Vivir para Dios

Hoy necesitamos recordar que en Dios y en su amor se encuentra el verdadero sentido de toda persona. I Domingo de Cuaresma.

Génesis 2, 7-9; 3, 1-7: “Entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta que estaban desnudos”.

Salmo 50: “Misericordia, Señor, hemos pecado”.

Romanos 5, 12-19: “El don de Dios supera con mucho el delito”.

San Mateo 4, 1-11: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo servirás”.

La turba de chiquillos alegremente se desperdigó por las orillas del bello lago. Primero, extasiados contemplaban los multicolores pececillos que abundaban por sus aguas. Pronto les brotó el espíritu cazador e improvisaron redes con vasos de plástico, botellas, y bolsas de hule. Los pececillos se les escapaban de las manos, pero con paciencia y astucia después de un rato ya tenían en botellas llenas de agua el botín de sus hazañas. “Vamos a llevarlos y los ponemos en una fuente en la casa”, decía uno. “Pero tenemos que tener cuidado porque si se les acaba el agua se mueren”, respondía el otro. “¿Por qué no vivirán en el aire si también respiran?”. “Es como nosotros que si queremos meternos al agua nos ahogamos, por eso nos lo prohíben nuestros papás”. “El pez no puede respirar en el aire y el niño no puede respirar en el agua, cada quien tiene lo suyo”. Esas eran las conversaciones deshilachadas, pero con mucha razón de aquellos niños. Tampoco un hombre puede vivir fuera de Dios.

Las bellísimas primeras páginas de la Biblia, el Génesis, tratan de responder a las preguntas fundamentales que todo hombre se hace: ¿Por qué estoy aquí? ¿De dónde proviene el mal? ¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Por qué somos distintos? La forma de responder no es con afirmaciones científicas, sino con narraciones nacidas de una profunda religiosidad y de un sentimiento interior de la presencia de Dios, pero envueltas en el ropaje de la sencillez. ¿Por qué el mal? La primera lectura de este día nos enseña que el mal proviene del fuerte desequilibrio que brota cuando el hombre se olvida de su ser de hombre y quiere ser más. Nos ha contando el Génesis que Dios ha hecho todas las cosas para gozo del hombre, que puede disfrutar de todas… menos de un árbol. El hombre se fija más en lo que no puede que en lo que puede. No se conforma con ser creatura, pretende ser Dios. Las palabras de la serpiente llevan todo el veneno de la tentación y tratan de confundir: “Les ha prohibido comer de todos los árboles”. No les dice la grandeza de la vida que les ha dado, no les descubre el gran don de cuidar la misma creación del Señor… Siembra en su corazón la ambición. Salirse de su ser de hombre y buscar más allá.

Si leemos atentamente el Génesis descubrimos que el primer mandamiento es el gozo. El hombre ha sido puesto en el jardín para gozar y ser feliz. La frontera o límite, es decir la prohibición, no se opone al gozo, sino que lo cuida y tutela, la encauza en la justa dirección. El hombre no fue puesto para sufrir, como algunos nos quisieran decir, sino para su felicidad. El mundo creado por Dios es bueno y contiene todo aquello que puede satisfacer nuestros deseos… Pero el hombre quiere más, ambiciona ir más allá y salirse por sus propios caminos y, como el pez cuando sale del agua, cuando el hombre sale de su elemento, pierde su sentido y se descubre desnudo, vacío y sin valor. El hombre que quiere ser Dios y reniega de Dios pierde su verdadero significado. La tentación del Génesis es paradigma de toda tentación y lo descubrimos fácilmente en las tentaciones que el diablo le pone a Jesús. ¿Qué de malo hay en saciar el hambre? Y hasta parece que escuchamos las justificaciones de muchos que se hartan con sus bienes. ¿Qué de malo tiene que yo coma o beba o me embriague con lo que he ganado con el sudor de mi frente? Lo triste es que mientras te embriagas y te hartas, otros, quizás tu misma familia, están muriendo de hambre.

