Ana María Stuven: «Como República, hemos fallado en la promesa de inclusión»

El clamor hoy le habla al sistema educacional y al económico; al clasismo, al machismo y al patriarcado de nuestra estructura social. Por eso el rumbo no puede seguir siendo el mismo, señala la académica, historiadora y emprendedora social.

“Las clases dirigentes chilenas que construyeron la República lo hicieron desde el temor a la inclusión. Inclusión del pueblo, de la tolerancia religiosa, de las mujeres”, explica Ana María Stuven. Más adelante, la clase dirigente construyó un proyecto que convirtió la inclusión en una promesa con sentido de futuro. Pero hoy, en parte porque ha sido una promesa incumplida, es como si la democracia hubiera perdido su hechizo y, de pronto, solo aparecieran sus aspectos negativos: los abusos, la corrupción y las colusiones, la mala calidad de la política y los políticos…”, analiza esta historiadora. “Espero que seamos capaces de elegir el cambio necesario”, señala en esta entrevista con revista Mensaje.

Ana María Stuven, a modo de constatación de nuestros problemas sociales, grafica: “Yo tengo los mismos 70 años que cumple Mensaje. Los problemas que identificó el Padre Hurtado no se han solucionado a pesar de las múltiples promesas y planificaciones globales, como decía Mario Góngora, de las últimas décadas. El desconcierto me parece natural especialmente si lo insertamos en el contexto internacional donde también han aflorado las crisis de identidad y sociales que acompañan a estos momentos de aceleración histórica e introducen nuevas demandas y conflictos. El problema medioambiental, el agua, son temáticas que se han abordado tardíamente. En Chile —por cierto— se han agudizado por la inercia de los gobiernos en reaccionar a tiempo con los cambios necesarios en el modelo neoliberal”.

MIRANDO DE FRENTE LAS CÁRCELES INTERIORES

El año 2018, Ana María Stuven recibió el premio Emprendedor Social, que entrega el diario El Mercurio, por su trabajo en la Corporación Abriendo Puertas, de la que fue su fundadora. La experiencia que la llevó a trabajar por las mujeres privadas de libertad todavía sigue siendo para ella un misterio:

“Fue la vista de mi ventana hacia un parque, con una araucaria, desde el Instituto de Historia de la PUC. Me gustan los jardines y los árboles. Pensé, sería una antigua casa de campo. Yo estaba impartiendo el primer curso de Historia de Mujeres que se daba en el Instituto y un día supe que esa era una cárcel. De mujeres. En algunas ocasiones —pocas, por cierto— he sentido la presencia de un más allá, ¿Dios?, o un mensaje, que me trasciende. Un llamado. Este fue el caso; sentí que debía escucharlo. Y así, gracias a la intercesión de Juan Valdés sj con el capellán, entré al Centro Penitenciario Femenino. No sabía mucho a lo que iba. Me alertaron contra ser otra ‘señora’ que se ilusiona con ayudar y luego abandona”, cuenta.

“En esos años, 2000, era un lugar hacinado, con celdas de castigo, con condiciones sanitarias infrahumanas —ahora ha mejorado bastante— que me dejaron en shock. Sin embargo, algo me hizo volver, y volver, y proponer un taller de Desarrollo Personal. Vaya nombre rimbombante para encuentros de conversación. Y, como siempre digo, entré a la cárcel para no salir. Ha sido un enorme regalo para mí; entendí que yo tenía cárceles interiores con tantas rejas como ellas, las cuales me habían atado en mi historia. Tuve que mirarlas de frente. En la cárcel he conocido experiencias de victimización, violencia, marginación, injusticia, dolor y abandono que me han informado sobre nuestro país, sobre las brechas y exclusiones de género, sobre las estructuras sociales y familiares, y las dificultades de inserción para una mujer que ha estado privada de libertad. Me ha permitido cuestionar el discurso sobre la delincuencia y la “puerta giratoria” y plantear la necesidad de soluciones alternativas para la prisión femenina”.

