RD del Congo. Víctimas de la violencia narran al Papa las atrocidades sufridas

En el encuentro celebrado en la Nunciatura Apostólica en Kinshasa, se han dado a conocer los testimonios de una violencia brutal e inimaginable sobre niños y niñas que hoy, con la ayuda de la Iglesia local, han comenzado a vivir de nuevo. Al Papa Francisco le dicen: solo queremos la paz, y se comprometen a perdonar a sus verdugos y a vivir en un espíritu de fraternidad y reconciliación para construir un futuro mejor en su país.

Butembo-Beni, Goma, Bunia, Bukavu y Uvira, de estos lugares del Este de la República Democrática del Congo, devastados por una violencia sin fin a manos de diversos grupos armados, proceden las cuatro víctimas de la violencia que ofrecieron su testimonio al Papa Francisco la tarde del miércoles 1 de febrero en la Nunciatura Apostólica de Kinshasa.

DELEGACIÓN DE BUTEMBO-BENI: “UNA BRUTALIDAD CASI ANIMAL”

El primero en hablar fue Ladislas Kambale Kombi, de 17 años. Su relato es escalofriante: dice que su hermano mayor fue asesinado en circunstancias aún desconocidas, y que su padre también fue tiroteado “por hombres con pantalones de entrenamiento y camisas militares”. Lo vio todo y desde entonces ya no puede dormir. Además, vio a esos hombres que cortaban a su padre en pedazos, “luego su cabeza cortada fue puesta en una canasta”, y antes de que se fueran se llevaron a su madre que nunca regresó. Así que él y sus dos hermanas pequeñas se quedaron solos. “Es difícil entender tanta maldad, esta brutalidad casi animal”, dice y presenta al Papa a otros jóvenes que como él han vivido la violencia: “Tras el acompañamiento espiritual y psicosocial de nuestra Iglesia local, yo y los demás niños de aquí hemos perdonado a nuestros torturadores. Por eso pongo ante la Cruz de Cristo vencedor, el machete igual que el que mató a mi padre”.

Léonie Matumaini, que asiste a la escuela primaria bajo la cruz, coloca también un cuchillo “igual al que mató a todos los miembros de mi familia en mi presencia y que me entregaron los verdugos”. Y Kambale Kakombi Fiston, de 13 años: “Perdono a los verdugos que me secuestraron durante nueve meses. Pido a Cristo vencedor en la cruz que toque el corazón de los torturadores para que liberen a los demás niños que siguen en el monte”.

UNA NIÑA DE GOMA: VIOLADA DURANTE UN AÑO Y SIETE MESES

El testimonio de Bijoux Mukumbi Kamala es leído por Kissa Catarina, porque Bijoux, que está cerca de ella, no sabe leer bien en francés. Tiene 17 años. En 2020, mientras iba a buscar agua al río con otras niñas, se encontró con unos rebeldes. “Nos llevaron al bosque. Cada uno de los rebeldes elegía a quien quería —dice—. El comandante me quería a mí. Me violó como a un animal. Fue un sufrimiento atroz. Me quedé prácticamente como su mujer. Me violaba varias veces al día, cuando quería, durante varias horas. Y esto duró 1 año y 7 meses”. Después de todo este tiempo, un golpe de suerte: la oportunidad de huir con una amiga.

“De esta experiencia —continúa su testimonio— volví embarazada. Tuve gemelas, que nunca conocerán a su padre. Las otras amigas que habían sido secuestrados conmigo ese día nunca regresaron”. Denuncia los asesinatos perpetrados en todas partes por decenas de grupos armados, las familias obligadas a desplazarse, los niños huérfanos, explotados en las minas o como soldados, las niñas y mujeres violadas y torturadas.

“Santidad, en todo esto la Iglesia sigue siendo el único refugio que cura nuestras heridas y consuela nuestros corazones a través de sus numerosos servicios de apoyo y consuelo”. Bajo la cruz de Cristo, Bijoux quiere colocar una estera “que simbolice mi miseria de mujer violada”. Sus palabras resuenan cuando pide al Señor que la perdone “por las condenas que he hecho en mi corazón contra estos hombres” y que perdone a sus violadores y los lleve “a renunciar a infligir sufrimientos innecesarios a la gente”. Junto a la estera, coloca una lanza “igual a aquellas con las que han sido atravesados los pechos de muchos de nuestros hermanos. Que Dios nos perdone a todos”, concluye, “y nos enseñe a respetar la vida humana”.

