El hecho de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, que los cristianos llamamos «misterio Pascual» por el paso que hace Jesús de esta vida a la vida eterna es, sin duda, un hecho religioso relevante que ha marcado la historia de la humanidad los últimos dos milenios. Sin embargo, desde que se constata que la muerte de Jesús no es una simple defunción, sino una tortura, un asesinato y un hecho violento llevado a cabo por quienes detentaban el poder, cabe mirar el hecho religioso también como un hecho político.
Aquí esbozaremos simplemente algunos aspectos de este acontecimiento, que pueden ser de inspiración para el cristiano socialmente comprometido o para el político que busca en Jesús una inspiración para su acción.
LA SOLIDARIDAD CON LOS FRÁGILES
En la Pasión, Jesús se hace solidario con todas las víctimas de la historia. Él ha sido condenado injustamente por una alianza entre el poder religioso del Sanedrín, el poder político de Herodes y Pilato. Ya desde el modo de nacer en Belén, Jesús señalaba esta intención de hacerse parte de los últimos, los marginados y los expulsados de la ciudad. El papa Benedicto XVI nos indicó en la v Conferencia del CELAM que «la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza» (cf. 2 Cor 8,9). Optar por el pobre es hacerlo por ese Dios que se revela en Jesús.
Esto implica, siguiendo el modo de Jesús, ponerse en contacto con los que sufren, no solo en plan de conocer sus dolores, sino también para empatizar y vincularse con ellos sin falsedades ni aprovechamientos. En la Encarnación, Jesús muestra que el modo de Dios es incorporarse a la humanidad que quiere salvar. Pero en la Cruz su incorporación se hace más específica al asociarse a los derrotados, a los injustamente maltratados y a los sufrientes. El cristiano en política debe cultivar esa inserción en la humanidad, fundamentalmente empática.
Para un discernimiento social y político, esto implica ponerse del lado de los grupos más débiles en la discusión. Dicho simplemente, ante alternativas de decisión es importante preguntarse ¿quiénes son los más débiles en un dilema? ¿Cómo afecta cada alternativa a ese grupo? Y elegir aquello que los perjudica menos o beneficia más.
Cuando nos ponemos del lado de los grupos más frágiles, no nos equivocamos. Puede ser complejo, doloroso, tener costos, pero no es un error. Así lo hizo la Iglesia chilena durante la dictadura. Pero, de un modo similar, el papa Francisco impulsa la justicia medioambiental en Laudato Si’ al poner de relieve cómo el cambio climático termina perjudicando a los más débiles. O, más recientemente, en Fratelli Tutti, critica los populismos y los neoliberalismos por cómo utilizan a los pobres en fines político-electorales o económicos, respectivamente.
Hoy en día, el discernimiento acerca de quiénes son hoy los débiles se ha hecho más complejo, toda vez que las fuentes de poder se han diversificado. Si antes podía aludirse a la posesión de armas, dinero, conocimiento, contactos o cargos, actualmente la irrupción de las redes sociales y el acceso a medios de comunicación pueden fácilmente dar vuelta las relaciones de poder.
Hoy en día, el discernimiento acerca de quiénes son hoy los débiles se ha hecho más complejo, toda vez que las fuentes de poder se han diversificado.
Con todo, la Pasión de Cristo nos invita a situarnos siempre del lado de los que sufren.
LA MISERICORDIA Y EL PERDÓN
Un momento particularmente conmovedor de la Pasión es cuando Jesús está siendo clavado en la cruz y pide a Dios Padre por sus asesinos: Padre, perdónalos… Ya no se trata de mirar con amor solo a sus seguidores, amigos o necesitados, sino amar a sus victimarios, a quienes los dañan, a sus propios verdugos. Es verdad que en el sermón de la montaña había invitado a sus seguidores a que amaran a sus enemigos (Mt 5, 44), pero en la crucifixión se presenta un extremo que llega a ser escandaloso.
Pues bien, con mayor razón es necesario aplicar este principio de misericordia y perdón con el adversario político. Es muy claro cómo en los últimos años las facciones políticas han ido pasando la cuenta a sus contrarios en cuanto han tenido la oportunidad de hacerlo. Esa actitud ha llevado a romper los espacios de diálogo y, por lo tanto, la posibilidad de deliberación honesta. La venganza política como principio de acción genera una espiral de daño creciente. Las aparentes victorias provocan satisfacción, pero son efímeras.
En política se hacen cada vez más necesarias personas capaces de reconocer errores con hidalguía y perdonar con magnanimidad. ¿Esta propuesta es ingenuidad en política? Podría parecerlo, pero romper el círculo de la venganza es el único camino sostenible para volver a acercar posiciones. La polarización en política, que hoy en día padecemos, puede llevar a la paralización de un Congreso, pero es mucho más grave el deterioro de la confianza social y, por extensión, de la confianza en las instituciones políticas con consecuencias más graves en el largo plazo.
La Cruz de Cristo nos mueve al perdón de quien nos daña para, así, romper la dinámica de la venganza.
UN HORIZONTE DE ESPERANZA
¿Qué significa la resurrección de Jesús? Entre otras cosas, que Dios Padre no ha abandonado a su Hijo. Pero, además, que este modo de vivir no muere, no termina, no fracasa. La historia de Jesús no termina en el dolor ni en el fracaso ni en la muerte. No niega todo eso, pero lo supera. Asume que son parte de la vida, pero les da un sentido nuevo.
¿Qué relevancia puede tener ello para un político cristiano? Pues bien, que el fracaso político nunca es un punto final, sino más bien es el inicio de la esperanza. Todo cristiano busca en su vida aportar a la construcción de una sociedad «de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz». A veces se avanza en esa dirección; otras, se estanca o se retrocede. Nuestros esfuerzos de ciencia y técnica se topan con límites naturales y personales, las planificaciones se desvanecen y el trabajo parece estéril.
Ante ello, la resurrección de Jesús nos invita a no quedarnos en el pasado triste u obscuro, sino a mirar hacia delante: nos pone un horizonte. El político cristiano se entiende en una peregrinación que no está exenta de dudas o temores. El político cristiano no vive seguro, pero tampoco resignado. No está conforme, no se acostumbra a la mediocridad ni a la corrupción. Consciente de que el mundo no está terminado, no pacta con la inhumanidad del desempleo, el hambre, la violencia o el abandono, porque vive con «sed de justicia».
Sin embargo, la Resurrección es un anuncio de algo por venir. Por lo mismo, el cristiano en sociedad trabaja y espera, porque comprende que el Reino de Dios está en gestación, se hace presente y avanza, aunque le falte por llegar a plenitud. Reconoce que su esfuerzo es necesario, pero es libre para dejar el resultado en manos del Padre. Se siente invitado a participar, aunque sabe que el proyecto es de Otro. Su ganancia es el honor y gusto de aportar, más que el beneficio propio.
Finalmente, quien anhela hacer política al modo cristiano camina con paciencia hacia una meta que lo tensiona, porque no está lograda. Entiende que el Reino de Dios no se puede imponer, o se acoge libremente o, simplemente, no es el Reino de Dios. Este proyecto es siempre oferta o propuesta, pero cada ser humano tendrá que decidir si lo acoge o no. Por este motivo, un cristiano en sociedad ha de ser enormemente generoso en la invitación y extremadamente respetuoso de la elección de las personas.
Para un cristiano con inquietud social, siempre hay algo más por construir, una dirección donde avanzar. Tiene el esfuerzo puesto en el trabajo presente, pero la mirada puesta en el proyecto futuro. Nunca se queda sin horizonte, porque sabe que ese día la muerte habrá vencido.