Hermana Nelly León, la capellana de los olvidados

Desde hace dos décadas se ha preocupado incansablemente de la realidad de las mujeres privadas de libertad: «Es un compromiso que debe ser de todos los chilenos, porque de una u otra forma, todos nosotros también generamos delincuencia y pobreza con nuestra indiferencia». «Creo que tenemos que conocernos más. Saber quiénes son los que están en la cárcel. Ese es el desafío que tenemos como sociedad, permanentemente».

Su nombre se hizo público cuando afirmó categóricamente que: «En Chile se encarcela la pobreza», mientras daba el discurso de bienvenida al papa Francisco en su visita al Centro Penitenciario Femenino (CPF) de San Joaquín en enero pasado. Desde ese momento, la hermana Nelly León Correa, capellana de ese lugar por cerca de trece años, decidió dar «cuanta entrevista me pidieran», dice. Y no por vanidad, como podrían insinuar algunos, sino porque ella sabe que visibilizar la pobreza y el sufrimiento en las cárceles, es parte de un desafío urgente para el país.

Escogida en 2017 una de las cien mujeres líderes de Chile por su incansable labor en la cárcel, la hermana Nelly ha trabajado en este mundo por más de diecinueve años y, siendo parte de la congregación del Buen Pastor —históricamente ligada al apoyo de mujeres internas—, ha tomado como bandera de lucha la defensa de los derechos de estas personas.

La decisión de trabajar especialmente con mujeres no admite discusión para la capellana: «Creo que somos las más vulneradas en la sociedad», dice y, por eso, junto a su equipo de la Pastoral, a funcionarios y voluntarios de la cárcel, pone su corazón todos los días para llevar un poco de dignidad y esperanza a quienes tienen una doble pérdida cuando son privadas de libertad: «Estas mujeres nunca dejan de ser mamás. Y en su privación, cargan no solo con el dolor de lo que les pasó, sino que también con la culpa de haber abandonado a sus hijos».

Convivir diariamente con ese dolor es «una violencia interior permanente», admite la religiosa. «Muchas veces, tratando de mejorar la calidad de vida de las mujeres, te encuentras con paredes y puertas que no puedes abrir. Basta que una persona te diga que no, y te echa para atrás todo un proyecto. Pero, claro, uno entra y están las mujeres que te esperan y que quieren contarte sus penas y dolores. Al final de cuentas, estamos aquí para contener, para apoyar y consolar».

EL ANHELO DE LA REINSERCIÓN

Si la libertad se ha perdido, mantener la dignidad de los internos e internas es esencial, y en esta batalla, la posibilidad de la reinserción se vuelve el camino más efectivo y esperanzador. En la cárcel de mujeres, así como en los centros penitenciarios masculinos de La Serena, Puerto Montt, y Santiago (Colina y Penitenciaría), existen los llamados «Espacios Mandela», un revolucionario proyecto coordinado por el sacerdote Luis Roblero S.J., que se ha convertido «en la marca de nuestra intervención», comenta la hermana Nelly: «Son lugares donde los internos estudian y trabajan. Aquí, en el CPF, hay un espacio habilitado para 51 mujeres que son capacitadas con talleres y acompañamiento individual, todo en vista de su libertad. Ellas viven en un espacio bastante más digno que el resto de las mujeres».

La base de los Espacios Mandela es el convencimiento de que una persona que comete un delito y reincide está inmersa en un proceso de socialización adverso: «Las mujeres y hombres privados de libertad vienen de un cordón de pobreza, donde todo les ha sido negado desde su más tierna infancia y, al salir, les seguimos dando la espalda», dice la hermana Nelly, aunque ella está convencida de que esta situación puede revertirse. Por eso, hace diez años creó —junto a la congregación del Buen Pastor y al sacerdote Alfonso Baeza—, la Fundación Mujer Levántate, que busca promover la dignidad de las mujeres privadas de libertad y restituirles sus derechos, mediante un programa basado en el respeto, y el trato afectivo.

¿De qué manera el trabajo de Mujer Levántate hace la diferencia para las personas que están privadas de libertad?

