¿Cómo leer la Biblia, valorando su carácter mítico y entendiendo su mensaje religioso, teológico, expresado en ese género literario?
El acercamiento actual al mito y, a través de él, a la Biblia, está marcado por el giro que tuvo la humanidad al pasar de la cultura agraria a la cultura urbana.
El concepto más difundido de mito nos lleva, en un extremo, a la idea de una ficción fabulosa en la que los pueblos justifican de manera mágica algunos aspectos de su realidad, por la vía de relatos arcaicos y primitivos. Esto implica quitarle al mito todo el valor que pudiese tener, en vista de que no nos refiere a hechos demostrables empíricamente.
Esta es una mirada moderna, ilustrada, del fenómeno que contrapone la fantasía con la realidad según las entiende el Método científico.
Conclusión: la Biblia no dice la verdad, simplemente delira o miente, y no hay entonces que tomarla en cuenta en serio.
Una reacción a esta primera postura trata de salvar el mito, reconociéndolo como un modo de expresión arcaico y primitivo que contiene una verdad más profunda: se asume que bajo un primer ropaje, que es la narración antigua, está el contenido verdadero. Acepta así el valor del mito, aunque la ciencia lo niegue. Exige desmitologizar, quitar el ropaje arcaico, para entonces descubrir las verdades profundas encerradas en él. En el fondo, esta visión sigue negándole valor: somos recién nosotros, urbanos, modernos, ilustrados, los capacitados para una interpretación correcta de esos textos. Sus autores se mantienen arcaicos y primitivos, incapaces de acceder a la verdad.
Una tercera reacción consiste simplemente en abordar las críticas al mito, refutarlas, e intentar demostrar el valor científico de los relatos de la Biblia cuya mirada e intención son otras. El creacionismo, por ejemplo, entiende que el primer capítulo del Génesis, la Creación, habla de geología, astronomía y física. Y, cada cierto tiempo, hace noticia el descubrimiento del Arca de Noé.
Es verdad que en la Biblia también encontramos historia, poesía, ironía, novelas, etc., pero no hay cómo hallar en ella expresiones que de alguna manera correspondan inmediatamente a la cultura y a los métodos de la modernidad ilustrada. Pero No es un buen método buscar con ojos de nuestra cultura urbana el sentido de expresiones propias de la cultura agraria (distinta de la agrícola), ya desaparecida. Este método está dominado por una perspectiva etnocéntrica (nuestro modo de ver las cosas vale para todos los pueblos). Y, además, anacrónica (vale para todos los tiempos).
VALORAR EL MITO
En el otro extremo está la valoración del mito. Los relatos estudiados son antiguos y actuales. Nos hablan.
Desde esta mirada, el relato contado, repetido, permite participar una y otra vez en el momento original de la realidad, momento que es también presente. Este relato explica qué y cómo es el mundo. No se trata de analizar qué ocurrió al comienzo, como si hablásemos del big bang, sino cómo sintonizar con aquello, para ajustarnos a lo que es. El mito (y el rito) hace posible vivir ese momento para reiniciar esa experiencia fundante, que permanentemente domina y determina nuestro devenir. Sus personajes encarnan algún aspecto de la condición humana. Son espejo de nuestra propia condición actual. Pertenecer a la historia contada nos abre a lo que ahora somos, al origen, al porvenir.
La misma función que los mitos cumplen en los pueblos, la cumplen en el Pueblo de la Biblia. Con la particularidad de que en la experiencia del Pueblo que los origina está Dios como aquél sin el cual nada existe, aquél que es raíz y horizonte de la realidad entera. Dios que no compite con la humanización. Ahí está la verdad de la Escritura. Ése es nuestro espejo.
UNA METÁFORA VEGETAL
La lectura de los mitos bíblicos presenta también dificultades. Nos movemos en una metáfora vegetal: un árbol, cuyas raíces son la explicación y el cimiento del presente. “Esto es, radicalmente, bueno o malo”, “hermoso o feo”, “verdadero o falso”. Si los frutos hablan de las raíces, las raíces determinan cómo son los frutos. La Biblia, en cambio, recurre a una raíz temporal: lo que ocurrió a “los primeros” marcó para siempre nuestras vidas (Adán y Eva comieron el fruto y nos ganaron un castigo que no merecemos. Sísifo, Atrahasis o Ulises, víctimas primigenias de la envidia de los dioses, dan razón de nuestra permanente, inmerecida e inexplicable frustración ante una realidad marcada por la adversidad, aunque no solo por esta).
¿Cómo leer la Biblia, valorando su carácter mítico y entendiendo su mensaje religioso, teológico, humanizador expresado en ese género literario?
Cualquier respuesta a esa pregunta estará llena de matices. Tomaré solo algunos relatos con la pretensión de decir una palabra provisoria sobre ellos, para abrirlos a más posibilidades de dialogar con ellos.
ABRAHAM
Según la Biblia, la historia del Pueblo de Dios empieza con Abraham.
Las preguntas que se plantea Abraham, que se fueron formulando sobre su figura a lo largo de los siglos, siguen siendo válidas. Pensando en los pobres de la tierra, con Víctor Jara podemos preguntarnos: ¿Por qué el destino nos da la vida como castigo?
¿Hay alguien “manejando los hilos”? De entre todos los dioses, ¿hay alguno en el cual un pobre pueda confiar? ¿Será que los poderosos tienen ventaja, porque saben rezar mejor que nosotros? ¿Que a otros enseñaron secretos que a ti no?