LA AUSENCIA DE DERECHOS TAMBIÉN ES UNA CÁRCEL

La Corporación Abriendo Puertas informa que mientras la población penitenciaria mundial aumentó en un 20% en los últimos 15 años, la femenina lo hizo en un 50%. ¿Cuáles son los contextos y condicionamientos sociales que están provocando esto? ¿Qué han comprobado ustedes como corporación, desde los inicios a la fecha?

El problema de la prisión femenina se relaciona con dos factores fundamentales. El primero tiene que ver con las discriminaciones y exclusiones de género. La mayoría de las mujeres que ingresan al Penal lo hacen por delitos menores, muchos asociados a la droga —hurto o micro-tráfico— y, todos ellos, en contexto de pobreza. Son mujeres que han vivido permanentemente en la marginalidad, casi nunca integradas en la estructura social o laboral —un porcentaje pasó por el SENAME—, con historias de abandono y violencia familiar o de pareja. También la mayoría son madres, con un promedio de tres hijos, de maternidad a edad muy temprana, solteras.

Desgraciadamente, el sistema penal no tiene criterios de género a la hora de aplicar las penas. Incluso hay casos en que la mano de la justicia se carga sobre la mujer por haber incumplido los roles de género adscritos al sexo femenino. No se tiene en cuenta la repercusión social y familiar de una mujer privada de libertad. Los hijos quedan abandonados y no siempre con buenos cuidados, muchos se convierten en delincuentes. También la mujer queda con mucha culpa por haberlos dejado; su identidad femenina y de madre queda muy dañada, además de más empobrecida. Es un círculo vicioso: condenas cortas que producen más daño que ventajas, con un sistema nacional de apoyo a la inserción muy débil y poco eficiente.

Desde su mirada de historiadora, y considerando que ha dedicado gran parte de su vida académica a diferentes temas donde destaca el papel de las mujeres, ¿cuáles han sido las otras formas de prisión que ha sufrido la mujer en nuestra historia?

Yo no comencé mi trabajo como historiadora pensando en la historia de mujeres. Me interesó la historia intelectual y la historia de la cultura política del siglo XIX. Pero las mujeres se me aparecieron. Es una paradoja, porque a pesar de que hemos sido invisibilizadas en la historia y por la historiografía, sí nos buscamos, ahí estamos y siempre ocupando espacios. Me impresionó que, en el siglo XIX, desde su rol privado y sin el goce de derechos, las mujeres ejercían funciones que podríamos considerar, en un sentido amplio, como de poder. La educación de los hijos, la defensa de la religión, eran espacios de poder no reconocidos formalmente, pero que correspondieron a las mujeres. El problema fue el tránsito desde ese espacio hacia los derechos civiles, políticos y sociales. Esa ausencia fue una verdadera cárcel. Con una educación segregada, dependientes de los padres y luego del marido, sin derecho a administrar el fruto de su trabajo, la lucha por acceder al espacio público y romper los estereotipos culturales de lo femenino en una sociedad patriarcal y machista ha sido un proceso de romper rejas.

¿Y cuáles han sido a su juicio los aportes no suficientemente reconocidos o validados de las mujeres en nuestra historia?

