino que tiene que ser integral; la cultura exitista y privatista genera un pecado social, etc.
El capítulo segundo desarrolla el hecho de que Dios opta por los pobres, se encarna siendo pobre en el mundo de los pobres. Jesús, al comenzar su vida pública, dice que en Él se cumple la profecía mesiánica de Isaías que anunció que el Mesías vendría liberar y anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18).
Obviamente Jesús promueve las obras de misericordia y las primeras comunidades fueron fieles a este llamado del Señor. La fe se convirtió en obras. Para eso se organizaron los diáconos.
El capítulo tercero lleva el título de «Una Iglesia para los pobres» y en él se describe cómo en la larga historia se fueron enfrenando los diferentes tipos de pobreza que iban apareciendo. Habiendo ya hablado de las primeras comunidades, ahora se comienza con los Padres de la Iglesia, san Justino, san Ambrosio, san Agustín, san Juan Crisóstomo, quienes promovieron ardientemente el amor al pobre.
A continuación, se va mostrando cómo en los siglos siguientes hubo santos como san Basilio o san Benito, que fueron fundando comunidades monásticas y congregaciones religiosas para encarar las diferentes formas de pobreza. Las hubo para cuidar enfermos, como los Hospitalarios fundados por san Juan de Dios; para asistir y liberar a los cautivos como los mercedarios y trinitarios; para educar a los pobres como los escolapios, los hermanos maristas, etc.; para acompañar a los migrantes, como san Juan Bautista Scalabrini, que fundó a los escalabrinianos para acoger a los numerosos inmigrantes a Italia, y santa Francisca Javier Cabrini, patrona de los migrantes, que acogía a los que llegaban a Estados Unidos.
Muchas de esas órdenes pretendían vivir a fondo la pobreza y la austeridad, siendo los religiosos testigos humildes de la pobreza evangélica en su modo de vivir su fe. Entre ellos, especialmente los franciscanos, los predicadores y muchos otros.
En este capítulo se habla también de personas que, siguiendo a Cristo, quisieron vivir con los pobres, como Charles de Foucauld y Teresa de Calcuta, y muchos otros. Finalmente, este capítulo muestra en la Iglesia que se han creado movimientos de solidaridad y justicia que luchan por las reformas estructurales para superar la pobreza endémica. Son movimientos no solo con o para los pobres, sino de los pobres.
Llama la atención que el papa no haga ninguna alusión a san Alberto Hurtado, cuya vida y escritos fueron una de las más potentes luces que iluminaron la visión del pobre en América Latina. Para él, «el pobre es Cristo». Además de fundar el Hogar de Cristo fundo la ASICH para formar lideres sindicales que lucharan por la justicia. De él es la frase: «La caridad comienza donde termina la justicia».
El capítulo cuarto muestra que la historia continúa.
Una especial mención se hace de la doctrina social de la Iglesia, que en los últimos 150 años ha ocupado un lugar importante en el magisterio eclesial. Recorre las numerosas encíclicas sociales. Se hace ver que hoy esa doctrina no solo es pontificia, sino que las conferencias episcopales, sobre todo el CELAM que reúne a los obispos latinoamericanos, han formulado importantes documentos, como los de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007).
En este contexto, me parece que es muy importante el acento que pone el documento en el rol de los mismos pobres como sujetos de los cambios. Especialmente el documento de Aparecida insiste en que los pobres deben ser sujetos para crear su propia cultura. No pueden ser solo objeto de beneficencia.
Es muy importante el acento que pone el documento en el rol de los mismos pobres como sujetos de los cambios.
El cuidado y la promoción de los pobres es un desafío permanente de la Iglesia y debe ser hoy profundizado. Los pobres pueden ser nuestros maestros y pueden evangelizarnos. La pobreza no es solo un problema social, sino que debe ser parte de nuestra espiritualidad. Es central en la espiritualidad cristiana ser un buen samaritano hoy.
El papa dedica unas últimas palabras a la limosna que debe mantenernos sensibles. Ella es una dimensión importante del cristianismo. Además, recuerda que el cuidado y la atención de los pobres debe incluir la evangelización y el desarrollo espiritual.
Para terminar, quisiera resaltar en esta presentación cuatro ideas de la exhortación: existen diversas formas de pobreza; hay que cuidarse de las ideologías que nos cierran los ojos; el pobre es un lugar teológico que nos revela a Jesús; y, finalmente, si bien la misericordia y las limosnas son importantes, es fundamental que el pobre se haga sujeto de su propio desarrollo.
Parte importante del magisterio de los papas es la publicación de documentos que orientan a los fieles. Existen diversos tipos de documentos. Están las encíclicas, que son cartas más bien teóricas sobre temas doctrinales; las constituciones apostólicas, que establecen leyes para la Iglesia; las bulas, y los motu propio sobre temas específicos, como la convocación a un concilio, la canonización de un santo o una excomunión. Las exhortaciones apostólicas, en tanto, son una orientación pastoral para ayudar a vivir mejor el cristianismo.