El P. Francisco de Roux, un jesuita movilizado por una fuerza espiritual que le desborda y lo lleva a luchar por la paz

Invitamos a conocer al padre Francisco de Roux, un jesuita comprometido con la construcción de una cultura de paz en Colombia.

Nacido en Cali el 5 de julio de 1943, Pacho, como le dicen sus amigos, ingresó al Noviciado de la Ceja (Antioquia) a la edad de 16 años y se ordenó sacerdote en 1975. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana, realizó un doctorado en Economía en La Sorbona de París y una maestría en la London School of Economics. Fue Director del Cinep, al igual que Director del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio y Provincial de Colombia. Actualmente, es el director del Centro de Fe y Culturas.

El invitado a Jesuitas Colombia / Noticias, se define como alguien movilizado por una fuerza espiritual que le desborda y que lo lleva a luchar por la paz, la justicia y la dignidad humana y que, al mismo tiempo, lo invita a amar desinteresadamente a los demás. Aunque no tiene mucho tiempo libre, estos ratos los disfruta haciendo deporte, caminando en medio de la naturaleza, leyendo, oyendo música clásica y viendo lo que se está produciendo en documentales acerca de la historia del ser humano.

Le disgusta la manipulación de la gente a través de la mentira, la politiquería y las enormes desigualdades que siente en Colombia.

Los invitamos a conocer, juntos, a este hombre maravilloso —sencillo, humilde y cercano—, comprometido con la construcción de una cultura de paz en Colombia.

— ¿Cuál es la razón fundamental por la que se hizo jesuita?

El encontrar que en la Compañía de Jesús se vivía una determinación muy grande: “La de ir con Jesús, en su apuesta por el ser humano en todas las formas”.

— ¿Cómo fue su experiencia en la Congregación General 36 y qué fue lo que más le impactó?

Lo que más me impacto fue justamente encontrarnos en Congregación. Éramos 217 jesuitas, aproximadamente, venidos de todos los países del mundo, nos impulsaba el mismo carisma y rápidamente encontrábamos entre nosotros un lenguaje común, independientemente de donde viniéramos. Había una fraternidad sentida y un deseo muy generoso de reencontrarnos, como jesuitas, de servir a la Iglesia y de jugárnosla a fondo por la comunidad humana en el mundo entero.

Me impresionó el conjunto diario de momentos de oración que teníamos al principio, en donde realmente tocábamos fondo, en el sentido espiritual que nos conmovía, y la manera como con alegría, con seriedad y con respeto se llevaban adelante las cosas en la sala.

También, me llegó profundamente el proceso casi sorpresivo que llevó a la elección del Padre General. Fue sorprendente la forma como conversando y sin que ninguno de los otros expresaran en quién estaban pensando para votar o para constituir su voto, finalmente en el momento del escrutinio muy rápidamente salió el P. Arturo Sosa sj.

Me sorprendió la lealtad de los jesuitas a la Compañía. Fue muy bello ver cómo cada jesuita mostraba con toda sinceridad sus límites, sus dificultades, las razones por las cuales podría o no asumir la responsabilidad de la Compañía.

Me impactó mucho la visita que nos hizo el Papa Francisco, porque nos refirió a las cosas más profundas de la Compañía. Nos hizo sentir que los jesuitas estamos para construir siempre, para ir más adelante, en esa preocupación de él, de que no nos quedemos pegados a obras o instituciones, que estemos siempre en discernimiento. De ir más allá de lo que Dios nos está pidiendo.

Por supuesto, también, me causaron alegría los momentos en que conversamos en pequeños grupos sobre los grandes desafíos de la Compañía. Esta Congregación es la primera que comienza a funcionar como tal, un año antes de que los congregados lleguen a Roma y creo que vamos a tener que aprender a hacer ajustes. Pues a mi juicio la Congregación se vio constreñida a centrarse en los documentos que habían preparado las comisiones durante un año de trabajo, porque ya era la Congregación y de alguna forma perdió la riqueza de encontrarnos de pronto todos y ponernos a trabajar juntos las grandes preguntas. Estas son cosas que se van aprendiendo.

— ¿Con la entrega de las armas y la desaparición de las FARC como grupo guerrillero, podemos decir que cesó la horrible noche?

Estoy convencido de que podemos decir —lo digo con certeza moral— que las FARC se acabaron como organización guerrillera, los hombres y las mujeres de las FARC no volverán a las armas.

Las FARC fue la guerrilla más poderosa de América Latina y posiblemente del mundo. Llegó a tener más de 20 mil hombres en armas, con una capacidad de destrucción impresionante. Yo los conocí en su cinismo, su altivez, su capacidad de despreciar al ser humano, en su capacidad de producir daños espantosos y de someter al sufrimiento a las comunidades. Claro, ellos metidos dentro de su ideología y convencidos de que con eso estaban haciendo el bien. Los he visto cambiar profundamente, yo puedo dar testimonio de que esos hombres y mujeres son otra cosa.