Nuestro trabajo consiste en tomar a cada mujer a casi dos años de su primera salida dominical y trabajar con ella, internamente. Después, las acompañamos en su proceso con los beneficios y las tratamos de acompañar un año más, afuera. Entonces, esa mujer, a la que tú le pones un acompañante, que la re-vinculas con su familia, que sueñas con ella su libertad, que la ayudas a redescubrir sus habilidades a través de talleres grupales que permiten el desarrollo comunitario, y donde ella siente el apoyo que le permite reconocer por qué cometió un delito, qué pasó con su historia personal, esa mujer puede decir: «Yo no voy a volver a la cárcel, porque conocí otra vida, otro mundo, tengo otros vínculos y tengo trabajo». En el porcentaje de mujeres que reincide un factor importante es que ellas no han sido beneficiadas de una intervención dentro de la cárcel.

«LA DIGNIDAD SE CUSTODIA Y SE ACARICIA»

En diciembre de 2017 la hermana Nelly León, los funcionarios y voluntarios de la Pastoral, y las internas del CPF de San Joaquín veían cómo uno de sus más grandes sueños se hacía realidad. Para la capellana, la visita del papa Francisco a la cárcel —la primera visita que el Santo Padre hacía a un centro penitenciario femenino— fue «un reconocimiento a la dignidad de las mujeres privadas de libertad. Fue maravilloso porque permitió que todos vieran que al interior de la cárcel hay personas, que si bien cometieron un delito, lo están pagando, y que es una responsabilidad de todos ayudarlas a ponerse de pie. Ese compromiso debe ser de todos los chilenos porque, de una u otra forma, nosotros también generamos delincuencia y pobreza con nuestra indiferencia».

La religiosa cuenta que el discurso del Sumo Pontífice caló hondo en las reclusas, porque hizo una profunda defensa de sus derechos: «Una de las frases más significativas que el Papa dijo a las mujeres fue que la dignidad no se toca; la dignidad se cuida, se custodia, se acaricia; que estar privado de libertad no es sinónimo de estar privado de dignidad y que todas tienen el derecho a la reinserción. Eso quedó resonando en el corazón de las internas», dice la capellana.

¿Y cómo se garantiza que la dignidad de las personas privadas de libertar sea respetada?

Primero, el Estado tiene que garantizar que los derechos humanos de las personas no sean vulnerados, afuera y adentro de las cárceles. Yo llevo trece años en este CPF y los primeros años veía el mal trato hacia las internas. Con el tiempo, Gendarmería también ha ido tomando conciencia de que el preso o la presa no es su enemigo, es la persona que tiene bajo su protección, por lo tanto, debe custodiar, como dijo el Papa, su dignidad, debe trabajar en la inclusión o reinserción social.

Y como sociedad, ¿de qué forma podemos garantizar este derecho a las personas que cumplen condena?

El Papa, en la carta al pueblo fiel, dice que no hay cristianos de primera, segunda o tercera categoría. Y yo lo creo así, profundamente. Los chilenos hemos clasificado a las personas, y como en Chile se encarcela la pobreza, los pobres son los que están presos, porque son los de la última categoría y, por lo tanto, no tienen derechos, o no tienen derecho a que su dignidad sea respetada. Creo que ese es el desafío que hoy tenemos como sociedad. Tenemos que convencernos de que al frente nuestro hay un igual, con los mismos derechos y dignidad. Pero, desgraciadamente, en este Chile tan injusto que vivimos, tan poco equitativo, hay unos que tienen mucho, y muchos que tienen muy poco.

Resulta difícil pensar en esta tarea, cuando hemos visto casos en los que nuestros propios líderes de opinión piden a través de los medios la pena de muerte para delincuentes, o se jactan de que estos sean torturados dentro de las cárceles. Pienso en el caso de los ecuatorianos que asesinaron a una trabajadora en Santiago.

Yo me pregunto si esos líderes de opinión, que pidieron la pena de muerte para estos ecuatorianos, han pisado alguna vez una cárcel. Si han tenido alguna vez contacto con el mundo de la pobreza, si han vivido algún día en una población, si han paseado una noche viendo cómo viven los pobres, cómo viven los migrantes. Y, por supuesto, todos lamentamos profundamente la muerte de la señora Margarita, y el Estado tiene cómo hacer cumplir una pena de cárcel para esos hombres que agredieron y mataron a esta mujer, pero yo no puedo hacer justicia por mis manos.

