Vivir en comunión con los refugiados esta Semana Santa

Hay hombres, mujeres y niños en el mundo para quienes la experiencia del exilio y de ser perseguidos por la muerte nada tienen que ver con el ritual y el recuerdo, sino con la cruel y sangrienta realidad cotidiana.

La Semana Santa es el tiempo en que las comunidades cristianas conmemoran los Campos de la Muerte dentro y fuera de Jerusalén hace 2000 años, cuando la connivencia entre las autoridades religiosas y el poder militar ocupante condujo a la tortura y asesinato de un hombre inocente. El evangelio de Mateo nos dice que el niño Jesús y sus padres se convirtieron en refugiados en Egipto porque el rey Herodes trató de matarlo. La muerte lo acechó al comienzo de su vida, lo llevó al exilio, y al final, lo persiguió de la manera más terrible.

Los cristianos tratan en la Semana Santa de profundizar su conocimiento de Jesús. A través de la palabra y el ritual, en oración y ayuno, tratamos de conocer a Jesús, así como el significado de su vida y de su muerte, más íntimamente. Hacemos esto para que podamos decir, en palabras del gran himno de Isaac Watts: “Cuando contemplo la Maravillosa Cruz”, “el amor tan asombroso, tan divino, pide mi alma, mi vida, mi todo”.

Hay hombres, mujeres y niños en el mundo para quienes la experiencia del exilio y de ser perseguidos por la muerte nada tienen que ver con el ritual y el recuerdo, sino con la cruel y sangrienta realidad cotidiana. Cada minuto en algún lugar del mundo 20 personas son expulsadas de sus hogares como resultado de un conflicto o persecución. Desde Siria hasta Sudán del Sur, desde Birmania hasta la isla de Manus en Papúa – Nueva Guinea, las personas son consideradas simplemente como daños colaterales de las guerras, o tratadas como peones en juegos de conveniencia política.

Durante la Semana Santa, tratamos de conocer a Jesús más profundamente, y deseamos responder a su amor y sacrificio, dándolo todo de nuestra parte; sin embargo, ¿qué hacemos con aquellos que a menudo no conocemos, los anónimos millones que tienen hambre y sed, que están encarcelados y enfermos, y que buscan la justicia y la paz? Sin duda, tenemos que recordar las palabras de Jesús en el evangelio: “Así como lo hiciste a uno de los más pequeños de estos que son miembros de mi familia, me lo hiciste a mí”.

El filósofo Pascal escribió: “Cristo está en agonía hasta el final de los tiempos; y ¿cómo vamos a dormir?”. Es una imagen dramática, que nos conmueve al recordar esa noción fundamental de la creencia y práctica cristianas: estamos llamados a vivir en comunión y a actuar por solidaridad. Cada minuto 20 personas son expulsadas de sus hogares; ¿cómo vamos a dormir?

En el corazón de la misión del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) está ese estilo de trabajar y de ser que llamamos “acompañamiento”. Reconocemos que los mecanismos legales y la política internacional nunca darán plena justicia a los refugiados. Solo si amamos a los refugiados como a nuestros hermanos y hermanas lograremos esa comunión perfecta que no rechaza a nadie, que no bloquea a nadie, que no rehúsa la vida de nadie. El sorprendente amor de Jesús debe extraer de nosotros un sorprendente amor por nuestros hermanos y hermanas. Es aquí donde comienza una verdadera justicia para los refugiados; es aquí donde comienzan los susurros de la resurrección.

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Fuente: http://es.jrs.net

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