Jóvenes, democracia y universidad

Nuestra democracia latinoamericana será defectuosa en la medida en que nuestros jóvenes se posicionen ante ella como simples espectadores sin ninguna responsabilidad en la consecución y fortalecimiento de la misma.

La democracia es uno de los bienes más preciados que tenemos en el mundo occidental. En ella, siguiendo el pensamiento de Norberto Bobbio (1990), se expresan la consolidación de los derechos humanos y la preservación de la paz. Para él, los derechos humanos, la democracia y la paz son tres aspectos fundamentales que se ubican en un mismo movimiento histórico, a saber: sin derechos humanos reconocidos y respetados no podemos hablar de democracia, sin democracia no podemos hablar de la existencia de las condiciones mínimas para la resolución pacífica de los conflictos, por ende, la guerra se convierte en una alternativa real para dirimir las diferencias políticas cuando ya el diálogo democrático se ha fracturado.

La relevancia de la democracia la entendemos porque sin ella no podemos concebir espacios públicos democratizados en la región latinoamericana, y, por consiguiente, en nuestras universidades católicas. El gran reto que se nos presenta es entonces discernir, por un lado, cómo fortalecer nuestras democracias desde sus dimensiones claves, sustanciales y procedimentales; y, por otro lado, discernir el papel de los jóvenes en las democracias.

En un estudio coordinado por la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL), titulado “Jóvenes en el Caribe”, se muestran datos que son reveladores en relación a la valoración de la democracia en los jóvenes latinoamericanos y caribeños. La mayoría de los jóvenes de estos países (Caribe colombiano, Cuba, Belice, Guyana, Haití, Jamaica, Puerto Rico, República Dominicana, Caribe venezolano) expresaron que para ellos democracia es la mejor forma de gobierno. Sin embargo, a renglón seguido, el 60,6% de los mismos jóvenes encuestados afirman: “sin un cierto grado de autoritarismo y control sobre la población, es imposible gobernar una nación” (Aparicio Gómez, 2021, 137).

En este sentido, existe una fuerte separación en la mentalidad de nuestros jóvenes, entre la democracia sustancial y la democracia procedimental, quedando los valores de justicia, igualdad y libertad, propios de la primera, desplazados por el método democrático. Si estos valores no son tomados en cuenta entonces las reglas procedimentales prevalecerán, fundamentalmente, la regla de la mayoría (Bobbio, 1995).

En este orden, nuestra democracia latinoamericana será defectuosa en la medida en que nuestros jóvenes se posicionen ante ella como simples espectadores sin ninguna responsabilidad en la consecución y fortalecimiento de la misma. Además de ello, hay una gran tensión en querer unir dos términos antitéticos como lo son la democracia y la autocracia.

En pocas palabras, se pudiera observar que los jóvenes latinoamericanos optan por una democracia procedimental, donde lo importante no es la propuesta ideológica, los valores y principios democráticos, sino el pragmatismo gubernamental. Es decir, que el gobierno electo responda a las demandas sociales y garantice estabilidad y prosperidad económica sin importar los medios que use para tales fines.

Los jóvenes latinoamericanos optan por una democracia procedimental, donde lo importante no es la propuesta ideológica, los valores y principios democráticos, sino el pragmatismo gubernamental.

En consecuencia, esto alimentaría una forma determinada del ejercicio del poder político, que en el campo de las teorías de las Ciencias Políticas se denomina como la forma paternalista del poder. Esta afirma que el individuo será siempre un niño que necesita protección y cuidado porque es incapaz de sostenerse por sí solo. (Bobbio, 1995). Actualmente, no es otra cosa, que el empobrecimiento de la sociedad en pleno.

Salir de esta forma de concebir el poder supone una necesaria repolitización, es decir, que los jóvenes asuman su papel protagónico desde una mirada creadora y creativa. Para ello tenemos que brindar todas las condiciones posibles en los espacios públicos democráticos por excelencia, entre ellos, las universidades.

Otro aspecto a considerar es que el 78% de los jóvenes, según la encuesta en cuestión, manifiesta que las democracias hoy no representan los verdaderos intereses de la población. Aquí se separa la democracia como un mecanismo meramente electoral, sin tomar en cuenta que el buen funcionamiento de las instituciones y del Estado también son indicadores fehacientes para saber si la democracia representativa está cumpliendo con los ciudadanos.

La Dra. Rosa Aparicio resume estos dos datos de la siguiente manera:

“Lo que aparece es que los jóvenes en su mayoría tienden a decantarse por la democracia como mejor forma de gobierno, aunque muestran cierta ambigüedad o falta de claridad sobre lo que esta supone. A la vez son muy conscientes de que actualmente existen muchas deficiencias en la forma en que se ejerce. Eso lleva a una proporción no desdeñable de los jóvenes de varios de los países considerados a optar por desentenderse de la política” (Aparicio, 2021, 138).