El límite impuesto por Dios es en vista de una plenitud. El diablo invita a violar esas fronteras, a superar los confines, para mortificarlo y reducirle sus espacios, sofocarlo y hacerlo prisionero. La ambición de todos los reinos que le propone a Jesús, la riqueza que aprisiona y sofoca al hombre de nuestros días, no dan libertad, sino que amarran el corazón y lo hacen esclavo. Por dinero y poder se mata y se miente, se reniega de los propios hermanos, se desconoce la dignidad de la persona. Así, el dinero no se posee, sino que se adueña del corazón. La violencia desatada en nuestros días tiene sus raíces en esta misma tentación de ambición de dinero y de poder. Todos se justifican en sus aparentes derechos, pero se rompe la vida y la cadena de la felicidad de la humanidad por la ambición de unos cuantos. Es el pecado original repetido hasta la saciedad, aunque al final nos descubramos desnudos y sin valor. El dinero, el poder y el placer siguen atenazando el corazón del hombre y siguen siendo sus principales tentaciones encubiertas en justificaciones que nada justifican y que van dejando una estela de injusticias, de mentiras y de pobreza.

A muchos les parece cosa de niños hablar de diablo, pero el mal está presente en nuestro mundo y más que creer en el diablo debemos creer en Dios y en su bondad. Pero no debemos descuidarnos y busquemos ser muy conscientes de que estamos todos sujetos a la tentación que, astuta y peligrosa, se nos mete por todos lados. Maligna, se disfraza de bondad y nos aleja de Dios. Sería muy peligroso olvidar la propia fragilidad. El demonio se hace presente donde parecería que todo está bien y se nos mete en los ambientes más sinceros. Cada vez que pretendemos buscar a Dios, se hace presente el adversario con sus tentaciones. La única forma de vencerlo es como nos lo enseña Cristo hoy en el Evangelio: reconocerse amado por Dios y escuchar su palabra. Más que dejarse tentar por el demonio y sus grandes aliados (placer, poder y tener), debemos dejarnos tentar por el amor de Dios, dejarnos seducir por sus planes de verdadera felicidad. Podemos este día contemplar a Jesús tentado, probado, carente de ventajas, pero con una seguridad grande en el amor de Dios su Padre. Sigamos su ejemplo de radicalidad y prontitud. No hay en Él, como a veces lo hay en nosotros, ni ambigüedades ni complacencias. Encuentra en la Palabra de Dios respuesta fiel y sincera, no la acomoda a los propios intereses como lo propone el demonio. Aprendamos de Jesús que es más importante seguir los caminos de Dios, que la tentación de hacer nuestros propios caminos. Los caminos de Dios no llevan al fracaso, sino al triunfo, a la realización y a la verdadera felicidad. Hablando de demonios es mucho más importante y poderoso el amor de Dios.

Es el primer domingo de Cuaresma y se nos invita a descubrir la verdadera dignidad y vocación del hombre. No vale por las cosas exteriores, sino porque es imagen de Dios y su hijo predilecto. Examinémonos si no estamos cayendo en la tentación de vivir de exterioridades y apariencias, porque pronto nos descubriremos desnudos. ¿Cuáles son las principales tentaciones en las que estoy cayendo? ¿Cómo las estoy afrontando? ¿Es Jesús mi guía, mi fortaleza y mi modelo para salir adelante? ¿Qué intereses están ocupando mi corazón: la injusticia, el placer, el egoísmo o la mentira? Hoy necesitamos recordar que en Dios y en su amor se encuentra el verdadero sentido de toda persona.

Concédenos, Padre bueno y generoso, que nuestra Cuaresma sea un verdadero camino para encontrarnos a nosotros mismos, para descubrir la inmensidad de tu amor y para comprender que la verdadera conversión pasa por el encuentro con el hermano más pobre y desamparado. Amén.

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Fuente: https://es.zenit.org

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