La opinión pública es muy dura, y opinamos sin ningún fundamento. Pasó igual cuando murieron los 81 presos de la cárcel de San Miguel, los comentarios en las redes sociales eran horrorosos. Yo me preguntaba, ¿este es mi país?, ¿así opina mi gente? Creo que tenemos que conocernos más. Saber quiénes son los que están en la cárcel. Ese es el desafío que tenemos como sociedad permanentemente.

RESPETO A LOS DERECHOS DE LOS PRIVADOS DE LIBERTAD

¿Es posible dialogar sobre el respeto a los derechos de las personas privadas de libertad, y avanzar en esta materia, si como sociedad tenemos una deuda tan grande en materia de derechos de infancia, mujer, migrantes, entre otros?

Yo creo que es necesario visibilizar más el tema. Por eso la visita del Papa a la cárcel de mujeres fue una muy buena vitrina para mostrar al mundo y a la sociedad chilena que aquí hay mujeres privadas de libertad, pero no de dignidad, y que hay mujeres que tienen los mismos sufrimientos y sueños que otras que están libres. Ahora, no solo basta con conmoverme frente a este tema, o emocionarme, sino que es necesario trabajar y comprometernos con esto. Por eso, los que tenemos un poco más de conciencia y sensibilidad, debemos ser cara y voz de los privados de libertad, de los niños vulnerados, y de toda persona que de una u otra forma se le han vulnerado sus derechos. Debemos ser voz y rostro de los sin voz.

¿Qué le parece que hace algunas semanas la ONU haya afirmado en un informe oficial que en Chile se han vulnerado sistemáticamente los derechos humanos de los niños y niñas en el sistema del Servicio Nacional de Menores, encargado justamente de la protección de sus derechos ante el sistema judicial?

A mí no me parece extraña la reflexión que ha hecho Naciones Unidas, porque creo que eso es efectivo: sí son vulnerados los derechos de los niños y las niñas. Han sido vulnerados siempre, desde que, como sociedad chilena, permitimos que un niño o una niña nazcan en un círculo de violencia, que crezca en un círculo de pobreza. Ahí ya estamos vulnerando sus derechos, porque en el vientre materno, nadie es distinto a otro. Nosotros nacemos y morimos con los mismos derechos, ricos y pobres, pero lamentablemente tenemos clasificaciones. Creo que Chile tiene que acusar recibo de ese informe, y el Ministerio de Justicia tiene que hacerse cargo.

La vulneración de los derechos de quienes están privados de libertad comienza mucho antes de estar en prisión.

Yo me hago la pregunta: ¿cuántas de las mujeres que hoy están acá en la cárcel fueron niñas del Sename? Muchas. ¿Cuántos hombres que hoy están en la Penitenciaría fueron niños del Sename? Muchísimos. Por eso te digo, la vulneración comienza desde que tú eres gestado en un ambiente de maltrato, muchas veces hijo de una violación; o sigues en el mundo del consumo de drogas porque tus padres fueron drogadictos; y aún con todo esto, al Estado le pasa el pecado por el lado, el delito por el lado, y no nos damos cuenta.

Y si es tan evidente, ¿por qué hasta hoy no hay una acción desde la base?

Todas las ONG, las fundaciones y las corporaciones que trabajamos en bien de dignificar a la persona humana desde su infancia hasta la adultez, somos solo un aporte al Estado, pero no es nuestra última responsabilidad. La última responsabilidad es del Estado.

¿Y cuál es la deuda de nuestro Estado?

La deuda está pendiente. Primero, el Estado de Chile tiene que invertir muchísimo más en reinserción social, que en la construcción de cárceles. Y si el Estado no tiene la capacidad logística para hacerlo, entonces que entregue los recursos y las facilidades de intervención a las instituciones que estamos dentro de las cárceles trabajando. Y, segundo, el Estado tiene que invertir en erradicar la pobreza definitivamente en Chile. Hoy somos un país en vías de desarrollo, pero aun así seguimos arrinconando la pobreza. Los cordones de pobreza son evidentes. Basta con darse una vuelta por una población y ver cómo viven los pobres, en casas que no son dignas. El Estado tiene esa tremenda deuda. Y somos un país donde están los medios para hacerlo, pero falta voluntad política. MSJ

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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 672, septiembre 2018.

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