Es hora de cuidar nuestra casa común

Las evidencias científicas son contundentes: ya no hay dudas de que las emisiones contaminantes están contribuyendo al aumento de la temperatura en todo el planeta.

Durante este mes, representantes de 200 países, convocados por Naciones Unidas, se encuentran en Katowice, Polonia, en la reunión anual denominada COP-24, con el propósito de avanzar en la aplicación del Acuerdo de París celebrado en 2015. Esta reunión es muy importante ya que el futuro del planeta depende hoy de la capacidad de la humanidad para diseñar sin demoras nuevas instituciones y reglas de carácter mundial, que apunten a reducir drásticamente las emisiones contaminantes de CO2.

La “Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático” (CMNUCC), se aprobó en 1992, cuando las naciones firmantes expresaron su preocupación, porque “las actividades humanas han ido aumentando sustancialmente las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera, y porque ese aumento intensifica el efecto invernadero natural, lo cual dará como resultado, en promedio, un calentamiento adicional de la superficie y la atmósfera de la Tierra y puede afectar adversamente a los ecosistemas naturales y a la humanidad”. La primera reunión COP se llevó a cabo en Berlín en 1995; la última correspondió a la edición 23a y tuvo lugar en Bonn, un año atrás.

Las evidencias científicas son contundentes: ya no hay dudas de que las emisiones contaminantes están contribuyendo al aumento de la temperatura en todo el planeta. Estas emisiones son generadas por el consumo de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), más algunas prácticas agropecuarias y la deforestación. No es sorprendente que estos fenómenos estén ocurriendo; basta señalar que durante el siglo XX el PBI mundial se multiplicó nada menos que 19 veces. La producción de bienes y servicios en el último siglo fue mayor a toda la producción acumulada desde el inicio de la presencia humana en la Tierra hasta fines del siglo XIX. En los primeros 18 siglos de nuestra era, es decir, hasta la Revolución Industrial, la población aumentó al modesto ritmo de 420 mil personas por año. El aumento anual de la población hoy es de 53 millones, 126 veces más. Todo esto ha contribuido a un incremento en la utilización de fuentes fósiles de energía, generadoras de emisiones de dióxido de carbono y otros gases contaminantes.

La amenaza ambiental de carácter global no se solucionará por el agotamiento de las reservas de recursos fósiles. Nunca hubo en el planeta tanto petróleo y gas como hoy; basta decir que las reservas petroleras en 1980 apenas cubrían 30 años de consumo, mientras que hoy cubren 51 años. En el caso del gas, tenemos reservas por 52 años de consumo, y en carbón, las reservas holgadamente cubren 153 años. El aumento de las reservas es impulsado por los avances tecnológicos en el desarrollo de nuevos yacimientos, sumado a la aparición en la última década de los recursos no-convencionales. La utilización plena de estos recursos fósiles, ya contabilizados en los balances de las empresas titulares de las áreas de explotación, no es compatible con la meta de no cruzar la barrera de un aumento de 2°C. Respetar los límites impuestos por el riesgo del cambio climático exigirá renunciar a utilizar la totalidad de las reservas comprobadas.

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) alertó en la COP23 en Bonn que las emisiones son el principal causante de los desastres ambientales que vienen aumentando en todo el planeta. Incendios, temporales, inundaciones y sequías son cada vez más frecuentes, incluso en nuestro país, afectando a las personas y a la actividad económica, especialmente la agropecuaria. La OMM fue clara sobre el calentamiento global que trepa año a año, e informó que 2016 fue el año más cálido del que se tenga constancia: hubo un aumento de 1,1oC” por encima de los niveles pre-industriales y de 0,06oC” con respecto al año anterior. Las temperaturas de la superficie del mar también fueron las más elevadas que se hayan registrado; el nivel del mar a escala mundial siguió aumentando y la extensión de los hielos del Ártico se situó por debajo del promedio durante la mayor parte del año.

La NASA define a la Tierra como nuestra nave en un viaje espacial largo, por eso es grave que el CO2 acumulado en la atmósfera que rodea nuestro planeta ya haya llegado a 410 ppm, es decir, 28% mayor al nivel de mediados el siglo XX, acercándonos así a la magnitud de 450 ppm, barrera crítica que no debe ser cruzada si queremos evitar un peligroso calentamiento de nuestra Tierra. Al actual ritmo de aumento en los gases acumulados en la atmósfera cruzaríamos esta barrera en veinte años.

Para tener una idea de la gravedad de las emisiones anuales, basta decir que hoy son 130% mayores a las del año 1971. A pesar de estas reuniones, las evidencias indican que las emisiones seguirán aumentando. Por ejemplo, el Departamento de Energía de los Estados Unidos estima que serán 20% mayores a las actuales hacia el año 2040. La Agencia Internacional de Energía también estima que las emisiones seguirán creciendo.

En Puerto Rico, Miami, Cuba y numerosas islas del Caribe, los huracanes Harvey, Irma y María, catalogados en la máxima categoría, han causado enormes daños durante el año pasado. Las poblaciones han sufrido falta de alimentos y agua, y la pérdida o deterioro de sus viviendas y edificios. Los daños han sido grandes en islas caribeñas como Dominica, designada como patrimonio de la humanidad por UNESCO; la isla de Barbuda dejó de ser habitable. Miami está encarando programas de protección frente a estas inundaciones, con bombas de evacuación de agua y mejoras en diques y rutas; se trata de costosos programas de adaptación que están lejos de la posibilidad de ser encarados por países pobres. El huracán María fue particularmente grave en Puerto Rico, donde destruyó 50 mil viviendas, dañó más de 400 mil y causó 3.000 muertes. Es posible que ya estemos en presencia de la ola inmigratoria más grande en la historia de esta isla caribeña; se estima que han emigrado más de 100 mil personas debido a los daños.

