50 años del golpe de Estado. «Una voz profunda se oyó»

Un mes después del plebiscito del 5 de octubre de 1988, en el que el 56% de los votos optó por un calendario en el que al año siguiente habría elecciones presidenciales, Mensaje publicó el siguiente editorial. Explora el sentimiento predominante en esa fecha en el país, planteando incluso que esperar un año para los siguientes comicios (que se harían en diciembre de 1989 y en los que ganó Patricio Aylwin) podría representar un plazo muy extenso.

En verdad, la alegría que siguió al triunfo de la oposición fue incontenible. Llevaba mucho tiempo atragantada en el miedo.

PRIMAVERA DE TODOS LOS COLORES

La presión y la mentira desembozadas, el despilfarro propagandístico y en prebendas, las amenazas de vuelta al caos y de más violencia, habían llevado a muchos a pensar que, a la postre, la población no estaría en condiciones de expresarse con libertad. Pero el país hizo gala de su más vieja cultura cívica —dormida, mas no muerta— y votó en paz, sin un disturbio y masivamente. ¿Qué país puede exhibir sólo un 2,5% de abstención electoral, en un orden muy semejante a una liturgia nacional, en que cada uno se sentía ejerciendo plenamente su derecho ciudadano? Y luego, reconocida ya la victoria, tras horas tensas de real peligro de ruptura institucional, fue la alegría la que se apoderó de la mayoría del país, esa alegría ya casi olvidada, que empezó, como una marea, a llevar a miles a bailar en las plazas, a abrazarse entre lágrimas y fiesta, a acudir a los templos a dar gracias a Dios. En ciudades y poblaciones pareció irrumpir de pronto la primavera, esa esperanza cierta de que —ahora sí— algo nuevo empezaba a nacer. El miedo era vencible. La democracia, ese anhelo tan cargado de dignidad y promesas, aparecía por fin en el horizonte de la patria.

No había sido fácil el camino. Ni corto. Muchas tumbas y dolor jalonan esos senderos tortuosos por los que se logró confluir a este día nuevo. Dolor que fue como la siembra de largos otoños e inviernos, en organización paciente y pacífica, en afán de concertación y consensos, con no pocas renuncias, en esfuerzo a veces heroico por mantener despierta la conciencia moral de la nación. En el Parque, esa tarde de sol, alguien escribió, acaso leyendo más allá de la policromía de banderas y risas: “La primavera es de todos colores”. Esa multitud de colores con que floreció, revela las muchas savias con que se alimentó, los tan variados orígenes de esta masiva y disciplinada concertación por algo nuevo, esfuerzo de tantos creyentes y no creyentes, de hombres y mujeres de derecha a izquierda del espectro político, de gremios, personas de iglesias, estudiantes y trabajadores; de profesionales, grupos de derechos humanos, de chilenos y extranjeros, incluso de jubilados y de no pocos empresarios. Fruto también evidente de la gracia de Dios, clamada en tanta oración por la paz y la concordia. Este plebiscito fue mucho más que una consulta a la voluntad ciudadana; fue, sobre todo, la recuperación de una cierta identidad colectiva, hasta diríamos de la dignidad nacional. El país entero, en una jornada memorable, volvía a sentirse protagonista de su historia.

RECUPERAR LA DEMOCRACIA

Esta dignidad exige ahora democracia. Se podrá interpretar de mil modos lo que aconteció, y ya se esfuerzan algunos por tergiversar gruesamente su significado. Pero lo que está claro es que la ciudadanía rechazó la proyección del actual régimen y quiere democracia. En la práctica, esto significa elecciones, ojalá cuanto antes y del modo más democrático posible. Obviamente, esto implicará conversaciones —como lo urgen los más variados sectores— entre las autoridades de gobierno y los representantes legitimados de esa ciudadanía. Habrá que conversar sobre si conviene prolongar aún por diecisiete meses la gestión de un gobierno no aceptado por la mayoría; sobre si conviene que el próximo gobierno, de transición, sea de cuatro años y no de ocho, u otros cambios constitucionales; y, lo más importante, sobre el mecanismo que permita esos cambios u otros arreglos a la Carta Fundamental. Las conversaciones no serán fáciles, ni acaso explícitas. Se lograrán o no acuerdos, sobre esto o lo otro. Pero lo fundamental es que el próximo año habrá elecciones, a lo que habrá que prepararse con cuidado, sin sacar prematuramente cuentas alegres. Entonces el país volverá a decir su palabra, para elegir a las personas que lo conducirán, y hacia donde las mayorías quieren. Se habrá empezado a escuchar a un país largamente silenciado.

