Tiempo de maduración

Tiempo para unirse espiritualmente con los que, a causa de su lentitud, han quedado abajo del carro de la victoria y de la vida, y del tiempo para siempre.

No todo es malo. El encierro a muchos ha dado tiempo. Unos se desesperan. Otros comienzan a tostarse. Nada qué hacer. Casi nada. Se puede, no obstante cierta exasperación, reflexionar sobre nuestra vivencia del tiempo. ¿Por qué? Porque es pésima.

El capitalismo tiene muchos nombres. Uno de ellos es “economía de la competencia”. La economía que predomina en el mundo nos pone a competir con los más rápidos. ¿Quiénes ganan? Los más veloces. ¡Todo se acelera! Pero la aceleración de la vida nos está matando.

Necesitamos tiempo para ganarle el quién vive a los demás, para ganarles el espacio. El espacio tiene que ser abarcado, copado, lo antes posible. Quien no se apura, pierde tierra, casa, trabajo, mujer, esposo y tantas oportunidades. Dicho en breve, dentro de poco tiempo, hay gente que no tendrá dónde caerse muerta. ¿Ya la hay? El consumo es frenético. Todas las cosas tienen los minutos contados. Se programa su obsolescencia. Nosotros mismos nos adelantamos al vencimiento de los productos comprando novedades.

Además, nos parece ideal hacernos presentes a los acontecimientos en tiempo real. Ahora, ya en este instante, queremos saber qué está ocurriendo en China, en Francia, seguir un partido del Barcelona. Las distancias las reducimos a cero. No es posible que otros vean lo que hay que ver sin que lo veamos nosotros. Pasamos así de evento en evento sin aburrimiento posible. De tanta saturación de entretención terminamos por perder la capacidad de gozar con calma de aquellas cosas que pueden durar para una hora y, para otros, dos. No duramos.

Pero si nada dura, ni las cosas ni nosotros, ¿hay algo que madure?

El impacto de la “economía de la competencia” es brutal en la psiquis de las personas. ¿Me equivoco? No lo creo. Lo experimento. La aceleración general de la vida horada las relaciones humanas. ¿Quién puede cargar con los lateros? Pocos, cada vez menos. ¿Soportar a un marido que no aporta, se levanta sin despertador y pasa las horas criticando a los políticos? ¿Quién carga con quién? Muchos. Pero, ¿hasta cuándo? Si nos demoramos, perderemos.

El impacto en los niños, podemos suponerlo. ¿Les enseñan sus padres a esperar? Los niños hoy tienen problemas para madurar. No digo que no lo hagan. Pero les cuesta más que lo que le costó a otras generaciones. ¿Aprenderán a retardar la satisfacción de los deseos si todo lo quieren lo antes posible? ¿Si sus padres se lo conceden porque de lo contrario no los sacarán de apuros con la computadora? Las pataletas la llevan. El frenesí, los llorones. Mucho llanto, poco puchero. Las personas inmaduras, las que no duran en nada ni con nadie, se vuelven insoportables y así, insoportables, apuran el fracaso del gozo de un mundo que nos ha sido dado para compartirlo con los demás, y con calma.

Esto es, precisamente, en el horizonte más amplio, lo que podemos aprender, entre otras muchas otras cosas más, en los encierros que se nos imponen y que responsablemente asumimos. Sirven para hacer ejercicios físicos. Sí. Sirven para sacar músculos psíquicos. También. Pero sobre todo sirven para unirse espiritualmente con los que, a causa de su lentitud, han quedado abajo del carro de la victoria y de la vida, y del tiempo para siempre.

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Fuente: https://jorgecostadoat.cl/wp

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