Ha costado mucho que se valoren adecuadamente los roles culturalmente adscritos a lo femenino. Me refería a la educación de los hijos, a la familia, a la trasmisión de la fe, su trabajo y aporte a la economía del hogar. Estos aspectos fueron fundamentales durante el siglo XIX, especialmente. Pero hoy, aún muchas mujeres continúan cumpliendo los roles de cuidado asignados tradicionalmente a lo femenino, sin derecho a jubilar o con jubilaciones notablemente más bajas que las masculinas. Un estudio de Comunidad Mujer concluyó que si se valorara el trabajo de cuidado y doméstico que ejerce la mujer, representaría más del 20% del PIB ampliado. Ello se ha visto agudizado con la pandemia, en que nuevamente han recaído sobre la mujer las labores domésticas y se han evidenciado las brechas salariales, las pérdidas de sus empleos, etc. Me parece que otro espacio donde la mujer continúa con formas de “prisión” o exclusión inaceptable es en la misma estructura eclesial. El Papa Francisco la ha mencionado recientemente en Fratelli Tutti, pero se requiere mucho más que un reconocimiento. Las religiosas y laicas no merecen el rol subyugado a la autoridad sacerdotal y masculina que impera hasta hoy.

LA REPÚBLICA SE CONSTRUYÓ DESDE EL TEMOR A LA INCLUSIÓN

Entre sus obras también figura un libro con un título muy sugerente, especialmente ahora que iniciamos un proceso constituyente: La seducción de un orden y Debates republicanos en Chile. ¿Por qué la participación de la mujer ha sido tradicionalmente vista como una amenaza al “orden” y a la República (si es que es así)?

Las clases dirigentes chilenas que construyeron la República lo hicieron desde el temor a la inclusión. Inclusión del pueblo, de la tolerancia religiosa, de las mujeres. La República fue un salto riesgoso. En el Antiguo Régimen había certezas que la Republica cuestionaba, especialmente por imponer nuevas legitimidades al poder político: la representación, la soberanía popular, la ciudadanía, todo ello implicaba derechos que debían compartirse. Sus referentes eran las ideas que provenían de Estados Unidos y Europa. Esos eran los “textos guía”. Pero su aplicación en Chile se logró a través de interesantes y novedosos debates locales. De ahí nuestro interés en mostrar cómo, a través de la polémica política, la clase dirigente construía un proyecto que convertía la inclusión en una promesa con sentido de futuro, a través de la construcción de un relato sobre el Estado en transición, al mismo tiempo que concebía y trataba de crear una colectividad humana que conciliara la tradición con los predicamentos de la política moderna. Sabían, o intuían, que para ello la preservación del orden social era requisito para contener los posibles excesos de los nuevos integrantes de la polis. Y, para ello, la mujer era un elemento importante. Por eso se tuvo tanta resistencia a su incorporación en la educación llamada “científica”, esa que permitía el ingreso a la universidad. Se temía que la mujer dejara de cumplir su rol de “ángel del hogar”, que se pervirtiera.

Vivimos una época de cambios profundos. Hay períodos en que la historia se acelera de manera vertiginosa. Los años revolucionarios —en Estados Unidos, en Francia, en las revoluciones de independencia americanas— sirven de ejemplo. En pocos años se trastocó el sentido de la historia. Nuevos conceptos entraron en el léxico político o cambiaon radicalmente su interpretación. Pensemos en la misma palabra “revolución”, que pasó de la astronomía a la política”, señala Ana María Stuven. “Creo que en el último tiempo también la historia se ha acelerado. En pocos años hemos debido enfrentar el fin de los paradigmas de progreso propios de la modernidad, el advenimiento de la llamada postmodernidad, con todos sus derivados valóricos y políticos, la expansión de la educación, la globalización y la crisis del concepto de nación y los nacionalismos, la crisis de la Iglesia, el auge de las redes sociales. En fin, la pérdida de muchas certezas. Esto por mencionar algunos fenómenos que en Chile han sido fundamentales.

¿Qué debería preocuparnos del presente?

