En defensa de las relaciones intrascendentes

Ir madurando nuestras relaciones. Ser conscientes de que no todas son iguales, que no podemos compartir lo mismo con nuestro amable vecino con el que nos cruzamos en el ascensor que con nuestro amigo de la infancia.

Quizás es que la gente se aburre en verano. Porque lo cierto es que hay que tener mucho tiempo libre para que se te ocurra comunicarte con los números de teléfono correlativos al tuyo, bien sumando un dígito o restándoselo. Pero no es menos cierto que se ha convertido en el reto viral de moda. No hay más que asomarse a las redes sociales para ver pantallazos de Whatsapp que recogen esas conversaciones, muchas veces absurdas, que empiezan siempre igual: «¡Hola, soy tu vecino de número!».

Un reto viral más, que nos ocupará esta semana y será olvidado la siguiente. Y, sin embargo, si lo pensamos bien, podemos sacar alguna reflexión acerca de nuestro modo de relacionarnos. Hace poco aparecía un muy interesante artículo acerca de las relaciones superficiales, reivindicándolas. Recordándonos que nuestros afectos, nuestra amistad no es algo ilimitado. Tampoco algo que se nos puede exigir, un deber. Aunque a veces nos sintamos presos de las relaciones. A todos probablemente nos ha tocado el vernos metidos en la dinámica del me sigues y te sigo, de las comidas de compromiso, los «no me puedes dejar tirado ahora» o los «no me creo que no tengas tiempo para mí». Gente con la que nos relacionamos porque toca, pero con la que realmente no nos apetece hacerlo. Nos vence la inercia, o la cobardía de decir que no, o el miedo a la soledad.

La viralidad del vecino de número —más allá de que pueda ser fruto del puro aburrimiento veraniego y del debate de la privacidad— nos habla de relaciones que estamos perdiendo, que son intrascendentes pero que forman parte del entramado social en el que nos hemos ido desarrollando y son igual de necesarias. Gente que comparte nuestra cotidianidad, que le da color y forma, aunque no se comparta la vida en profundidad ni se vivan grandes experiencias juntos, de las que marcan el inicio de una amistad. Son esos compañeros de trabajo o de clase, vecinos, personas con las que nos cruzamos más allá del encuentro casual y que amplían horizontes ciertamente, pero que no se pueden convertir en peajes que nos sentimos obligados a pagar tampoco.

Se trata de ir madurando nuestras relaciones, en definitiva. De ser conscientes de que no todas son iguales, que no podemos compartir lo mismo con nuestro amable vecino con el que nos cruzamos en el ascensor que con nuestro amigo de la infancia al que no vemos hace años o esa compañera de trabajo con la que todos los días comentamos las noticias. No todas son igual de importantes, no todas nos producen los mismos sentimientos, no todas marcan nuestra vida. Y eso no nos hace peores en nuestras relaciones, no nos hace más superficiales.

No podemos sentirnos culpables por dejar en visto a nuestro “vecino de número”, en definitiva.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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