Enfoques académicos con la inequidad en el centro de la escena

La cuestión de la inequidad en la distribución del ingreso se ha ubicado en el centro de la escena político-socio-económica a nivel global desde hace unos años. En este artículo se revisan el debate académico en la economía, y las recomendaciones de la política.

Ante todo, puede distinguirse entre distribución del ingreso e inequidad. La primera, esencialmente, es un dato estadístico. Esto no invalida su importancia, sino que resalta que se trata de una medición que realizan los organismos de estadísticas de los países, relevando el grado de distribución de la riqueza entre segmentos poblacionales, donde cada decil o quintil en los que se divide a la población en función de sus ingresos son ordenados en relación a su participación en el ingreso general. De esta manera, si el primer decil, por ejemplo, concentra el 50% de la riqueza de un país, existe alta concentración de la riqueza.

Otro tema es el de la pobreza, para lo cual se recurre habitualmente a la línea de pobreza, donde se contrastan los ingresos de los diferentes deciles o quintiles en relación a una canasta básica de consumo de alimentos y algunos servicios básicos. Si la pobreza no fuera elevada, o estuviera en un sendero decreciente por alto crecimiento económico, generación de empleo y mejores salarios, en principio, una distribución del ingreso concentrada no generaría tantos desafíos sociales.

La inequidad, en cambio, no es una aproximación estadística, sino valorativa, pues se centra en torno a una virtud: la justicia. Si se afirma que hay inequidad entre segmentos poblacionales, se sostiene que esta situación es inequitativa, por ende, injusta. Las posibles políticas públicas o demandas sociales de esta lectura son en general diferentes a la situación antes descripta. El mundo se encuentra, sobre todo desde la crisis de las hipotecas de 2008 y la desaceleración de China y del comercio desde 2014, ante una creciente lectura del problema desde la segunda interpretación. Una primera reacción es que el régimen anterior ha generado este nivel de inequidad, sea la globalización, el capitalismo tecnológico y financiero, y los sistemas políticos relacionados.

La ciencia económica ha considerado estos nuevos desafíos, y viene dándose un debate significativo en torno a este problema. Se han revalorizado las cuestiones de la institucionalidad y la interdisciplinariedad, a la luz del trade-off entre crecimiento y equidad, que condiciona muchas de las políticas públicas posibles. En adelante se reseñan algunos de los aportes más significativos.

El debate entre Jeffrey Sachs y William Easterly, de la década pasada, en torno a la crisis global de 2008, reflejaba dos posturas diferentes. Hacia mediados de los 2000, los países desarrollados donaban 75.000 millones de euros por año a las economías en vías de desarrollo para la lucha contra la pobreza. Para Sachs, esa suma era insuficiente, mientras que para Easterly era suficiente pero no se utilizaba de manera correcta. Con respecto al Programa de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas, Sachs veía progresos reales, como con el combate contra el sida y la revolución verde agrícola de África. Easterly, en cambio, sostenía que era burocrático, ineficiente y con “mentalidad neocolonial” para atacar la pobreza, que, en cambio, se debía combatir con crecimiento económico y mejoras sustanciales contra la corrupción.

Joseph. E. Stiglitz analiza, en El precio de la desigualdad (2012), la crisis global y la inequidad. Reconoce que la teoría del derrame del crecimiento no funciona del todo, pero “el goteo a la inversa” podría funcionar: si se les otorgaran más oportunidades a los más pobres, se generaría más mano de obra calificada y aumentaría la producción. Además, la historia ha demostrado que la austeridad —es decir, los ajustes fiscales— no funciona: las recesiones son generadas por escasez de demanda y cuando el gobierno reduce el gasto, cae más la demanda, generando más desempleo. Así, la mayor causa de la desigualdad es el desempleo, que es sufrido por los más pobres. Propone entonces mejorar la situación fiscal y social de los Estados Unidos, subiendo los tributos a los más ricos, reduciendo el gasto en defensa, bajando el precio de los medicamentos y promoviendo el pleno empleo. Se focaliza en impuestos “pigouvianos”: quien genera una externalidad negativa debería compensar con un pago equivalente a la misma. Por ejemplo, sostiene que esto no se cumple en el sector financiero, que ha generado muchas crisis, en el marco de la insuficiente regulación vigente.

