Uno de mis capítulos favoritos de Los Simpson, es aquel en el que Homero decide presentarse a concejal encargado de la sanidad de Springfield. Sus intenciones no se mueven por su deseo de servir a sus conciudadanos, pero el éxito de su campaña es total cuando decide que su lema sea: «¿Eso no puede hacerlo otro?». En definitiva, sus votantes, como el mismo Homero, lo que desean es que los problemas se solucionen, pero que los solucionen otros. Sin responsabilidades, ni implicaciones personales. Que la ciudad esté saneada, pero que no cueste ningún esfuerzo. Y, una vez más, Los Simpson se adelantan a la realidad, y ya podemos leer cómo nos preocupa el cambio climático, y queremos solucionarlo, pero siempre y cuando no tengamos que renunciar a nada, ni esforzarnos en cambiar algo de nuestro estilo de vida.
Este es un síntoma preocupante de nuestra realidad más próxima. Sobran diagnósticos y faltan remedios. Tenemos claras nuestras prioridades, lo que queremos como sociedad e individualmente en nuestra vida, hacia dónde queremos ir, y cuáles son los objetivos que tenemos que alcanzar (cada poco tenemos una nueva lista de objetivos que cumplir: los Objetivos del Milenio, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la Agenda 2030…), pero parece que el sustento de todas esas buenas intenciones es poco más que unos buenos deseos y algunos valores difusos de bien común. No hay trabajo, no hay esfuerzo, no hay implicación y compromiso.
Lo que tantas veces se nos plantea en nuestra vida diaria, el querer cambiar o alcanzar una meta, pero de manera rápida y sin esfuerzo, está tocando a nuestra construcción social, al modo en el que queremos sacar adelante nuestra comunidad. La noticia que me ha hecho pensar se relaciona con el cambio climático, pero creo que la dinámica que subyace podemos aplicarla a casi cualquier problemática social de nuestro tiempo.
Es más fácil señalar lo poco que hacen «los de arriba» o la culpabilidad de «los de abajo». Pero no miramos hacia dentro, hacia los lados, hacia nuestra pequeña realidad que nos rodea y nos preguntamos qué puedo hacer. No desde el voluntarismo, sino desde el compromiso social, que mueva a otros, a otras. Desde las convicciones profundas que son la palanca para el auténtico cambio, y no para los parches y maquillajes del ir tirando.
Tenemos el horizonte claro, sabemos qué camino queremos recorrer. Pero algo dentro de nosotros, a nuestro alrededor, nos detiene. La comodidad, el estatus alcanzado, el no querer problemas son las primeras barreras que tenemos que tirar abajo. Las propias en primer lugar. Solo así podremos comenzar a cambiar algo. Haciendo lo que hemos hecho hasta ahora, obtendremos lo que tenemos ahora. Si queremos algo distinto, toca comenzar a caminar, sobreponerse a la pereza, explorar lo incómodo, abrirnos a nuevas rutinas, nuevos modos de entender la realidad y su dinamismo. Solo así podremos empezar a caminar hacia los objetivos que queremos. No queda otra.
Fuente: https://pastoralsj.org