Una democracia en riesgo

La democracia hoy se aprecia menos y hay grupos que, desde dentro del sistema, podrían atenuarla o suprimirla. Es necesario reaccionar a nivel de gobierno, parlamento y partidos políticos, también colegios y barrios.

En Latinoamérica, en los últimos veinte años se viene dando una tendencia que nos debe alertar: la preferencia por la democracia frente a otras formas de gobierno viene en descenso. En algunos países, como México y Guatemala, una porción creciente de la población plantea que formas de gobierno autoritarias pueden ser aceptables. Frente a gobiernos que parecen incapaces de dar un orden coherente a la convivencia social, sobrepasados por la violencia, atravesados por problemas de corrupción e infiltración del narcotráfico, ¿por qué seguir prefiriendo la democracia? Si la indiferencia y apatía marcan la relación de la ciudadanía con la democracia, e incluso lideres totalitarios son democráticamente electos por sus posturas claramente opuestas a la democracia, ¿qué argumentos ofrecer a quienes ven, en el sistema democrático mismo, la causa del problema?

En términos políticos, las tendencias antidemocráticas aparecen al interior de los mismos partidos, en particular en los extremos del arco político. El caudillismo autoritario ha radicalizado las posturas, adornándolas de «legítimas diferencias»; se produce incluso la paradoja de considerar antidemocrático e intolerante enfrentarse a ideas autoritarias. A ello se suma que los partidos políticos empiezan a aparecer como prescindibles: la impresión es que no funcionan bien, el sistema político no está generando las políticas públicas con la celeridad que la ciudadanía espera. Frente a la ansiedad económica o social que produce la falta de progreso, la narrativa de estos caudillos, exagerando las cosas, deviene en pesimismo y la sensación de inminente desgracia, en donde la violencia comienza a ser una alterativa válida, si no la única alternativa, para resolver las cosas. Y en este punto, desgraciadamente, los medios de comunicación, intelectuales, periodistas y artistas no siempre ayudamos a tranquilizar las posturas. El debate se torna agresivo y promueve la polarización, presentando una realidad sin matices con lógicas de amistad o enemistad, bondad o maldad. Esto, obviamente, dificulta mucho encontrar narrativas comunes.

Los movimientos populistas han aprovechado esta situación con una serie de estrategias ante las cuales hay que poner atención. Por una parte, aparecen ideologías populistas, que sobre simplifican problemas que en sí son multifactoriales, esgrimiendo un discurso contra las élites a las cuales presentan como que, en el fondo, no han querido resolver las cosas. Se apoyan en teorías conspirativas que manipulan la realidad y demonizan a los oponentes. Utilizan las redes sociales, en las cuales no hay genuino debate ni deliberación, para reprimir o cancelar a los adversarios. La insatisfacción social se amplifica para exacerbar la genuina rabia. Y, a la vez, generan la impresión de que se está al borde de una inminente desgracia, haciendo aflorar el miedo, también a través de las redes. En este contexto, la democracia aparece como incapaz, débil y lenta.

La tendencia a desconfiar de la democracia se ve exacerbada en los grupos más jóvenes de la sociedad. A ello se suma la indiferencia por el tipo de gobierno, que se verifica mayormente en grupos con menor educación. Los indicadores de participación cuando el voto es voluntario son elocuentes al respecto. Es decir, la democracia es apoyada por grupos más educados.

La tendencia a desconfiar de la democracia se ve exacerbada en los grupos más jóvenes de la sociedad.

Este fenómeno preocupa, más todavía cuando la historia reciente de nuestros países viene marcada por dictaduras que cargan con numerosos atropellos a los derechos humanos.

Los datos de Latinobarómetro indican que una raíz importante de este fenómeno tiene que ver con el desempeño de los gobiernos democráticos. De hecho, si no hay eficacia en lograr la paz social o mejorar los estándares de vida, el modo de gobierno se tiende a relativizar. El centro de atención para los ciudadanos es que se les resuelvan los problemas. Frente a ello, no parece relevante si los gobiernos controlan los medios de comunicación o si se trata de un gobierno militar.

La democracia, como modo de gobierno del pueblo por el pueblo, está en riesgo. En sí misma podría estar cultivando su autodestrucción sin darse cuenta.

PERO ¿POR QUÉ ES VALIOSA LA DEMOCRACIA?

Ante este fenómeno político-social en que la democracia va perdiendo valor, cabe preguntarse, una vez más, por qué este modo de organización política debiera ser cuidado. En este punto es importante distinguir entre la democracia como un mejor proceso de toma de decisiones, y la democracia como un modo intrínsecamente valioso de convivencia política, como un fin en sí misma. Reconocer el valor de la democracia tiene esas dos vertientes de justificación.

