Llegar a este punto no es producto del azar, no se debe a eventos extraordinarios e imprevisibles; llegar aquí ha supuesto una larga sucesión de errores en las políticas económicas y fiscales que ha impuesto el gobierno nacional.
Nada de lo que sucede en Venezuela puede sorprender, por dantesco que sea el escenario. No puede sorprender, porque el origen de lo que hoy aqueja a la sociedad, se sembró hace décadas; por cierto, mucho más de dos, con lo que hay que tener en cuenta que la responsabilidad no es exclusiva de los gobiernos de la mal llamada revolución bolivariana. Ellos son los campeones, pero no los únicos competidores en este torneo de desastres.
Uno de los rasgos que acompaña la cotidianidad de las personas es, por increíble que parezca, la dificultad para acceder a dinero en efectivo, a billetes que permitan realizar las más simples transacciones e intercambios diarios. Este problema se suma a la ya conocida escasez y a la creciente inflación, dando como resultado mayor desespero e incertidumbre.
Llegar a este punto no es producto del azar, no se debe a eventos extraordinarios e imprevisibles; llegar aquí ha supuesto una larga sucesión de errores en las políticas económicas y fiscales que ha impuesto el gobierno nacional. El empeño de controlar, al mejor estilo totalitario, todos los aspectos de la vida nacional, ha cegado a quienes toman las decisiones económicas, apartándolos de cualquier racionalidad y subyugando la lógica en función de un proyecto político. Como se ve, entonces, no es sorprendente lo que vivimos.
Cuando la realidad es tan evidente que no puede desdibujarla ninguna de las consignas establecidas, el gobierno acude a los planes de emergencia, a los decretos o, actualmente, a la Asamblea Constituyente para delinear “de una vez por todas, y de manera absolutamente definitiva” la estrategia que corregirá los vicios que no han permitido que las anteriores medidas surtan efecto. En otras palabras, se concentran en lo nominal, sin aceptar que el problema es el contenido de sus propuestas: control, coerción y arbitrariedad.
La circulación fluida y suficiente del nuevo cono monetario (por el que anunciaron la eliminación de los billetes de cien bolívares, con el impacto que eso causó) nunca se cumplió. Indicando ser víctimas de un sabotaje internacional, las autoridades venezolanas siempre tienen una lista de responsables del fracaso que, claro está, los exculpa de cualquier señalamiento al respecto.
Ahora vociferan y decretan, como si la realidad obedeciera a caprichos o deseos, que los canales electrónicos y digitales serán el camino para palear la ausencia de efectivo. Nuevamente pretenden corregir un error con otro. Un porcentaje importante de venezolanos que no poseen cuenta bancaria, un significativo y creciente número de puntos de venta dañados, y una buena parte de negocios que sencillamente no tienen estos dispositivos, hace que el énfasis que pone el gobierno en esta alternativa suene, en el mejor de los casos, a desconocimiento; y en el peor, a burla y descaro.
La moneda tiene dos caras, una indica que la política financiera del gobierno nacional es la responsable directa de la poca cantidad de dinero en efectivo del que puede disponer la ciudadanía, y de la desactualización de las plataformas de pago electrónico. La otra cara sugiere una pregunta: ¿realmente son errores encadenados, o el desastre representa el cumplimiento cabal de la planificación económica? Sea cual sea la cara de la moneda que caiga, el país empeora y todos lo sufrimos.
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Fuente: http://revistasic.gumilla.org