Historias de personas que huyen de Sudán en busca de seguridad

El centro de tránsito está cada vez más abarrotado y los recursos no son suficientes para satisfacer las necesidades de todos los que llegan.

En Joda, una de las ciudades fronterizas entre Sudán y Sudán del Sur, llegan a diario cientos de desplazados. Un gran número de personas cruza la frontera en busca de un refugio seguro o para regresar a sus hogares en Sudán del Sur. Estos últimos son los retornados sursudaneses y representan a casi todas las personas que pasan por esta frontera. Algunos llevan más de 30 años viviendo en Sudán, otros eran refugiados en Jartum de la guerra civil en Sudán del Sur, y otros llevaban poco tiempo en Sudán cuando estalló la violencia, como Nura.

“Nunca esperé acabar en un lugar como este, en esta situación” – Nura, 60 años, mujer que huyó del conflicto en Sudán.

A mediados de abril, Nura fue operada en Jartum, por lo que viajó al norte y se quedó con unos familiares algunos días antes de que empezara la guerra. Días después estalló la violencia y se encontró abandonada en la ciudad, sin poder regresar a casa.

Ahora, como muchos otros, se encuentra en Renk, una pequeña ciudad junto a Joda, en la frontera con Sudán, donde se ha establecido un centro de tránsito. Allí, los retornados se refugian a la espera de que las agencias humanitarias los trasladen a sus destinos finales. El centro de tránsito está cada vez más abarrotado y los recursos no son suficientes para satisfacer las necesidades del creciente número de personas que llegan.

Batika vivió en Jartum durante más de diez años. Trabajaba como ama de llaves en la capital sudanesa cuando empezó la guerra. Después de que comenzó la violencia, la vida se hizo demasiado difícil de soportar y la inseguridad aumentaba cada día; sin embargo, no fueron las bombas, las balas o el hambre lo que impulsó a Batika y a su familia a marcharse. Una de sus parientes, muy cercana a ella, había sufrido abusos sexuales por parte de un hombre de uniforme. Este episodio ocurrió en pleno día, mientras ella volvía a casa desde el mercado.

La violencia de género se estaba convirtiendo en una amenaza cada vez más común y ella empezó a tener mucho miedo de todo esto. Por este motivo, Batika y su familia decidieron empacar sus pertenencias y huir a Sudán del Sur en busca de refugio y seguridad.

Muchas son las familias que sufren los trágicos efectos de la guerra, algunas han perdido sus casas, sus pertenencias, sus sueños y no tienen ningún lugar seguro al que ir.

Kuaae trabajaba como profesor de preescolar en Jartum. Originario de Sudán del Sur, pasó más de 20 años en Sudán.

Estaba en la escuela cuando empezaron a caer las bombas. Como primera medida, decidió refugiar a los niños dentro de la escuela, a la espera de que cesaran los bombardeos. Al cabo de unas horas, como el peligro no cesaba, los padres vinieron a recoger a sus hijos y los sacaron de la escuela. Cuando todos los alumnos se fueron, llegó el momento de que Kuaae fuera a buscar a su familia.

Se encerraron en casa durante unos días a la espera de que acabara la violencia. “Caían bombas sobre la ciudad, sin un objetivo claro. Caían al azar, así que nunca sabías si la siguiente te alcanzaría a ti y a tu familia”, cuenta Kuaae.

“Fue duro, sobre todo para los niños. Verlos llorar todos los días fue muy difícil para mí”, explica. El 24 de abril, Kuaae y su familia decidieron huir de Sudán llevándose a los niños. “¡No llevábamos nada con nosotros! No teníamos forma de llevar comida ni ninguna otra cosa, ya que yo estaba ocupado llevando a los niños”.

“La educación es la única arma para combatir la violencia y la ignorancia” – Kuaae, un profesor que huyó del conflicto en Sudán.

Estar atrapado en el limbo de Renk no es fácil, la gente teme que la llegada de la temporada de lluvias traiga enfermedades y nuevos problemas de higiene y salud. Los suministros de alimentos y agua son insuficientes, los desplazados temen nuevos actos de violencia y la incertidumbre sobre lo que ocurrirá después. El hacinamiento y la escasez de recursos no hacen sino agravar una situación ya de por sí vulnerable, desencadenando tensiones y conflictos entre la propia población desplazada.

Las personas como Kuaae y Nura carecen de medios económicos para proveerse de transporte propio y esperan que los actores humanitarios les apoyen en su viaje. Sin embargo, la creciente inestabilidad en el país y la necesidad de recursos adicionales están retrasando este proceso.

En colaboración con sus socios, el JRS ofrece primeros auxilios psicológicos, espacios seguros para que los niños dibujen y jueguen, así como servicios básicos de fisioterapia y distribución de artículos no alimentarios para los casos más vulnerables. El JRS ha estado presente en Sudán del Sur durante años, pero nunca antes había operado en la ciudad fronteriza de Renk. Esta necesidad surgió debido a la misión de acompañar a los más vulnerables e intervenir donde más es necesario.


Fuente: https://jrs.net/es / Imagen: Servicio Jesuita a Refugiados.

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