Revista Mensaje N° 698: «La sabiduría emocional de Ignacio de Loyola»

Él supo entender las emociones con profundidad y nos puso desafíos para comprender el mundo de estas. En las líneas siguientes, nos acercamos a ellas con la vista puesta en la espiritualidad ignaciana.

El estudio de las emociones humanas se ha puesto en boga en nuestros días. Por mucho tiempo, se consideró que las emociones correspondían a la parte más “animal” del ser humano y, por lo tanto, eran miradas con cierto desdén. Su destino, idealmente, era que estuvieran bajo control de la razón, en una idea platónica del ser humano. Hoy, en cambio, reconocemos la importancia de las emociones tanto para la política (1) como para la vida personal.

En estas líneas, valoramos el aporte de Ignacio de Loyola al tema de las emociones en diálogo con la visión actual de ellas. Un primer paso es clarificar qué entenderemos por emociones.

EL MUNDO EMOCIONAL

Las emociones se pueden entender en sentido estricto y en sentido amplio. En sentido estricto, son reacciones cuasi fisiológicas ante estímulos del medio. La RAE define a la emoción como una “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”. En este sentido restrictivo, se suele afirmar que las emociones son un conjunto acotado y finito. Por ejemplo, Paul Ekman identifica como emociones básicas transculturales la alegría, la tristeza, la angustia, la ira, la sorpresa, el miedo, el asco y el desprecio (2).

Pero, en sentido amplio, más cercano de cuando hablamos de “mundo emocional”, las emociones cubren un ámbito amplio de sentimientos, estados emocionales y afectos. De alguna manera, tienen que ver con la sensibilidad humana, con todo ese mundo que no es estrictamente racional y que afecta cómo nos “sentimos”. Cuando hablamos de la contribución de Ignacio a la sabiduría emocional, me refiero a esta idea más amplia de las emociones.

CONVERTIDO POR LA ALEGRÍA

Las emociones ocupan un lugar central en Ignacio de Loyola desde el momento mismo de su conversión. Como relata Ignacio, en su reposo en su casa natal, después de haber sido herido en Pamplona, se dio cuenta de lo que podríamos llamar una “diferencia emocional” entre dos emociones primordiales, una que advenía cuando pensaba en las cosas “del mundo”, y otra emoción que se le suscitaba cuando pensaba en imitar la vida de los santos. En el primer caso, quedaba “seco y descontento”. En el segundo, cuando pensaba “en las cosas de Dios”, quedaba alegre y en paz. De ahí desarrolla en los Ejercicios Espirituales lo que entiende por consolación y desolación (ver recuadro).

La consolación le permite “gustar” de lo de Dios y al mismo tiempo le da la clave hermenéutica para identificar a la acción de Dios en su vida, pues se da cuenta de que esa emoción es causada por pensamientos propios del buen espíritu y la desolación es causada por pensamientos suscitados en general por el mal espíritu. Aunque esta distinción después se complejiza, da un marco para comprender su valoración del mundo emocional (en los Ejercicios dirá que también de alguna manera el mal espíritu puede consolar y el buen espíritu permitir cierta desolación, pero la “verdadera consolación” solo la puede provocar el buen espíritu).

EL TESORO DE LAS EMOCIONES

Es en esta atención al mundo interior donde probablemente está el principal aporte de Ignacio a nuestra comprensión de las emociones, a saber, entender que las emociones, lejos de ser “la parte animal” de nosotros, tienen mucho que enseñarnos. Esa convicción está en quienes escriben e investigan hoy sobre las emociones. Las emociones nos dan mucha información de nosotros mismos. Tienen la ventaja, especialmente las emociones más primarias, que no han pasado demasiado por el cedazo racional; entonces nos instruyen sobre cómo nos sentimos sin que podamos activar nuestras defensas y racionalizaciones. Las emociones se sienten “en el estómago”, que bien sabemos es casi un segundo cerebro que nos permite entender cómo nos está afectando el medio. Como dice Alice Miller, “el cuerpo nunca miente”, y la negación de las emociones nos hace muchísimo daño. En las emociones hay siempre una verdad que debemos atender (3).