Más que preocuparnos, debemos ocuparnos. Cada uno desde su lugar. Los poderes públicos, urgentemente, desde el suyo. Deben contribuir a represtigiar la política, aunque muchos políticos no contribuyan mucho a ello. Hay mucha mediocridad y falta de sentido público, pero ningún sistema democrático puede funcionar sin partidos políticos ni deliberación política. En Fratelli Tutti, el Papa se preguntó si podíamos vivir sin política, y su respuesta fue un “no” contundente. Incluso escribió que era una de las “formas más altas de la caridad”. Debemos ocuparnos también de los jóvenes. No basta con diagnosticar su desafección, su “anomia generacional”, como dice Carlos Peña. Tampoco con relacionarlo con la modernización capitalista, lo cual es objetivamente cierto. Si les hemos fallado en la promesa de inclusión y mejores oportunidades es motivo para pensar que algo fundamental debe cambiar. El rumbo no puede seguir siendo el mismo, porque el clamor de inclusión no es solo de ellos. Es también de las mujeres víctimas de gran violencia, de inmigrantes, etc. Le habla al sistema educacional, además del económico. Le habla también al clasismo, al machismo, al patriarcalismo de nuestra estructura social. Si algo me pre-ocupa, es la gobernabilidad, fundamental para la democracia. Y me pre-ocupa porque vienen elecciones importantes, incluida la presidencial, probablemente de las más importantes de este siglo. Espero seamos capaces de elegir el cambio necesario, porque creo que la continuidad sería incendiaria.

¿Cree usted que están cambiando nuestras dinámicas sociales y, en consecuencia, que estamos entrando en una nueva etapa?

Creo que las últimas décadas han dado inicio en una nueva etapa por los enormes cambios que he esbozado más arriba. Chile es una cultura con reticencia hacia el cambio, desde su fundación como República. La elite transitó desde un conservadurismo abierto al cambio gradual hacia un tradicionalismo ciego en lo valórico y un economicismo exacerbado en lo ideológico. A la secularización social, proceso de las últimas tres décadas, ha acompañado la pérdida de los grupos primarios que otorgaban orientación normativa. Y las elites, en lugar de abrirse se han atrincherado, reviviendo viejos clivajes en vez de ofrecer alternativas para una nueva etapa. Eso tiene su lado muy positivo en la medida en que surjan nuevos liderazgos que apunten hacia los problemas estructurales, hacia las nuevas demandas sociales desde la periferia. Vivimos una sociedad tremendamente segregada donde los márgenes se alejan cada vez más del centro.

Ciertas dinámicas sociales han cambiado; hay un conflicto generacional que ha puesto a los jóvenes como interlocutores en la esfera pública; sin embargo, no por eso la participación electoral ha aumentado. Eso es alarmante. Hay desinterés por los espacios de debate formales, pero mucho interés por la manifestación pública. Es importante canalizar ese interés ofreciendo vías institucionales e incentivos desde los intereses que hoy mueven hacia la deliberación: los problemas medioambientales, los adultos mayores, las nuevas estructuras familiares. Debe llamar a reflexión que el 70% de los niños nazca fuera de la familia tradicional.

“SOY OPTIMISTA ACERCA DEL PROCESO CONSTITUCIONAL”

¿Sobre qué es usted optimista?

Soy optimista en general, pero también realista. Al optimismo podemos contribuir los historiadores, también los poetas, a fin de distanciarnos un poco de una cotidianeidad que ha sido dura. Por una parte, pareciera que en Chile el proceso de transición a la democracia hubiera perdido su hechizo y, de pronto, solo aparecieran sus aspectos negativos: la promesa incumplida, los abusos, la corrupción y las colusiones, la mala calidad de la política y los políticos. Debemos evitar quedarnos en esa cotidianeidad, en la inmediatez de la noticia, de la imagen, de esa sensación de latencia entendida como la inminencia de un riesgo o algo que se intuye, pero no acontece, en una sensación de latencia. Como en Esperando a Godot de Beckett. Quisiera recuperar el sentido histórico que permite la mediación entre pasado y futuro, otorgando certeza de que el pasado es siempre distinto del presente. Y a Chile eso le hace falta para procesar nuestra historia reciente, sin por eso olvidarla. Solo quien conoce la historia puede saber que el pasado debe comprenderse, que el presente no puede prolongarse hacia atrás; que el cambio es lo propio de la historia. Finalmente, soy optimista por el proceso constitucional. El acuerdo que lo permite fue un acto simbólico y político magistral, que abrió un futuro posible y evitó un descalabro mayor canalizando las expectativas hacia la posibilidad de nuevas reglas para la vida política y social. Y, sin duda, también, porque su condición paritaria augura mayor proyección y protección para las mujeres.

