Cristo adentro de la Convención

Jesús fue el abogado de los últimos y, al mismo tiempo, el juez de la reconciliación entre dañados y dañinos.

El siglo XX ha sido el siglo de las víctimas. Los judíos conocieron el infierno del Holocausto. También se han dado genocidios en otras partes del mundo y otras formas de violencia no tan extremas. Lo que tiene lugar en Chile es una rebelión de las víctimas.

Las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura nos abrieron los ojos. “No puede ser”. El despojo de los pueblos originarios de parte del Estado, de la oligarquía chilena y de las iglesias cristianas tampoco ha debido ser. La dominación centenaria, milenaria, de las mujeres termina tras años de luchas de los movimientos feministas. Los/as LGBTQIA+ insisten, ¡somos personas! Los abusados por el clero claman al cielo. La tierra se queja, gallinas, vacunos, también los ríos. ¿Tiene derechos? No los tienen, a crearlos entonces. Nuestra sociedad para llegar a ser tal ha sacrificado seres a destajo. “Piedra en la piedra, el hombre, la mujer, los niños, la flores, ¿dónde estuvieron?”.

La Convención es hoy el lugar de un reformateo del país que se haga cargo de la rebelión de las víctimas. Chile estalló. ¿Era necesaria la revuelta que destruyó las ciudades? ¿Necesaria? Era evitable, pero lamentablemente los dueños de la unidad no quisieron mantenerla por las buenas. Han debido ahora soportar la recuperación de la armonía social por las malas (Atria tiene razón).

Por esto es tan difícil sacar adelante una nueva Constitución. En un espacio cerrado, por un tiempo muy limitado, el país ensaya una configuración de la unidad que no solo integre las diferencias, sino que haga justicia a las demandas de las víctimas. La tarea es titánica. Pues, como si fuera poco, la Convención tiene el viento en contra de gente poderosa que la rechazó desde la primera hora.

Pero la Convención, para sacar adelante una Constitución decente, no debiera imponernos un texto por el mero hecho de querer acoger las demandas de las víctimas. El país no puede ser víctima de las víctimas. De víctimas iluminadas con el arder de sus víctimas. Es imperioso romper el circuito de los sacrificios humanos. Una Constitución nunca dejará contentos a todos porque debe forjar las herramientas para solucionar los conflictos en vez de suprimirlos directamente (la pretensión de legalizar constitucionalmente el aborto tiene aterradas a personas de izquierdas y de derechas).

La rebelión de las víctimas, mereciendo el máximo respeto, no debiera convertirse en la tiranía de las víctimas. Las víctimas merecen un cuidado fino, amoroso, mejorador. Deben ser sanadas mediante la recuperación de su dignidad atropellada. Han de ser precavidas de una re-victimización, situaciones que activan el trauma de haber sido violentadas o violadas, de volver a sufrir lo sufrido. Pero este proceso debe ser animado por la posibilidad de una reconciliación entre opresores y abusadores en esta vida o en la otra.

Nuestra sociedad, además de una nueva Constitución, necesita una reconciliación y una rearticulación de su unidad a partir de víctimas que, a la vez, no conviertan a los demás en víctimas suyas. No porque las victimas hayan ganado un espacio adentro de la Convención van a tener razón en todo. Escuchen a los de fuera y venzan con argumentos.

(Semana Santa: se crucificó a un rebelde. Jesús fue el abogado de los últimos y, al mismo tiempo, el juez de la reconciliación entre dañados y dañinos. Los cristianos tienen por misión hacer de cristos y cristas que construyan la unidad que el país, hasta ahora, ha conseguido con sangre inocente).

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Fuente: https://jorgecostadoat.cl/wp

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