Para Ignacio, las emociones también nos permiten determinar el “momento espiritual” en que nos encontramos, pues, dependiendo del tipo de emoción predominante, podremos reconocer nuestra situación espiritual. Así, a las personas que van de “bien en mejor subiendo”, es decir, en un estado más avanzado en la vida espiritual, Dios suele tocar la afectividad y el mal espíritu la racionalidad, [EE.EE. 314]. Al contrario, los que van de “mal en peor cayendo”, al revés, el mal espíritu los sentidos y Dios la racionalidad [EE.EE. 315]. Entonces, si nuestras emociones predominantes son tentaciones en el ámbito de los sentidos, podremos saber que estamos en un estado espiritual de más alejamiento de Dios. En cambio, si nuestra emoción predominante es sentir la presencia de Dios más en el plano de lo sensible, es probable que estemos en un estado espiritual de más cercanía de Dios.

Lo anterior son solo ejemplos de cómo la vida emocional en Ignacio se comporta como un riquísimo material para la introspección y el conocimiento espiritual.

LA VERDAD DE LAS EMOCIONES

Dentro del tratamiento y utilización de las emociones como herramientas valiosas para el conocimiento de sí mismo, un tema muy importante es el valor cognitivo de las emociones. Este valor cognitivo puede ser visto de dos maneras. En primer lugar, las emociones como indicadores, señales, que nos revelan ciertas verdades de nosotros mismos, a saber, si está actuando el buen o el mal espíritu, en el caso de Ignacio, o para conocer qué nos está afectando o amenazando, en un sentido más secular. Pero hay un segundo sentido, que me parece aún más importante e interesante y dice relación con cuánto debemos “creerle” a nuestras emociones.

Ignacio fue claro en sostener que las emociones tienen un valor cognitivo, es decir, llevan implícitas afirmaciones sobre la realidad. Por ejemplo, la emoción de la consolación lleva aparejada determinados pensamientos, como, por ejemplo, deseos de servir, de entrega. La emoción de la desolación, a su vez, conlleva tentaciones, pensamientos de abandono o renuncia. Es decir, muchos pensamientos tienen, al menos en parte, su génesis en determinados estados emocionales. ¿Cuánto debemos “creerle” a los pensamientos que nacen de estos estados? Ignacio afirma que en consolación suele “aconsejar el buen espíritu” mientras en desolación más bien el mal espíritu. Entonces, podríamos concluir que la emoción de la consolación tiene un valor cognitivo mayor. Es una emoción, siguiendo el lenguaje filosófico, “aperiente”, en el sentido que nos abre la realidad (4). En cambio, los pensamientos de la desolación suelen ser más “engañadores”. En ese sentido es una emoción que nos confunde, pues, en general, es causada por el mal espíritu, “el padre de la mentira”. En psicología también podemos analizar la verdad de las emociones. Sabemos que las depresiones conllevan y se caracterizan por pensamientos negativos que nos pueden mal aconsejar y que probablemente no nos muestran toda la realidad.

LA CENTRALIDAD DE LOS AFECTOS

Pero, de todo el tratamiento sobre las emociones de san Ignacio, quizás lo más notable es el lugar que Ignacio le da a los afectos. Ignacio es plenamente consciente de que, sin una conversión profunda de los afectos, ninguna conversión es duradera. Los Ejercicios Espirituales así aparecen como un gran proceso de transformación de los afectos de modo de configurar la afectividad y la sensibilidad hacia un seguimiento de Jesucristo.