Cinco años de diálogos, cinco años de acompañamiento, desde diferentes aspectos —dentro de los cuales las perspectivas espirituales jugaron un papel muy importante—, hicieron que estos hombres y mujeres comprendieran que la victimización del país, del cual ellos eran parte, como actores, tenía que terminar.

Puedo dar testimonio —estuve en los contenedores— de cómo en cada uno de estos lugares donde estaban las FARC se entregaron armas muy pesadas, valiosas y costosas. También fui testigo de la entrega de las armas de los paramilitares, que fue una cosa incomparablemente menor, menos sólida y rigurosa. Esto fue una cosa de una seriedad impresionante, cada arma con su sello, recogida por Naciones Unidas.

Lo que sentí —y quisiera compartirlo con mis compañeros jesuitas—, conversando con los muchachos de las FARC el día de la entrega, metiéndome entre las carpas y hablando con los muchachos y muchachas que estaban allí, es lo que ellos me decían: “Mire, nosotros teníamos la vida en el fusil e incluso hicimos daño con él. Nosotros teníamos la vida en él, porque entre otras cosas era lo único que nos protegía, ahora lo hemos entregado y no tenemos nada que nos proteja, estamos dejando nuestras vidas en las manos de los colombianos, pero sentimos que no nos creen, que no confían en nosotros”.

Esto me lleva a hacer un cuestionamiento, una pregunta espiritual muy grande para nosotros, compañeros jesuitas, y hombres y mujeres con los cuales colaboramos en Colombia: ¿Cómo acoger a estas personas que saben que saltan a todo riesgo y que solo van a tener la seguridad que nosotros podamos ofrecerles, si no tenemos la altura para hacer lo que nos corresponde en este momento? El dolor en Colombia se profundizará de maneras inconcebibles.

— El P. Francisco ha hablado en los últimos meses de paz territorial, ¿cómo puede la Compañía de Jesús integrarse en este proceso e integrar a los actores políticos y económicos del país en beneficio de la población vulnerable?

Yo he hablado de paz territorial en los últimos tiempos porque aprendí, inspirado por nuestra misión del Magdalena Medio, que hay que acercarse a las comunidades en su montura. Y es justo lo que hacemos en el proceso de regionalización de la provincia y con las distintas obras a nivel nacional.

El punto allí es acompañando las culturas locales en discernimiento, que es algo que el Papa nos pide mucho y que la CG 36 tomó con toda su fuerza, preguntarnos: ¿qué es lo que Dios está haciendo en este territorio? ¿Cómo podemos nosotros colaborar en la obra de Dios? Y ahí, Dios, en Colombia nos va a amarrar inmediatamente en la forma como en cada región se da la crisis espiritual y cuáles son las repercusiones no solamente en las personas, en las familias, donde se construye esto, en la escuela, en la vida parroquial; sino también cuáles son las repercusiones públicas, cómo la corrupción se ha enseñoreado, cómo los políticos se han roto entre ellos, en animadversiones, y cómo tenemos que construir y reconstruir el país desde esos territorios, con su impronta regional que es distinta —según usted esté en la Costa, en Pasto, en Medellín o en Santander—.

— Usted implementó una valiosa experiencia en el Magdalena Medio en lo referente a la construcción de paz, ¿cómo considera se puede implementar esta iniciativa dentro del proceso del postconficto que iniciamos?

El Programa del Magdalena Medio dio origen a la Red Nacional de Programas Regionales de Desarrollo y Paz —Red Prodepaz— y el Alto Comisionado de Paz visitó los distintos Programas de Desarrollo y Paz que hay en el país. Eso dio lugar, hoy en día, a los llamados Programas de Desarrollo Territorial, que se inspiran mucho en ese propósito; donde se combina la cultura, la herencia espiritual, la búsqueda de la protección del ser humano y por eso las garantías de los derechos humanos de todos. También, el desarrollo de todos sus aspectos, incorporando lo cultural, lo económico, el cuidado del medio ambiente y la infraestructura.

Para decirlo de otra forma, las FARC van a tener una ayuda de unos $3.800 millones de pesos, que es la contribución que lograron en las conversaciones y que son recursos para configurarse como partido político; la ayuda a las regiones en el Proceso de Paz es muchísimo más grande, será de $4 billones de pesos por año, durante diez años.

Lo importante es que esa plata no quede en manos de los políticos. Nosotros hemos pedido que la plata de la paz no la manejen los políticos, sino que esté manejada por personas sumamente transparentes, que realmente quieran que consolidemos este proceso tan difícil, porque son los dineros para la reconciliación del país y los políticos poco saben del tema.

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Fuente: www.cpalsocial.org

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