La exención de los inútiles: Cultura en la opinión pública

Pareciera que, en nuestros procesos de significación, en plena producción simbólica situada en nuestro contexto actual, nos limitamos a consumir sin las condiciones culturales para consolidar y proyectar la identidad que necesitamos.

Tal como nos señaló Umberto Eco en su obra póstuma De la estupidez a la locura, el concepto de reputación ha sido sustituido por el de notoriedad en la sociedad contemporánea, promoviendo la exposición pública y premiando las conductas para la mediatización de la imagen y la opinión. Es más, los diversos soportes y medios, y en particular las redes sociales, apuntan a la difusión más que a la conservación de la información, lo que nos sitúa en un problema de base para discutir sobre cultura. En palabras simples, es muy fácil discutir sobre temas atingentes sin profundizar en la complejidad de los factores que inciden en las diversas problemáticas, registrando en el océano de la hiperinformación digital una opinión inválida. Puede parecer obvio a primera vista, pero en temáticas de cultura es particularmente sensible, dado que se produce una retroalimentación en la percepción e implementación de materias afines.

Recientemente, el gobierno promulgó la Ley de Exención del IVA para Servicios Culturales, como respuesta al diagnóstico y discusión en torno a las problemáticas tributarias del sector y sus demandas. Esto ha dado de que hablar: “¡Más hospitales y cárceles!”, dicen unos usuarios de Instagram aludiendo a las que deberían ser las prioridades gubernamentales. “Nadie se alimenta de teatro”, “hay otros temas más importantes”, sentencian otras. La más impactante a mi juicio: “La exención para gente inútil”.

Es esperable que de toda materia se desprendan opiniones diversas y controversiales, más aún cuando la opinión pública está polarizada políticamente, pero estamos discutiendo sobre una base que necesita lograr solidez luego de un abandono a raíz de circunstancias adversas, y de la actual problemática de producción simbólica e identitaria de nuestro país. En otras palabras, pareciera ser que, en nuestros procesos de significación, en plena producción simbólica situada en nuestro contexto específico actual, nos limitamos a consumir sin las condiciones culturales para consolidar y proyectar la identidad que necesitamos. Y eso es un problema grave, y distinto de otras dimensiones a las que se les podría exigir mejoras en materias de salud pública u otros temas “más importantes”.

Es esperable que de toda materia se desprendan opiniones diversas y controversiales, más aún cuando la opinión pública está polarizada políticamente…

Para avanzar, es necesario recalcar que cultura no es sinónimo de entretenimiento, ni mucho menos de solo expresiones artísticas. De hecho, la ley puesta en discusión define a los servicios culturales como “aquellos vinculados directamente con la investigación, formación, mediación, gestión, producción, creación y difusión de las culturas, las artes y el patrimonio”.

Volviendo a los aportes de Eco, la cultura tampoco es una acumulación de saberes, sino la capacidad de seleccionarlos. Es la competencia de filtrar la información, que debiera ser mediada por la educación —en su amplio espectro—, además de ser capaz de problematizar, analizar, evaluar y eventualmente retroalimentar la producción simbólica.

Los inútiles tenemos la gran tarea de volcar la percepción sobre cultura que surge de estos espacios de discusión, porque se debería tratar de un espacio democrático y co-diseñado con las comunidades. Los esfuerzos deben situarse en lograr estos mínimos para no caer en el círculo vicioso de la estupidez y la locura.


Imagen: Pexels.

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