Pero los desastres ambientales de 2017 no se limitaron al Caribe. En países asiáticos densamente poblados como la India y Bangladesh, millones de personas han perdido sus casas y también sus cultivos, además de la pérdida de 1.200 vidas. En el continente africano, veinte naciones se vieron obligadas a declarar la emergencia debido a las sequías que han causado desplazamientos de la población.

Por otro lado, las emisiones también están afectando el nivel de los océanos; un reciente informe de Naciones Unidas señala que el satélite que mide el nivel del mar desde hace 25 años registra un aumento en el orden de los 85 milímetros. Diversos estudios indican que, si seguimos como hasta ahora, el nivel del mar podría subir hasta 59 cm durante el siglo XXI, amenazando así las comunidades costeras y los arrecifes de coral.

En los documentos preparados para la COP-23 se había señalado que los compromisos asumidos por las naciones en París en 2015 exigían que las emisiones fueran 30% menores a las actuales en el año 2030. Pera las propuestas presentadas están lejos de cumplir esta meta: apenas reducen el ritmo anual de crecimiento de las emisiones, pero no las abaten como exige la preservación del planeta. Con los planes propuestos no podrán cumplirse los objetivos del Acuerdo de París, ya que tendríamos un aumento de la temperatura mundial de 3°C, con grandes daños, cuando la barrera máxima que no debemos cruzar es de 2°C.

Es cierto que hay un rápido desarrollo de las energías limpias, cuya utilización crecerá más rápido que el resto de las energías —se prevé que hacia 2040 las energías renovables crezcan 400% sobre el nivel actual—, pero esto no alcanza para preservar nuestro planeta, ya que también crecerá (aunque menos) la producción de combustibles fósiles: 2% el carbón, 12% el petróleo y 47% el gas. Por esta razón las proyecciones energéticas, basadas en un análisis de las decisiones estratégicas en curso en el escenario mundial, indican que dentro de 25 años los humanos estaríamos emitiendo anualmente 20% más de gases contaminantes que hoy. El crecimiento del consumo energético previsto en las próximas dos décadas se explica por el aumento en la población (1.500 millones más de habitantes), y la duplicación del PBI mundial.

La capacidad de desarrollar nuevas tecnologías que permitan “remover” el CO2 que ya está acumulado en el planeta podría llegar a ser, en el futuro, un elemento crucial para preservar el planeta. Pero la realidad nos indica que aún es una posibilidad remota, con un costo económico por “remover” muy superior al costo que implicarían los esfuerzos por “reducir” directamente las actuales emisiones. La tarea a enfrentar no es fácil, ya que requiere movilizar sin demoras grandes inversiones en infraestructura y en nuevas tecnologías con bajas emisiones de carbono y, al mismo tiempo, avanzar por el sendero de la conservación y la reducción del consumo de combustibles fósiles desarrollando nuevas energías “limpias”.

Es preocupante la negativa actitud de los Estados Unidos. Recordemos que cuando asumió Bush la presidencia en el año 2001, inmediatamente negó la ratificación del Protocolo de Kyoto. Lo mismo acaba de ocurrir ahora con Trump, quien decidió el retiro de los compromisos de París y además anular importantes medidas adoptadas por Obama; tener en cuenta que los Estados Unidos es el segundo contaminador mundial, superado únicamente por China. Lo grave es que no hay más tiempo para perder, ya que, como dijo Obama en su visita a Córdoba, “Somos la última generación que puede hacer algo por el cambio climático”.

Es cierto que el crecimiento económico es esencial para poder abatir la pobreza mundial, pero es falso un dilema entre “crecimiento económico con más emisiones” o “menos crecimiento con menos emisiones”. El talento humano está tecnológicamente en condiciones de asegurar crecimiento económico con menos emisiones, teniendo en cuenta los avances en el desarrollo de nuevas energías “limpias” y también en la conservación y eficiencia en el consumo de energía.

Enfrentar la amenaza climática exige una solución global. También es evidente que el creciente riesgo causado por más emisiones globales plantea la necesidad de una autoridad global, ya que está comprometido un importante bien común global. Por esta razón es necesario que las negociaciones internacionales apunten, como propone Stefano Zamagni, a la creación de una Organización Mundial del Ambiente (OMA). Para garantizar la salvaguardia del ambiente en nuestro planeta es urgente que los países acuerden la creación de una autoridad global que tenga un poder efectivo y cuya legitimidad sea reconocida por todas las naciones, como ya propuso Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate.

Es crucial asegurar que el marco para la acción climática acordado en las COP ofrezca sin demoras un procedimiento eficaz que garantice compromisos climáticos cada vez más exigentes, si queremos que el mundo siga por el sendero de menores emisiones, coherente con el crítico objetivo de 2°C. Para que los acuerdos logrados en las COP preserven nuestro planeta deberemos tener respuesta a dos interrogantes clave: ¿Los países respetarán sus metas de reducción de emisiones prometidas en sus propuestas? ¿Y estarán también dispuestos a mejorar estas metas prometidas, ya que son claramente insuficientes?

Esperemos que la voluntad política de cuidar la Tierra para nuestros hijos, quienes nos las han dado en préstamo, pueda expresarse en un gran acuerdo internacional en Katowice que supere las naturales diferencias políticas, ya que todos vivimos en la misma Casa Común. En la encíclica Laudato Si’, el Papa Francisco nos recuerda el mandato bíblico “Labrar y cuidar el Jardín del mundo”; se trata de “cuidar” y no de degradar nuestro planeta.

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Fuente: www.revistacriterio.com.ar

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