¿Cómo alguien va a estar dispuesto a someterse a un proceso de transformación personal si es que sus afectos no están en el seguimiento de Jesús? Aquí se plantea una distinción clave en la voluntad humana sin la cual no se entiende esta disposición personal. Por un lado, están los deseos que actualmente tenemos, deseos que están guiados por la disposición afectiva presente, y por otro lado están los deseos que quisiera tener, es decir, como lo llama Ignacio de Loyola “los deseos de deseos” o, como el filósofo Harry Frankfurt lo refiere, “deseos de primer orden” (que son los deseos inmediatos) y los deseos de segundo orden (los deseos de deseos). Entonces, guiados por los deseos de un cambio profundo en la afectividad, el ejercitante se somete a este proceso de transformación afectiva (5). En el título de los Ejercicios Espirituales se plantea esa finalidad: “Ejercicios Espirituales para vencer a sí mismo y ordenar su vida, sin determinarse por afección alguna que desordenada sea” [EE.EE. 21].

Esto va en la misma línea que la teoría de las virtudes de Aristóteles, donde el virtuoso es quien tiene el pensamiento correcto, la emoción correcta y la acción correcta (6). No es quien con voluntad decide “hacer lo debido”, aunque su inclinación sea otra, pues en tal caso sería solo “continente”, pero no virtuoso. El modelo ignaciano de transformación personal en ese sentido es aristotélico al apostar por una transformación integral del ser humano, no por un mero ejercicio voluntarista. En ese sentido, Kant va en otra línea, donde nuestra obligación de cumplir el deber supone ir en contra de las inclinaciones propias de la sensibilidad. Ignacio, a diferencia de Kant, apuesta por la posibilidad que nuestra sensibilidad (deseos) esté en plena concordancia con el seguimiento de Jesucristo.

Lo que destaca aquí es la convicción de Ignacio de que, sin una transformación afectiva, no es posible una conversión personal. Hoy es evidente la importancia de los afectos en nuestras preferencias y actitudes. La psicología contemporánea da la razón a Ignacio de que no podemos esperar que la voluntad nos conduzca a nuestros fines, si los afectos cotidianos no acompañan esas opciones.

LA VIGENCIA DEL PROYECTO TRANSFORMADOR

Valorando enormemente el aporte de Ignacio a la comprensión de las emociones, como todo enfoque, tiene límites. Quizás el punto más controversial es la profundidad de su proyecto de transformación. Ignacio, como vimos, invita al ejercitante, una persona con “ánimo y liberalidad”, a que se someta a este intenso proceso de transformación que pretende quitar de sí todos los afectos desordenados. La psicología contemporánea ha mostrado que los procesos de transformación humana muchas veces son de una complejidad muy alta. En ese sentido, el proyecto de purificación afectiva de Ignacio y de transformación radical que se presenta en los Ejercicios choca muchas veces con la complejidad de los procesos psicológicos y de las motivaciones.

Con todo, sigue siendo hoy válida la distinción entre nuestros actuales deseos, gustos y preferencias, los deseos de primer orden y los deseos de segundo orden (los deseos de deseos). Hoy vivimos una cultura de la espontaneidad y la autenticidad (7), donde todo lo que se presenta al ser humano como deseable parece tener la última palabra (“obedece tu sed”) sin hacerse ningún juicio crítico sobre si los deseos y preferencias que hoy abrazamos son los que quisiéramos que acompañen nuestra vida. Ante este conformismo existencial, el proyecto de transformación de Ignacio es saludable, pues nos recuerda que, en nosotros, junto con aquello que mueve nuestros deseos diarios, existen dimensiones “más profundas” donde podemos anhelar cambiar nuestra vida. Sin esta distinción entre lo que deseamos y lo que desearíamos desear, no sería posible ningún proceso de transformación personal.

Estos deseos de cambio se pueden suscitar desde distintas fuentes. A veces, procesos dolorosos de fracaso personal gatillan esos deseos de cambio, como en casos donde se quiere dejar adicciones. Otras veces, ciertas experiencias nos muestran dimensiones de la existencia que no habíamos visto, modelos de vida buena que despiertan zonas insospechadas, viniendo el deseo de cambio por el querer abrazar valores mejores. La religión tiene precisamente que ver con esa zona nuestra que aspira a un bien mayor, la nostalgia por el absoluto. Por mucho que se profundicen los procesos de secularización y que la vida humana sea ahogada por el consumo o el conformismo, en ciertos momentos de la vida se despiertan deseos de una vida mejor. Esos deseos hoy se expresan en numerosas búsquedas espirituales.