OÍRNOS

Si de veras empezáramos a escucharnos de nuevo, sin duda nuestra convivencia comenzaría a cambiar positivamente. Las autoridades, en primer lugar, que por tantos años no quisieron escuchar el clamor popular, ni siquiera el de la Iglesia, no pueden permanecer sordas a este ordenado e inmenso No de la ciudadanía. Lo mismo, las Fuerzas Armadas y de Orden, que ese día cumplieron cabalmente su misión de asegurar el orden y la corrección de plebiscito. Y escuchar su verdad profunda que no es caos ni ánimo de ruptura ni de venganza. Escuchar esa sorprendente capacidad de disciplina, en que todos acataron la orden de tranquilidad de sus dirigentes; escuchar a esos mismos dirigentes, que han dado ejemplo de cordura y mesura, de sabiduría en la conducción de un proceso por demás difícil, de unidad, de generosa y hasta arriesgada entrega a la causa del bien común y que tienen mucho que aportar para el progreso del país; escuchar las voces de los mismos partidarios del gobierno —como Renovación Nacional— que piden dialogar con la oposición, y que también están de acuerdo en cambiar aspectos importantes de la Constitución. Los que apoyaron al régimen votando también tienen que escuchar la voz profunda de este país que por fin pudo expresarse. Muchos nunca ni soñaron que podría ganar el No, acaso porque sólo estaban escuchándose a sí mismos a través de una prensa y televisión manipuladas, pero no libres. A su vez, los quince minutos de que dispuso la oposición por un mes en la televisión permitieron a muchos, por primera vez, escuchar una voz diferente y abrir los ojos. Este espacio sobre todo permitió a la mayoría silenciosa recobrar en tan corto lapso —al sentirse expresada— una casi pérdida conciencia de sí, que rápidamente se tradujo en concentraciones multitudinarias, permitiendo por fin sacudirse el miedo y expresarse alegremente como un pueblo libre. 

También los que votaron No tienen que escuchar a los millones que apoyaron al régimen. También ellos rechazan la violencia y quieren la paz. Sin duda, la voz más profunda que resonó ese día fue la de los y de los No juntos, con la misma bandera chilena y por la democracia. No desoigamos esa voz profunda que brotó del dolor y de la esperanza de tantos. Esta democracia, con su espíritu de respeto y participación, se perfila ya en el horizonte. Aún no la tenemos. Es sólo primavera. Los frutos se cosechan en verano. Aún habrá lluvias y acaso heladas. Habrá que ayudarla a germinar. Es la hora de la responsabilidad.

URGENCIAS DE LA HORA ACTUAL

Esta unidad de la voluntad mayoritaria, interpretada y eficazmente conducida por los políticos profesionales, tiene ahora que afianzarse, para que madure en una democracia real. Los políticos dieron ejemplo finalmente de una capacidad de concertación no vista antes en Chile, y supieron posponer sus legítimas diferencias en aras del bien común. Es un enorme logro, que debe permanecer. ¿Cómo no ver en ello también la mano de Dios? ¡Tantos dudaban, hasta hace tan poco! Esta unidad, además, demostró que la fuerza de la paz es capaz de exorcizar a las fuerzas de la guerra y superarlas. Los que apostaron a la violencia, para perpetuarse en el poder o para obtenerlo, son los únicos grandes derrotados.

Otra tarea urgente del momento, precisamente para poder escucharnos de verdad, es no disminuir sino ampliar los espacios de libertad de expresión que se abrieron. Particularmente en la televisión. La Iglesia tendrá un rol preponderante en este asunto a través del canal de la Universidad Católica y sus otros medios. La «franja política» de los canales de televisión, así como otros programas semejantes, fueron determinantes en los acontecimientos que vivimos. Pero no podemos seguir sólo con franjas de libertad. ¿O llegaremos a las elecciones de 1989 con otros “quince minutos libres”? Una democracia sólo puede construirse democráticamente, y permitir al país expresarse libremente a través de este medio masivo es condición sine qua non para acceder a ella. Sin libertad de expresión, no hay ni se llegará a la democracia. Esto es definitivo.

Finalmente, la democracia es tarea de todos, no sólo de los políticos. A todos corresponde ahora, sectorialmente, apurar los pasos reales que vayan democratizando a nuestra sociedad a todo nivel. Los estudiantes en sus universidades, los trabajadores y los empresarios en su convivencia laboral, los periodistas en su importante ámbito, las instituciones de derechos humanos en el esclarecimiento de la justicia y de los derechos de toda persona, los pobladores en sus poblaciones, los campesinos en el campo, los jóvenes entre los jóvenes. ¿Por qué no abocarse a la tarea de ganar para la democracia, por ejemplo, los centros de madres, las juntas de vecinos, los centros de padres y apoderados en las escuelas, las instituciones municipales o locales donde haya participación?

No se puede esperar todavía un año para un nuevo “ejercicio de democracia”, en las elecciones. Se estaría empujando a la frustración a los jóvenes y a la población en general, que actuaron con extraordinaria madurez, ¡pero no para que no pasara nada! Es urgente ahora que pasen cosas, que esa democracia que despunta se vaya plasmando realmente, para que este enorme esfuerzo de paz, que floreció en tamaña alegría, empiece a mostrar pronto sus primeros frutos. 

MENSAJE
18 de octubre de 1988

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