Uno de los trabajos que más ha impactado, sin dudas, es el de Thomas Piketty. Como el Das Kapital de Marx en la segunda mitad del siglo XIX, El capital en el siglo XXI (2013) ha revolucionado el debate económico. Piketty es un economista francés especialista en desigualdad económica y distribución del ingreso, y su trabajo busca poner en el centro del análisis económico la cuestión de la distribución del ingreso y de la riqueza, en contraposición al eje crecimiento-inflación de la visión económica dominante. Desde la década de 1970 la desigualdad de ingresos ha aumentado significativamente en los países ricos, especialmente en los Estados Unidos, en donde la concentración del ingreso en la primera década del siglo XXI ya ha recuperado, y de hecho superado ligeramente, el nivel alcanzado en la segunda década del siglo anterior, según sus datos. La participación del decil superior en el ingreso nacional en los Estados Unidos cayó de 45 a 50% en la década de 1910-1920, a menos del 35% en la década de 1950, para luego aumentar de menos del 35% en la década de 1970, a 45-50% en la década de 2000 a 2010. Además estudia datos de largo plazo para Inglaterra, Francia y Alemania, donde obtiene tendencias similares para la actualidad.

La desigualdad aumenta en el largo plazo si la renta del capital crece más rápido que el PIB; esta es la fuente de desigualdad fundamental para el autor. El rendimiento del capital incluye los beneficios, dividendos, intereses, rentas y otros ingresos. Si estos rendimientos del capital ascienden más que el PIB en el largo plazo, los ricos se hacen más ricos y la riqueza se concentra más en el tiempo. Para Piketty, esta dinámica del capitalismo lleva a una mayor inequidad. De continuar en el siglo XXI, tendría impactos en la sostenibilidad de los sistemas republicanos democráticos.

Para mitigar esta tendencia, deberían imaginarse instituciones políticas. Si fuera posible, un impuesto global progresivo sobre el capital. Además, un Estado social adaptado a las nuevas condiciones, desarrollando burocracias públicas más eficientes. Un replanteo del impuesto progresivo sobre la renta, basado en la experiencia del pasado y en las tendencias recientes, en cada país. Una educación más igualitaria, que permita transferir conocimientos y habilidades que puedan tener impacto en los sistemas productivos y en el empleo. Y minimizar los problemas de la deuda pública, para fortalecer a los gobiernos. Al poner la inequidad en el centro del debate económico, este autor de tradición socialdemócrata (asesor del partido socialista francés) advierte además que la integración al mundo, el respeto a los derechos de propiedad y una educación de calidad son imprescindibles para el desarrollo y la equidad.

En El gran escape, Angus Deaton (2013) señala que los Estados Unidos han deteriorado la capacidad de promover el progreso de sus habitantes. Pero sostiene que aún se puede lograr una sociedad con mayor igualdad de oportunidades, democracia más fuerte y mejor nivel de vida. Uno de los problemas es que las fuerzas del mercado, condicionadas por la política, van en dirección contraria. Su tesis central es que los ingresos de la mayoría de la porción más rica de la sociedad estadounidense no dependen de su contribución a la sociedad. Para lograr una economía más dinámica, eficiente y justa, propone invertir más en educación, tecnología e infraestructura. Así, el sistema ofrecerá más oportunidades a más ciudadanos. En lo productivo, una idea es corregir desequilibrios generados por la brecha entre las importaciones —que crean desempleo— y las exportaciones —que generan trabajo—, sobre todo porque los Estados Unidos tienen un alto déficit comercial. También propone minimizar los riesgos potenciales de las instituciones financieras, controlando el riesgo y la volatilidad propia de estas instituciones, limitando su capacidad de endeudamiento. En otro orden, propone reducir la carrera armamentista. Finalmente, promueve una reforma fiscal, con un sistema tributario más progresivo y un impuesto a la herencia de importancia, pues incentivaría a los más ricos a donar parte de sus riquezas a ONGs.

En conclusión, el tema de la inequidad y su relación con la actividad económica y el crecimiento llegó para quedarse. El análisis de las propuestas de estos cinco economistas deja varios puntos en común, al considerar posibles cursos de acción. En general, todos plantean cambios fiscales, a partir de reformas tributarias progresivas que enfaticen el rol del impuesto a las ganancias de personas físicas, sobre todo los más ricos. También hay coincidencias en mayor regulación del sistema financiero, vía impuestos y controles, además de reducir el gasto en defensa para invertir más en educación y salud. Un Estado social debería desarrollar burocracias más eficientes. Lo cierto es que el tema acompañará a la economía política de las próximas décadas, y requiere respuestas sistémicas.

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Fuente: www.revistacriterio.com.ar

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