En cuanto medio para tomar buenas decisiones, la democracia como proceso deliberativo, con discusión, reflexión y debate, tiene más probabilidades de llegar a una decisión correcta, puesto que se ha considerado una variedad de perspectivas y argumentaciones antes de decidir. La calidad de la decisión debiera ser mejor. Estas mejores probabilidades, además, aportan a legitimar las decisiones ante la ciudadanía.

También en términos instrumentales, un beneficio de la práctica democrática es que el hecho mismo de participar en el debate hace que los adultos puedan desarrollar su potencial intelectual y moral, los posiciona en la búsqueda del bien común. Así, cuando la democracia se ejerce en varios niveles de la sociedad, incluso en ámbitos vecinales, las personas pueden ampliar su comprensión del mundo.

Finalmente, somos más propensos a pensar que las decisiones democráticas apuntan al bien común más que al bien de un grupo o persona particular, y eso aporta a la percepción de legitimidad.

Pero también la democracia tiene valor intrínseco, en sí misma. En primer lugar, ella permite vivir bajo la autoridad de leyes dadas por las mismas personas. Es decir, las personas son más libres en la medida en que se someten a leyes de organización y convivencia social que ellas mismas se han dado. En este sentido, las personas no se someten a voluntades ajenas. Esto no implica que nadie se someterá alguna vez al mandato de otros, pero la democracia sí es el procedimiento que más respeta la autonomía global de las personas. Todos tienen la oportunidad de participar en condiciones de igualdad en la formulación de las leyes y los asuntos colectivos.

En segundo lugar, las personas, al implicarse en la decisión de cómo organizar los asuntos colectivos, se realizan mejor al participar de una comunidad política autogobernada. Este proceso de deliberación facilita el desarrollo del diálogo, la empatía, la argumentación, la deliberación moral, entre otras cualidades esencialmente humanas.

En tercer lugar, la democracia es el procedimiento que más respeta la igualdad de los ciudadanos. Es una forma equitativa de dar voz a todos por igual. Es un ejercicio deliberativo donde se expresan y sopesan las perspectivas de todos los grupos representados.

Finalmente, la democracia es el sistema que permite respetar los derechos de las minorías, aun cuando se imponga la opinión mayoritaria.

NECESIDAD DE ACCIONES CORRECTIVAS

La democracia es un ideal complejo y su implementación está llena de tensiones. ¿El proceso debiera enfatizar la equidad de representación o la calidad de las decisiones que resulten? ¿Se trataría de cuantificar las preferencias personales respecto de un tema o, más bien, de analizar y deliberar buscando el bien común, incluidas las minorías? ¿Los que toman decisiones, basta que sean representantes de un grupo social, o esperamos que tengan conocimientos expertos en algún área? ¿Los representantes deben ser intransigentes, pues están ahí para mostrar la diversidad social o, más bien, dialogantes y capaces de consensuar el mayor bien para la mayoría, aunque no sea su propia preferencia? Aún con esta complejidad, por las razones antes dichas, creemos que es relevante cuidar la democracia.

Evidentemente, es fundamental la educación cívica de nuestros jóvenes. A nivel teórico es importante ayudar a comprender los procesos políticos, los modos de organización en el pasado y el presente. Pero a nivel práctico es imprescindible la discusión de temas de política pública nacional o la deliberación sobre temas locales, el ejercicio del debate y la decisión, la comprensión genuina de posturas diferentes, y la adquisición de destrezas de análisis y reflexión, aprender a argumentar y a dejarse persuadir cuando honestamente hay una mejor idea al frente. A nivel relacional, aprender a aceptar las derrotas y las decisiones legítimas, aunque no sean las preferidas, llevar los triunfos sin prepotencia, respetar y considerar a las minorías.

Los partidos políticos tienen mucho que hacer. Por una parte, obviamente en la formación de sus cuadros. Pero también deben ser activos en filtrar posibles demagogos que pudieran gestarse en sus filas. Además, para evitar el desprestigio con que ya carga el mundo político, el control ético al interior de los partidos es un mínimo que redunda en la imagen del sistema democrático. Contar con políticos probos influye en la imagen de un sistema político confiable. Transparencia y rendición de cuentas, institucionales y personales, debieran ser cada vez más habituales.

También es necesario salir de las redes sociales como lugar de debate. Puede ser un muy buen espacio de información, en la medida en que sea veraz, pero los espacios de discusión deben ser otros que permitan el desarrollo de ideas complejas.

Finalmente, es imprescindible que el sistema político mejore su productividad. Esto implica optimizar la calidad de las discusiones y decisiones, cuidar las formas, sobre todo el respeto del adversario, y abreviar los plazos para las decisiones.

La democracia hoy se aprecia menos y hay grupos que, desde dentro del sistema, podrían atenuarla o suprimirla. Es necesario reaccionar a nivel de gobierno, parlamento y partidos políticos, también colegios y barrios. Confiamos en que una democracia revitalizada podrá mejorar la vida de los ciudadanos.

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