UNA VÍCTIMA DE BUNIA: SOLO NECESITAMOS LA PAZ

Es el turno de un sacerdote, el padre Guy-Robert Mandro Deholo, mutilado en los dedos de una mano, que presenta el testimonio escrito por Désiré Dhetsina antes de desaparecer hace unos meses. Sobrevivió al ataque de un grupo armado contra un campo de desplazados internos la noche del 1 de febrero de 2022, en el que murieron 63 personas, entre ellas 24 mujeres y 17 niños. “Vi el salvajismo: gente descuartizada como carne en una carnicería, mujeres destripadas, hombres decapitados”. Habla de continuos saqueos, asesinatos, secuestros en ese campo, “parece —escribe— que la ejecución de un plan de exterminio, de aniquilación física, moral y espiritual, continúa cada día”. Y expresa la necesidad de paz, el deseo de volver a sus pueblos, de reconstruir sus casas, de volver a cultivar la tierra, “¡lejos del ruido de las armas! Queremos vivir con dignidad como hijos e hijas de Dios”. En su nombre y en el de los demás desplazados, se colocan machetes y martillos bajo la cruz “para que Cristo nos perdone por la sangre injustamente derramada” y les conceda “momentos de paz y tranquilidad en los que todos tengan buenos sentimientos hacia los demás”.

EL SUFRIMIENTO DE UNA PROVINCIA: INUNDACIONES Y ENFRENTAMIENTOS

El último testimonio es el de Emelda M’Karhungulu, de Bugobe, un pueblo al suroeste de Bukavu. Ella tampoco habla francés, así que es Almée quien le ayuda a leer. Tenía 16 años cuando, una noche de 2005, los rebeldes asaltaron su pueblo “tomando como rehenes a todos los que podían, obligándoles a cargar con las cosas que habían saqueado”. Muchos hombres murieron por el camino, las mujeres fueron llevadas al parque Kahuzi-Biega. El relato da testimonio de una violencia espantosa: “Me mantuvieron como esclava sexual y abusaron de mí durante tres meses. Cada día, entre cinco y diez hombres abusaban de cada una de nosotras. Nos hacían comer pasta de maíz y carne de hombres asesinados. A veces mezclaban cabezas de personas con carne de animales. Esta era nuestra comida diaria. Los que se negaban a comerla eran despedazados”. Hasta el día en que Emelda consiguió escapar sacando agua del río.

Emelda pudo volver a casa y recibir tratamiento. “A través de la animación de la Iglesia tuve que asumir y aceptar mi situación. (…) Hoy vivo bien como una mujer realizada que acepta su pasado”. La historia no se detiene en su sufrimiento personal, sino que denuncia que toda su provincia “es un lugar de sufrimiento y lágrimas”. Y ante el Papa, recuerda a las víctimas de las crecidas de los ríos Mulongwe y Kavimvira en abril de 2020 “que lo perdieron todo a causa de la erosión salvaje”. Sesenta personas quedaron bajo el lodo de las inundaciones, 45 resultaron heridas, 3.500 casas destruidas, 7.700 familias sin hogar. “Los supervivientes viven en campamentos en ruinas donde comparten tienda con tres o cuatro familias, es decir, varias decenas de personas. (…) La prostitución está en pleno apogeo en estos entornos vitales”. Pero eso no es todo: debido a las guerras entre diferentes grupos étnicos desde 2019, “en las tierras altas de los territorios de Fizi, Mwenga/Itombwe y Uvira, más de 346.000 personas han sido desplazadas”. Al Papa Francisco le expresa la alegría y la gratitud de todas las “víctimas de atrocidades y otros desastres” por querer emprender este viaje y mostrar su cercanía. El gesto que hace es colocar bajo la cruz algunas ropas de los hombres armados “que todavía nos asustan”. Y concluye: “Queremos un futuro diferente. Queremos dejar atrás este oscuro pasado y poder construir un hermoso futuro. Exigimos justicia y paz. Perdonamos a nuestros verdugos por todo lo que han hecho y pedimos al Señor la gracia de una convivencia pacífica, humana y fraterna”.

UN GESTO DE RECONCILIACIÓN Y UN ACTO DE COMPROMISO

Tras el discurso del Papa, las víctimas de la violencia que dieron su testimonio recitaron juntas un acto de compromiso con el que querían expresar su deseo de ser un signo de paz y reconciliación para su país:

“Señor, Dios nuestro, de quien recibimos nuestro ser y nuestra vida, hoy depositamos los instrumentos de nuestro sufrimiento bajo la Cruz de tu Hijo. Nos comprometemos a perdonarnos unos a otros y a rehuir todo camino de guerra y conflicto para resolver las diferencias. Te pedimos, Padre, por tu gracia, que hagas de nuestro país un lugar de paz y de alegría, de amor y de paz, donde todos se amen y convivan fraternalmente”.

“Nos comprometemos a perdonarnos unos a otros y a rehuir todo camino de guerra y conflicto para resolver las diferencias”.

Por último, piden al Señor que esté siempre con ellos y piden al Papa Francisco, que los bendiga al final del encuentro, que rece por ellos.


Fuente: www.vaticannews.va/es / Imagen: Pexels.

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