La tecnoferencia o cómo la tecnología interfiere tu contacto con el otro

La tecnoferencia se ha vuelto un hábito en el encuentro con el otro empobreciendo el contacto más profundo y personal lo que también se traduce en una falta de interés y de empatía.

Imagina en un café cualquiera a dos personas conversando animadamente, intercambiando miradas, la atención a lo que el otro relata, dice y piensa. A momentos, uno guarda silencio para oír las palabras del otro, y las preguntas posteriores que surgen intentan redondear y profundizar en el tema que los convoca.

Esta escena de un imaginario café podría resultar extraña no para pocos, un infrecuente en medio de las conversaciones en la rutina diaria. La razón, el detalle no menor, es que ninguno de esos dos interlocutores miró, aunque sea por un instante, su teléfono inteligente. La conversación lo hacía innecesario.

Lo cotidiano hoy es que en la conversación interpersonal se nos cuele la tecnología a través del celular. Él gusta interrumpirnos. Por eso no despegamos el ojo sobre su pantalla para ver la actualización de la red social, algún aviso de noticias o la bandeja de entrada de los correos electrónicos. Lo cierto es que, en esos segundos o minutos de interacción tecnológica, la conversación queda en nuestra mente como fragmentos, sacrificando a menudo los detalles, los que casi siempre hacen la diferencia.

En el mundo de las nuevas tecnologías, particularmente la de los smartphones y sus consecuencias en nuestras relaciones personales, ha surgido el término tecnoferencia, palabra que junta tecnología e interferencia para referirse a ese corte en nuestra comunicación personal provocado por nuestra excesiva atención al celular.

Quizás, estamos convencidos que a nuestro interlocutor no le importa que mientras charlamos hurgueteemos en nuestro móvil, pero lo cierto es que ahí no solo hay muestra de descortesía. Perdemos también la profundidad en nuestra comunicación, aunque creamos que tenemos un cerebro de multitasker o multitareas, algo que es mejor dejarlo a las máquinas.

La tecnoferencia se ha vuelto un hábito en el encuentro con el otro, empobreciendo el contacto más profundo y personal, lo que también se traduce en una falta de interés y de empatía. Imagina —por ejemplo— cómo perciben los niños esta interferencia cuando ven a sus padres preocupados de los mensajes recibidos en su pantalla en vez de escucharlos, en vez mirarlos a los ojos, de cuidarlos o estar atentos a sus necesidades.

La Asociación de Psicología Americana (en inglés APA), está preocupada de esos efectos, sobre todo en los niños. Por ejemplo, cuando muchos padres van al parque con sus hijos. Mientras estos juegan, sus padres prefieren revisar sus dispositivos. En ese estado, absortos en sus pantallas, sus hijos corren el riesgo de sufrir un accidente o de recibir una severa reprimenda del adulto cuando este pierde la concentración ante alguna solicitud de ese niño.

Pero quizás la consecuencia a la que menos prestamos atención es la “competencia” que siente ese hijo por captar la atención de los adultos y que se roba el smarthphone. La imagen de un bebé que amamanta mientras observa el brillo de la pantalla sobre el rostro de su madre quien chequea las redes sociales o una conversación en Whatsapp, probablemente será leída como una desatención. ¿Cómo irá creciendo ese niño que debe competir con la tablet o el celular de sus padres?

La tecnoferencia está convirtiéndose también en un problema para las parejas. No es extraño que antes de dormir ambos estén absortos en sus pantallas sin intercambiar palabras, o bien, revisen el celular primero antes de compartir un saludo matinal.

Alrededor de 150 veces al día miramos en promedio nuestro celular según el almanaque de Tomi Anhoen. Si estamos preocupados por semejante cantidad de veces en conectarnos, vamos empobreciendo el contacto con la realidad y el encuentro con el otro. Con nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros amigos, con quienes nos rodean. Intercambiamos la atención entre la realidad a la que pertenecemos y la que nos muestran las aplicaciones con sus llamados de atención.

Apaga la pantalla más seguido. Mantén en silencio tu celular si estás en el café para conversar, cuando intentas ponerte al día con tu pareja después del trabajo, cuando tu hijo te busca o para descubrir cuánto ha crecido.

Habrá tiempo para atender el mensaje digital, pero la vida está casi siempre en los recovecos analógicos de la palabra, la mirada, el tacto y los gestos.

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