Contribución de los cristianos

¿Pueden los cristianos aportar algo específico para salir de esta tremenda crisis? Por de pronto, debieran dejar la pasividad. Es el momento de la acción.

Avanzamos. El temor no puede paralizarnos. Nuestra democracia es modesta, pero aguanta. Los políticos pierden a veces el tiempo en asuntos menores, pero van acertando en lo fundamental. Llegaron a un acuerdo para plebiscitar la posibilidad de un cambio de la Constitución. Todos los partidos se han inscrito por un espacio en las franjas televisivas para expresar sus puntos de vista. El Parlamento promulgará una ley de pensiones, la principal de las demandas, y una nueva ley de impuestos para financiar esta y otras necesidades. El gobierno se ha comprometido a garantizar un sueldo mínimo líquido de 300 mil.

Falta una cirugía mayor en carabineros. Han violado los derechos humanos. Han convertido la violencia en una causa aparte. Pero están en curso medidas para transformar la institución.

Me pregunto: ¿Pueden los cristianos aportar algo específico para salir de esta tremenda crisis? Por de pronto, debieran dejar la pasividad. Es el momento de la acción. Pero, en su caso especialmente, su acción debe ser provenir de una “pasión”. Esta es la clave de la parábola de Buen Samaritano.

Hoy, y siempre, lo más propio del cristianismo será padecer con los que padecen, hacerles justicia, curarlos y dejarse curar y perdonar por ellos. En la actualidad nadie necesita más de la acción samaritana que los dañinos-dañados. Quienes de tanto ser dañados, se han vuelto locos, o casi, los energúmenos de la “primera línea”, los incendiarios por cuenta propia, individuos con quienes nos parece que no se puede dialogar porque les damos lo mismo. Son los combatientes que queman iglesias y centros artísticos inermes.

Ellos merecen más cariño, justicia, reconocimiento de su dignidad. Se trata de personas amargadas, resentidas, de tantos menosprecios recibidos. Nadie los vio, sus nombres nunca contaron. Son las víctimas del modelo neoliberal por el cual todavía apuesta una buena cantidad de privilegiados. Son ciudadanos enviados a “comprar flores” porque estaban baratas. Hijos del Sename. Niñas, niños, descuidados por largas horas por sus padres y madres trabajadores, ávidos por comprar un plasma, un autito. Mujeres en la cárcel, rentadas con las ganancias siderales del microtráfico. Hijos de reclusas, de familias que perdieron a su mamá. Adultos drogados, con una chelita en la mano, en torno a una fogata. Adolescentes descartados por flaites. Flaites echados a toallazos de las playas. Los sospechosos de criminales sin serlo, interrogados a causa de su pinta. Pobladores como los fueron los pobres del barrio alto erradicados y arrojados en Cerro Navia por afear el paisaje. Perdieron sus trabajos, la fuente de honor que les quedaba. Para qué seguir.

Hablo de los que, según los demás y ellos mismos, pueden haber llegado a pensar que no valen nada, porque no tienen nada que perder. No le creen a nadie. Lo único que les queda es haber descubierto que son alguien destruyendo. Fueron usados como objetos. Ahora son sujetos, se han visto las caras unos a otros, “somos muchos”, se han dicho, “ahora nos respetarán”, “les haremos saber qué es la humillación”. Son sujetos-objetos porque se sigue considerándolos una plaga que exterminar, seres carentes de humanidad, desalmados. En el otro lado de la barricada, se desea bloquear su subjetividad. Si otra vez se los declara objetos, será más fácil eliminarlos con buena conciencia y para siempre.

A estos, los cristianos debieran empeñarse en que se integren. ¿Nada esperan? ¿Y si esperáramos unos de otros? ¿No podemos esperar juntos lo mismo? No soy ingenuo. Sus actos violentos deben ser neutralizados por la policía. No debe permitírseles destruir el país. Pero el orden público es un medio. La recuperación de los malheridos, el respeto de su dignidad, hacer nuestras sus heridas y sus sueños, es un fin.

¿Cómo se logra algo así? “Al malo solo el cariño lo vuelve puro y sincero”, diría la Parra. Pero atención: no se puede afirmar que sean más malos que nosotros. Se requiere un amor político, diría la Nussbaum. La hora del odio es también la hora del amor. Es ahora que nuestra sociedad puede ser perdonada precisamente por quienes se les ha negado incluso la posibilidad de ser amada por ellos. Pero atención de nuevo: el perdón jamás puede ser forzado. Ha de quedar abierta la puerta a cargar con la enemistad por siempre. La negación de la reconciliación merece el mayor de los respetos.

¿Es necesario ser cristianos para actuar con compasión? La historia dice que no. Cristo y cristianismo no son lo mismo. Cristo sufre en los crucificados. Los cristianos, no pocas veces, han sido crucificadores. Incluso las acciones que haga el país para volver a la normalidad serán inútiles, si no provienen de una pasión. Ellos, ellas, han rayado las murallas: “tu normalidad apesta”.

¿Qué hacer? No lo sé exactamente.

_________________________
Fuente: https://jorgecostadoat.cl/wp

ARTÍCULOS RELACIONADOS

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0