La despolitización nos lleva al terreno del pragmatismo radical, a un estado de pasividad ciudadana, y en otros casos, según el contexto, a la sobrevivencia, donde lo importante para el joven es tener poder adquisitivo para una vida medianamente estable en términos económicos. En este sentido, el ser humano estaría perdiendo su vida en una condición de labor y trabajo, en términos de Hannah Arendt (2009). Es decir, estamos hablando de un joven desvinculado con la acción política y, por ende, de los asuntos públicos. En pocas palabras, un joven alienado de su condición esencial de sujeto político.

Las universidades están invitadas a ofrecer a los jóvenes espacios de confianza, espacios donde se apele a los valores que son el sustrato de toda sociedad democrática, a saber, la tolerancia, el ideal de la no violencia, el ideal de la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de ideas y el ideal de fraternidad (Bobbio, 1991). Por consiguiente, en las universidades se debe vivir el pluralismo democrático que puede manifestarse en la presencia de movimientos y proyectos estudiantiles, así como también en la formación de matrices de opiniones críticas que se originen en los lugares vitales de encuentro en toda universidad: aulas, auditórium, plazoletas, entre otros.

En ese orden de ideas, desde la Universidad Católica del Táchira, en aras de contribuir al fortalecimiento de la democracia local, trabajamos en dos propuestas fundamentales: la primera, a un nivel micro, es el impulso de un programa de formación en liderazgo estudiantil ignaciano. La misión con este programa es ofrecerles a nuestros jóvenes universitarios elementos para discernir su participación social y política con la práctica del discernimiento político ignaciano.

La segunda, desde un punto de vista macro, se trabaja arduamente en colaboración con la sociedad civil, para la reconexión democrática de los jóvenes universitarios de nuestra ciudad. En esta línea, tomamos como puntos focales tres universidades emblemáticas de la sociedad tachirense: Universidad de Los Andes, Universidad Experimental del Táchira y, por último, nuestra ilustre Universidad Católica del Táchira. La idea es diseñar una metodología en común que ayude a la repolitización de la comunidad universitaria, ello supone, necesariamente, crear espacios de formación y dinámicas de trabajo que terminen en un producto final que en esencia sea creado desde y para los jóvenes en una ruta de participación propositiva en la sociedad.

Cabe mencionar que apostamos por el método ignaciano para discernir la política y la participación real en ella porque entendemos que es una herramienta que puede formar en los jóvenes una conciencia crítica ante la realidad, a través del discernimiento personal y comunitario. En tal sentido, desde la espiritualidad ignaciana hay una invitación a asumir la realidad con responsabilidad, es decir, al estilo de San Ignacio de Loyola: formar jóvenes críticos para ser contemplativos en la acción.

Desde la espiritualidad ignaciana hay una invitación a asumir la realidad con responsabilidad.

La universidad, como institución educativa, tiene la confianza y el respaldo de los jóvenes latinoamericanos y caribeños (Aparicio, 2021). Eso nos sitúa de modo favorable para incidir y formar el ethos público de los jóvenes. Es decir, un ethos que los lleve a implicarse, una vez más, de un modo creador y creativo en los múltiples espacios públicos que ofrecen las democracias modernas.

La democracia, los jóvenes y la universidad son una triada perfecta para la reconstrucción integral de la sociedad y el Estado. Sin jóvenes politizados no tendremos democracia, sin democracia no tendremos derechos como la libertad, la cual sustenta el derecho de asociación y el derecho de una educación libre y de calidad. En este sentido, como universidades católicas, tenemos el imperante compromiso de promover, formar y gestar, en un trabajo de red y colaboración con la sociedad civil y la sociedad política, democracias creíbles, duraderas y eficaces en la consecución de un futuro esperanzador para nuestros jóvenes.

Referencias:

— Aparicio, R, coord. (2022) Jóvenes del Caribe. Lima: Conferencia de Provinciales de América Latina y el caribe.
— Arendt, H. (2009). La condición humana. Buenos aires: Paidós.
— Bobbio, N. (1994). Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la Política. México: Fondo de Cultura Económica.
— Bobbio, N. (2001). El futuro de la democracia. México: Fondo de Cultura Económica.
— Bobbio, N. (2003). Teoría General de la Política. Madrid: Editorial Trotta.


Fuente: Este artículo fue publicado originalmente en la Carta de la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús #54. / https://revistasic.org / Imagen: Pexels.

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