Quizás de lo que se trata no es de un proceso de transformación lineal, sino más bien espiral con distintos grados de profundización. La conversión nunca es completa y definitiva y tiene que ser renovada cada día. El camino para encontrarse con los deseos más profundos y transformarlos en los deseos cotidianos es delicado y no puede ser forzado. La persona tiene que ir caminando acompañada por otros, en un proceso donde no debemos tomar más de lo que “descansadamente podemos llevar”, siguiendo la feliz formulación de Ignacio en la anotación 18º de los Ejercicios Espirituales. La parábola del hijo pródigo de extravío y vuelta a casa es una buena manera de evocar la invitación de Ignacio a volver a casa. Pero el camino a esa vuelta a casa no es fácil y no es un proceso de una vez para siempre, especialmente si se trata de tocar el mundo de los afectos.

CONTRIBUCIONES FUNDAMENTALES

Quizás el principal aporte de Ignacio es el lugar predominante que le da a las emociones en nuestra vida y el poner la transformación de los afectos en el centro de su espiritualidad. En eso, sin duda, Ignacio está muy alineado con lo que las ciencias contemporáneas nos enseñan sobre la importancia de los afectos para nuestra vida.

Como corolario de lo anterior, tenemos en Ignacio una clara consciencia de que las emociones condicionan fuertemente nuestros pensamientos. Esto también está alineado con las convicciones de algunas corrientes de la psicología y la filosofía contemporánea.

Al mismo tiempo, para Ignacio, las emociones no determinan completamente nuestros pensamientos o nuestra voluntad, es decir, si bien podemos estar afectados por determinados estados emocionales, estos estados emocionales no son un destino. Si así fuera, no cabría esperar de la consolación sino determinados pensamientos y acciones, y de la desolación los contrarios. Entonces, no tendría sentido la exhortación que Ignacio pide que le hagamos al ejercitante, como, por ejemplo, al que está en desolación decirle que siempre le queda la gracia suficiente para no pecar [EE.EE. 320] o que trabaje en paciencia frente al estado en que está [EE.EE. 321] o que piense cómo pronto vendrá la consolación [EE.EE. 322].

De esta manera, vemos en Ignacio una enorme sabiduría emocional, muy corroborada por la filosofía y psicología contemporánea, donde correctamente le asigna un rol muy importante a las emociones, al hecho de que debemos prestarle atención, “escucharlas”, y también a la convicción de que cualquier transformación profunda debe tocar nuestras emociones y afectos. MSJ

(1) Un aporte muy importante se encuentra en el libro de Martha Nussbaum (2014), Las emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia? (Barcelona, Ed. Paidós).
(2) Ekman, P. (2017), El rostro de las emociones, Barcelona, RBA Libros.
(3) Cf. Alice Miller (2005), El cuerpo nunca miente. Barcelona, Tusquets Editores.
(4) Heidegger señala que hay emociones que nos “abren” a la realidad, que nos muestran nuestra verdad ontológica y nos conminan a la autenticidad. El parágrafo 40 de Ser y Tiempo se titula “La disposición afectiva fundamental de la angustia como modo eminente de la aperturidad del Dasein”.
(5) Este tema lo desarrollo en extenso en el artículo “Reflexionar para ser más libres” (Mensaje N° 678, marzo-abril 2019).
(6) Cf. “Las emociones y la vida moral: una lectura desde la teoría cognitivo-evaluadora de Martha Nussbaum”, Iván Pinedo y Jaime Yáñez, Veritas Nº36 (abril 2017), pp. 47-72.
(7) Sobre la cultura de la autenticidad, ver Taylor, Charles (1991), Ética de la autenticidad, Barcelona, Paidós.

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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 698, mayo de 2021.

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