Cuando nos encontrábamos en el tiempo de Adviento propuse una columna sobre el carácter escatológico de la creación (sobre su dimensión salvífica y de plenitud) a partir de una lectura personal de versos del poeta chileno Raúl Zurita. Ahora y en la mitad de la Cuaresma, quisiera volver a leer con ustedes algunos versos del mismo Zurita, versos que esta vez estarán marcados por la figura del desierto de Atacama, espacio al cual el poeta le dedica cantos en su obra Purgatorio de 1979. Dentro de este poemario encontramos la sección El desierto de Atacama, la cual está compuesta de siete cantos o poemas dedicados a esta porción de tierra que, siendo geográfica, es a la vez una metáfora. Siempre vale recordar que el lenguaje poético intenta pensar, escribir y decir desde un exceso de sentido, es decir: el desierto es más que el desierto, es más que un espacio aparentemente vacío, es más que un territorio ubicado en un espacio determinado. Por ello es por lo que quisiera proponer cómo una posible lectura teológica al desierto de Atacama cantado por Zurita nos ofrece pistas para pensar la redención (la salvación), la interioridad humana y los vínculos que establecemos con otros como espacios vitales de la Cuaresma.
En primer lugar, el desierto es lugar de fecundidad. Este primer elemento vendría a cambiar nuestra imagen o comprensión tradicional de entender el desierto como un espacio vacío y sin vida. En el Canto I (“A las inmaculadas llanuras”) Raúl Zurita dice que desde las piernas abiertas de su madre se levanta una plegaria que se une al infinito del desierto de Atacama. En la construcción poético-humana surge la fecundidad femenina y el infinito, en cuanto espacio sagrado o trascendente que nos vincula con lo divino. Y más adelante en el mismo canto Zurita se define a sí mismo como “una Plegaria encontrada en el camino”. La Plegaria, que es la autocomprensión del poeta, surgió de las piernas abiertas de la madre. Es llamativo que la Plegaria se vincule con la fecundidad del desierto. En el desierto aparece una cierta lógica de la disponibilidad para percibir lo infinito, infinito desértico que para Zurita tiene el color verde y azul (“los desiertos de Atacama son azules”, “las azules pampas del desierto de Atacama”, Canto III). Aquí aparece una paradoja: no es solo el café como color “tradicional” del desierto, sino que el azul (color del cielo, color sagrado) y el verde (color de la tierra, color ecológico). Podría aventurar que la redención tiene que ver con la irrupción de una paleta de nuevos colores allí donde no cabría esperar nuevas tonalidades. La redención, la salvación, la plenitud es un exceso de bondad, de gracia y de colores. Es la experiencia de la fecundidad (imagen femenina y materna que la tradición bíblica y teológica aplican a Dios) aún en medio del desierto.
En segundo lugar, la importancia de la divergencia y la convergencia humana que habita el desierto. El desierto es un lugar en donde, de algún modo, todos nos entendemos igualmente necesitados. Percibimos la carencia de alimento, de agua o de comodidad. El desierto tiene la particularidad de mostrarnos tal como somos: cuerpos vulnerables. Raúl Zurita dice que en el desierto cantan o balan nuestras almas (Canto IV) o es el lugar donde podemos mirar nuestra soledad, la cual está coronada de espinas y puestas sobre una cruz (Canto VII). Esa toma de conciencia de lo que soy/somos tiene que ver con la presencia de la divergencia y de la convergencia en la experiencia del desierto que se habita. El desierto, aunque es el mismo espacio geográfico, es también una metáfora o un símbolo que se entiende de diversos modos. Lo que el desierto es para mí puede no serlo para ti. Y no por ello acontece una visión errónea. La vida humana es convergente pero también es divergente debido a que todos somos diversos. Pero es justamente esa divergencia-convergencia el espacio en donde se va experimentado la propia redención en el Desierto, como la llama Zurita en el Canto VII. Somos salvados en nuestra propia individualidad, pero vinculados profundamente a los otros. La redención que nos ofrece el Dios que camina por el desierto es comunitaria, es universal. Tiene que ver con el nosotros convergente y divergente. Por ello el Canto VII dice que en algún momento lo mío se unirá a lo tuyo y eso a otros y otros. La Cuaresma nos coloca en la perspectiva de ese vínculo amoroso, desértico y pascual.
Es ahí en donde, y como canta el mismo Zurita, “veremos aparecer el Infinito del Desierto (…) entonces sobre el vacío del mundo se abrirá completamente el verdor infinito del Desierto de Atacama”. MSJ