Volviendo a Abraham, ¿qué significa ser, también ahora, un migrante pobre y sin tierra? ¿Te ha dado Dios alguna misión?
La comparación de los primeros libros de la Biblia con mitos que circulaban en esa misma región, en esa época, nos permite descifrar los desafíos a los que sus textos debían responder. “Así es el mundo”, se decían. “Esto, no más, podemos esperar de él”. Y seguían viviendo, creyendo que “estará de Dios” tanta injusticia y violencia que debían soportar, por tantos años. Y la fe en Yahvé les ponía preguntas y ofrecía respuestas distintas a las ya conocidas.
Así, por ejemplo, ¿a qué puede apuntar el relato de la torre de Babel? Dios se percata de que los hombres están construyendo una torre muy alta y decide confundir sus lenguas para impedir que, puestos de acuerdo, se vuelvan famosos y se mantengan unidos. ¿De dónde viene la dificultad para entendernos? ¿Cómo es posible que sea aparentemente fácil ponerse de acuerdo para el daño y el mal? Pero que, finalmente, ni los poderosos logren acuerdos que perduren. Esto representa que nuestra incapacidad de llevar esos proyectos de mal hasta el final viene de Dios. Y que Él nos protege de nuestro propio mal, de nuestra pretensión de ponernos a su altura al levantar una torre tan alta que no será tocada por las aguas de cualquier otro diluvio que afecte la tierra. “La violencia lo causó, otra violencia no nos alcanzará, podemos oprimir impunemente”. No necesitamos ser reconocidos por otro, nos podemos fabricar ese reconocimiento.
A Abraham, migrante pobre, se le va abriendo un camino.
EL DILUVIO UNIVERSAL
Poco antes está el relato del Diluvio. Causa escándalo enterarse de que Dios haya decidido exterminar a la humanidad y tenga más piedad con los animales. Miramos hacia la vecina Mesopotamia: el proyecto de creación de la humanidad ha fracasado. En lugar de favorecer a los dioses, Los Hombres se han vuelto molestos: ¡son ruidosos! El dios principal, Enlil, disgustado, decide exterminarla con un diluvio. Otro dios, Enki, le desobedece y salva a Atrahasis y su familia, en secreto. La versión bíblica señala, en cambio, que la tierra está llena de violencia y maldad. Yahvé, castiga, porque es justo. Por lo mismo, busca a Noé y personalmente se encarga de salvar a la Humanidad del exterminio que se merece. Yahvé no es un Dios arbitrario. ni caprichoso. No creó al hombre para sí. Su acción punitiva no es destrucción, sino salvación. A ratos nos parece que la misma naturaleza quiere destruir al Hombre. No hay que preguntarle a Dios por qué. Quien tiene que responder es el mismo Hombre. Al final, Dios mismo propone una alianza a Noé: nunca más un diluvio destruirá la tierra. Dios es un aliado.
Hoy no es bien visto hablar de Dios castigador. Se insiste en Dios misericordioso, con entrañas compasivas. Sin embargo, la afirmación de que Dios castiga es un gran progreso teológico y espiritual. “Dios castigador” quiere decir que actúa como un juez, de acuerdo con un proceso justo. Que se somete a ese procedimiento. Que no actúa arbitrariamente. Que perseguir y castigar al culpable, o exigirle gestos de reparación, es un bien para todos. Por otra parte, negar, por cualquier razón, que Dios pueda castigar, priva a las víctimas de un defensor al que tienen derecho.
La comprensión de Abraham se vuelve más profunda. Su fe también lo es.
CAÍN Y ABEL
Un paso anterior es el fratricidio de Abel. El relato de la creación de Adán y Eva y su caída habla de la ruptura con Dios y al interior de la pareja (que continúa siendo pareja con la división instalada adentro). Parte de esa misma historia es la violencia entre los hermanos. Caín es el mayor. A Abel le va mejor que a su hermano. Si uno de ellos triunfa, es porque Dios lo bendice —así se piensa incluso hoy— y maldice al perdedor. Caín, envidioso, considera que el bien de Abel es un mal para él y decide matarlo, arrebatarle la bendición. Dios se aparece: la sangre de su hermano ha llegado hasta Él.
¿Por qué la fraternidad es tan difícil? ¿Por qué la codicia y la envidia nos pueden llevar a matar para vivir? La respuesta de la Biblia es que eso viene del origen y viene del Hombre. Está en nuestras raíces, hoy.
¿Qué responde Dios al violento? Se da una paradoja: Dios no quiere la muerte del pecador. El temor al violento se interpreta como el modo que Dios tiene para defenderlo de la venganza. Hay en esta historia una semilla de recuperación de la fraternidad y la sororidad. En la raíz de la “ley del más fuerte”, que nos gobierna, no está Dios, que trata de poner coto a la violencia. Como dice el cantor:
Quiero entender al que miente
y comprender al violento
al que perdió sentimiento
y al que piensa diferente.
Tal vez somos todos gente
que salimos muy temprano,
tal vez no existe inhumano
marcado para la guerra,
sobre la faz de la tierra
los hombres somos hermanos.
(Pedro Yáñez)
Los capítulos precedentes (la Creación del mundo, y la Caída) merecen un trato aparte.
Las primeras páginas de la Biblia hablan del mundo de sus autores. Los mitos reflejan su contexto. Y son espejo del nuestro. No dicen que Abraham, migrante pobre, tiene un lugar en el proyecto de Dios. Que en el origen no está la violencia, sino la justicia. Que hay esperanza, porque es posible restablecerla. Que Dios es nuestro aliado. MSJ
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 699, junio de 2021.