¿Qué pensadores o autores cree usted que están aportando interesantes puntos de vista a la humanidad hoy con respecto a la mujer y/o políticas cancelarias (dos ámbitos en los que usted trabaja intensamente)?

Hay una autora que inspira las reflexiones en todos los aspectos que hoy me atraen. Aunque no habla directamente de mujeres privadas de libertad, sí lo hace sobre la mayoría de los temas que enriquecen la reflexión sobre la prisión: el problema la justicia, el perdón, la empatía, y, en general, hace propuestas éticas para el problema. Se trata de Martha C. Nussbaum. Menciono especialmente La ira y el perdón: resentimiento, generosidad, justicia, FCE, 2018. Incluso su mirada sobre la crisis política actual es también muy atingente, pues creo que el temor a la delincuencia que subyace a la carencia de propuestas sobre el encarcelamiento se asocia con las formas de miedo que ella plantea en La Monarquía del Miedo, Paidós, 2019. Nussbaum también reflexiona sobre mujeres en casi todos sus libros, especialmente el último: Las mujeres y el desarrollo humano, Herder y Herder, 2021. Allí plantea lo que llama un feminismo universalista, haciendo hincapié no solo en la igualdad de oportunidades sino también en las diferencias de capacidades entre sociedades y personas, lo cual debiera determinar las políticas públicas a fin de asegurar a cada uno el bien común en los aspectos esenciales.

Hoy estoy muy interesada, para seguir pensando el bien común, la comunidad política, relación entre igualdad de oportunidades y capacidades, así como la posibilidad del lenguaje de solidaridad, en Michael J. Sandel, La Tiranía del Mérito, ¿Qué ha sido del bien común?, Debate, 2020.

Propiamente sobre mujeres privadas de libertad, destaco el libro próximo a salir de Patricia Pérez G., Mujeres Privadas de Libertad y el Enfoque de Capacidades, que será publicado por Der Ediciones. Apoyada, entre otros enfoques, por la lectura de Amartya Sen, la autora otorga una fundamentación en filosofía política a las políticas públicas en materia de justicia penal. También recomiendo los trabajos del Centro Justicia y Sociedad de la PUC, en especial, Pilar Larroulet, Catalina Droppelmann, Sebastián Daza, Paloma Del Villar, Ana Figueroa, Reinserción, Desistimiento y Reincidencia en Mujeres Privadas de Libertad en Chile, PUC, 2021.

¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI y qué considera clave para el futuro?

Me siento absolutamente incapaz de mandar un mensaje a la humanidad. Con 70 años, me encuentro intentando, como la historia misma, tender puentes entre mi pasado, mi presente, y mi futuro. “Nada humano me es ajeno” (Publio T. Africano, El enemigo de sí mismo), pero, también, mucho me es un misterio. No tengo un relato coherente siquiera de mi propia vida, apenas pinceladas de memorias que agradecen formar parte de una humanidad que permanece y cambia. A ella quiero seguir perteneciendo, descubrir los mensajes que me manda a diario y contribuir para que pueda seguir desarrollándose en un planeta que cuidemos, con justicia, paz y solidaridad. MSJ

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Ana María Stuven V., es periodista de la Universidad de Chile y doctorada en Historia por la Universidad de Stanford. Autora de numerosos libros, entre estos, Historia de las Mujeres en Chile (volumen I y II, en coautoría con Joaquín Fermandois) e investigaciones. Es además fundadora de la Corporación Abriendo Puertas.

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